jueves, 23 de junio de 2011

Novalis




Estábamos allí, en ese bar de Rivadavia, apenas separados por la blanca superficie de la mesa. Decidimos instalarnos en la vereda, justo enfrente del parque y el resplandor inasible del otoño acariciaba los árboles. Todo parecía envuelto en una luz de sueño, leve y brumosa. La idea del encuentro partió de él, de Julio. Yo contemplaba esa mirada atenta y a la vez recogida, esos ojos a los que parecía nada podía escapársele, ni siquiera lo que se agitaba en mi interior, las manos finas de pianista, la sonrisa casi permanente dejando al descubierto esos dientes separados que le daban un aire de palpitante adolescencia.
Llegó puntual y, luego de charlar un rato en el living de mi casa, le propuse caminar. Accedió encantado. "Hace tanto que no recorro Almagro", me dijo. "Las calles de París no tienen ese qué sé yo de las de acá" sonrió, mientras aplastaba el cigarrillo en el cenicero. Tomamos por Quito. El tupido ramaje de los árboles arrojaba una sombra tersa y la brisa parecía conversar con cada una de las hojas, con los viejos troncos que nuestros pasos iban dejando atrás. Las calles estaban solitarias y la luz color miel nos contenía como un agua silenciosa y frágil.
En el trayecto él se explayó en mis cartas, en ese proyecto de tesis que le comenté en una de ellas sobre la influencia del surrealismo en su obra.
Fue una amiga, escritora también, quien me proporcionó el teléfono del hotel donde se alojaba. Marqué, no sin nerviosismo. Luego de que le contara el motivo de mi llamado, me propuso que nos viéramos. "La charla es a las ocho. Todavía tenemos unas cuántas horas", dijo con voz tranquilizadora. Y ahora allí a su lado, escrutando su larga figura, su andar pausado, me preguntaba si todo no sería sólo un sueño.
Llegamos al parque y lo atravesamos en silencio. Sin darnos cuenta, pronto estuvimos en el sector de los libros. Se sumergió en ellos con el entusiasmo de un chico. De pronto sus largos dedos extrajeron uno, que no tardó en mostrarme. Eran Los Himnos a la noche, de Novalis. Lo compró de inmediato. "Hace tiempo que lo andaba buscando. La versión alemana se me ha extraviado. Pero igual me gustará releerlo en español". Ya en el café se explayó en hablarme del poeta alemán, del cual yo conocía sólo el nombre. Me instruyó de su concepción de la poesía como la realidad mágica del sueño, en la que éste se convierte en realidad y la realidad en sueño. Me habló de la novela, ese gran proyecto que la muerte le impidió terminar — murió de tuberculosis, como buen romántico — me aclaró. La novela trataba de un poeta medieval que se lanza en busca de la flor azul, símbolo de la belleza, de la felicidad y las ilusiones inalcanzables. Abrió una página al azar y leyó: Amada llegas / la noche ha venido ya / se ha consumido el día. Nos quedamos un rato en silencio y de pronto le propuse, no sin vencer mi timidez, una entrevista más larga, editar un libro con nuestras conversaciones. Accedió, con esa sencillez que me demostró en todo momento, como si él, Julio Cortázar, no fuera uno de los más grandes escritores argentinos sino un autor incipiente, feliz de ser estudiado, reconocido. "Te vienes en el verano, cuando mis tareas en la UNESCO me permiten un respiro". Y concluyó, apretándome levemente el brazo: "Te gustará Saignon". La sensación de irrealidad volvió a asaltarme. A eso de las siete nos despedimos. Él se inclinó y, luego de decirme: "Ha sido un verdadero gusto", me rozó levemente los labios.
El timbre del teléfono me sobresaltó. Contrariada, salté de la cama. Hubiera deseado quedarme allí, detenerme en la modorra gozosa de aquel encuentro con mi amado Cortázar, cuya imagen me miraba constantemente desde el afiche colocado con chinches en la puerta del placard. La sonrisa mansa parecía querer comunicarme algo inaprensible para mí.
La voz de Marcela: "¿Dormías?" "Sí, Te llamo luego. Disculpame." Y luego correr nuevamente a la cama a cerrar los ojos y tratar de revivir, de rescatar algo de aquella imagen, las hilachas que quedaban en aquel naufragio del despertar. Mi corazón se aceleró cuando, al acercarme, distinguí el pequeño bulto sobre la sábana. Nada había dejado en ella. Pensé con susto en un insecto, alguna de esas mariposas nocturnas aplastada sin duda por el peso de mi cuerpo dormido.
Y ahora, sentada junto al ventanal por donde la luz de la mañana se cuela como un río dichoso, acaricio con lenta delectación el nocturno aterciopelado de mi flor azul.


Marraquech y otros cuentos

miércoles, 22 de junio de 2011

miércoles, 1 de junio de 2011

“Es un lío ser pionera, porque después te olvidan”. Entrevista a Paulina Movsichoff


Por Sofía Zavala

La escritora puntana habla de su carrera y de sus estudios sobre la mujer. Dice que se siente latinoamericana y que debe pagar caro por su espíritu pionero. Critica al mundo editorial y cuenta su experiencia profesional durante su exilio en Méjico.

Paulina Movsichoff todavía conserva una leve y pulida tonada puntana, uno de las tantas huellas que le ha dejado su San Luis natal. Escritora reconocida en México y Argentina, ella se define como una pionera en todo lo que ha hecho, aunque le toca vivir día a día las consecuencias.
- ¿Qué es lo que más te atrae de la Feria del Libro?
- Disfruto muchísimo de la Feria. Me encanta todo lo que tenga que ver con mi vocación, que es escribir. Siempre trato de participar, ