jueves, 31 de marzo de 2011

"La desconocida del Plata" de Paulina Movsichoff- Leonor Calvera



Este es un libro simple y complejo a la vez. ¿Por qué? Para tratar de fundamentar esta aseveración, en apariencia contradictoria, daremos un largo rodeo hasta llegar a enfrentarnos con “La desconocida del Plata” de Paulina Movsichoff-
En un curioso afán de simplificación, los orientales trataron de sistematizar las relaciones humanas que se muestran en la literatura. Esa búsqueda dio finalmente la suma de treinta y nueve núcleos posibles. El esposo engañado, la separación de los amantes, la muerte de un ser querido, la defensa del honor, el afecto llevado hasta el propio sacrificio, resultaron algunos de los nudos dramáticos. La relación madre e hija no fue ni siquiera medianamente contemplada.
La situación de inexistencia de esa relación fundamental se repite en uno y otro tiempo hasta llegar a nuestros días. Varias razones conspiran para ese retaceo, ese ocultamiento que, paradójicamente, pone de relieve su importancia.
En primer lugar, encontramos que sobre esta relación se acumulan de manera significativa los mitos derivados de la exclusión de la mujer del escenario público. Quizá el primero de ellos sea la simbología anexada a la madre histórica. No es difícil llegar a las etapas primeras de la civilización donde nos encontramos con la figura de la Gran Madre. Una figura que seduce tanto como atemoriza, que acumula en sí los peores miedos viriles.
Es la diosa potente cuyas representaciones primigenias encontramos bajo la forma que se dio en llamar Venus esteatopigias. Es la dadora indiscutida de la vida y, en ocasiones, de los dones de la cultura. Es la diosa en forma de serpiente que alborea en todos los relatos originales. Pero también es la diosa que custodia los portales de la muerte. Esta dualidad, esta fascinación unida al temor marcará cada uno de los niveles de la dominación patriarcal.
De este modo el peso del mito confundirá una y otra vez a la mujer con la reproductora biológica, dando lugar a una mística femenina que no tiene paralelos. Una mística que ha obrado como una telaraña para mantener al género alejado de un ejercicio pleno de sus potencias así como de la verdadera comprensión de sus cualidades. Hubo que esperar a estas últimas décadas para que comenzaran a tratarse en profundidad la psicología de la mujer y su estar en el mundo como algo distinto al reverso de lo masculino que le fuera asignado tradicionalmente.

No obstante los aportes contemporáneos en la revisión de la problemática femenina, todavía hoy un gran componente del ser mujer es ser madre. Los mandatos van en el sentido de que la completitud femenina se logra, no sólo a través de dar a luz. sino de cumplir los roles asignados de la crianza y socialización de los hijos. Sin embargo, como resuena repetidamente a lo largo de la historia, permanecer únicamente en el reducto de lo biológico suele ser por completo insuficiente.
Lo cierto es que, en nuestra cultura, -sobre todo desde la Revolución Industrial para acá- las madres han sido idealizadas o culpadas de todos los males. Esto se torna evidente en la compleja relación made-hija, siempre inestable, siempre en los límites. En el modelo de maternidad que se plantea, aparece naturalizado como perteneciente a la biología la fusión con la hija y su deseo de posesión –si bien el vínculo tolera diferentes variantes con cada una de las hijas.
Asimismo, el mito de la madre perfecta que debe satisfacer las necesidades de sus hijas genera en la mujer sentimientos contradictorios de culpa y cierta hostilidad junto con el más profundo amor. En la hija, por la otra parte, despierta una sensación de vaga estafa que la habilitará, sostenida por el aval social, para efectuar a su madre cualquier reproche por sus propias faltas.

Este largo preámbulo que es, en realidad, un más que breve resumen de un tema que ha estado oculto como problema, es tan solo un puente para acercarnos a la complejidad del tema que ha abordado Paulina Movsichoff en “La desconocida del Plata.”
Madre-hija-abuela. La continuidad de la sangre pero no de las costumbres. Una madre que no se somete al rol que se espera de ella sino que decide vivir en libertad. Y este vivir en libertad no es la expresión de sus propias ideas y sentimientos sino prestarle atención a las voces olvidadas que rodean su estar en el mundo. Toma entonces una ruta que la alejará de su entorno y de sus afectos más profundos Tanto la alejará que ya nadie volverá a verla.
Esto ocurre en la Argentina de los años setenta, de modo que no se puede suponer que esa distancia sea voluntaria. En cambio, lo que sí se puede presumir es que ha entrado a formar parte de las filas de los desaparecidos políticos. Precisamente eso es lo que impulsa a la familia a no buscarla. Quizá por miedo. Quizá porque no quieren ser confundidos con la marejada de quienes impulsan un cambio social. Quizá porque, secretamente, encuentran que es razonable pagar la desobediencia a las normas patriarcales.
Habrá que esperar décadas hasta que llegue el tiempo en que la hija persiga las huellas de su madre para conocerla, para conocerse.

“Vine a este pueblo a buscar a mi madre. Jamás hubiera pensado que la urgencia de ella se me presentaría recién a los cuarenta y cinco años, cuando ya he vivido casi una vida sin su presencia. Quién diría, yo que la negué por tanto tiempo”, dice la protagonista. En tiempos y espacios alterados, conforme a los vaivenes del recuerdo, tratará de encontrar a su madre a quien un día descubrió tan sólo mirándose al espejo. Su madre desenterrada, “desolvidada”, dirá la narradora, en los reflejos de su madre en el paisaje, en quienes habían compartido su vida. Porque un día pudo darse cuenta de que “ni la muerte ni la separación interrumpen nada y que, en cualquier momento, la vida puede llevarnos hasta sus orígenes.”

Como creían los poetas románticos del Sturm und Drang el afuera y el adentro establecen lazos secretos. Así, recordar los países donde la llevaron los vaivenes donde se refugió, o la refugiaron, va urdiendo un tejido cambiante, rico, matizado que responde a las oscilaciones de una conciencia que busca definir los contornos de su propia identidad. En el camino, surgen amistades, relaciones, la propia maternidad y su clave secreta: “Comprendí de pronto que sólo cuando una mujer tiene una hija logra atravesar el espejo de su destino y ver el mundo a través de los ojos de su propia madre.” Lo lineal se torna cíclico, espiralado, en una especie de recomenzar eterno que tan afín ha sido a los cultos lunares.

Sin embargo. el ayer que vuelve no es el mismo sino que forma con el presente los pasos de una danza distinta. Las nuevas realidades modifican las situaciones pasadas. Vistos a la distancia, personas y hechos se tiñen de nuevos colores. La infancia reaparece con esplendor en viejas canciones que como “mariposas antiguas” la nutren con su nostalgia.
Pero hay que estar atenta. ”Como mujeres que somos, asegura la narradora, todavía debemos escarbar, abrir bien los ojos y los oídos para escucharnos a nosotras mismas. Eran el canto y la poesía lo que la ayudarían a atravesar los medanales del olvido, del deterioro, del menosprecio. No podía dejar de reconocer que, a lo largo de su vida, habían sido sus chamanes. Los que la curaban de todas sus dolencias.”
Las experiencias vividas, fácticas y emocionales, se agolpan hasta labrar su propio camino en la palabra escrita. El viejo exorcismo del verbo servirá para apaciguar fantasmas y perforar capas de conocimiento. La palabra conjuro, la palabra mágica es la que eternizará el instante, anulando la muerte y permitiendo abrir las puertas del futuro.

Este libro de la memoria tiene como telón de fondo y factor desencadenante los años de la dictadura militar. Una hija que desaparece y no se busca, una nieta, sobrina, prima, que se pierde en los meandros del aparato represor y que pronto se deja de lado. Una hija que vuelve sobre sus pasos. Como declara en el epígrafe con palabras de Marosa de Giorgio: “Te has quedado lejos, te has ido lejos. Pero voy retrocediendo hacia ti, voy avanzando hacia ti.”
Trabajar con estos elementos conlleva ciertos riesgos porque dan pie a combinarse como un melodrama patético y difuso. Sin embargo, no ocurre así.
La novela de Paulina Movsichoff está escrita con un lenguaje llano y. podríamos decir, recatado. Se mantiene alejada del panfleto y de la grandilocuencia, sin aprovechar las encrucijadas que podrían agregarle efectismo a costa de traicionar la verdad.
Paulina escribe como lo que es, como una mujer que no se presta a jugar el juego que ha propuesto históricamente la percepción masculina. Escribe con autenticidad, con valor, y avanza sin pausa en un terreno minado de prejuicios, de vínculos complejos en constante mutación. Así, propone tácitamente nada menos que una mirada legitimante entre mujeres, una mirada que las confirme como personas sin pasar por las horcas caudinas de la apreciación tradicional.
Sin embargo, su lectura no es de gineceo sino que, al mostrar que el vínculo madre-hija está en transformación, nos dice que también están en vías de transformarse los demás vínculos. Que cada una de las relaciones humanas debiera revisarse y, si es necesario, modificarse a la luz de un crecimiento que nos permita desarrollarnos como personas, derribando la muralla de egoísmo.. codicia y posesividad, que está mostrando en la actualidad su peor rostro.
Paulina Movsichoff ha escrito una novela que tiene un doble valor, el específicamente literario y el otro, menos evidente pero más profundo, que nos ayuda a derribar muros, a transitar los espacios sofocantes en que nos hemos confinado. Es una novela para pensar y analizar desde varias ópticas, una obra que nos ayuda a dejar los miedos de lado y saber, como la desconocida del Plata, que cada uno y cada una de nosotros, es eterno.


LEONOR CALVERA



Texto leído en la Biblioteca Nacional el 28 de marzo de 2011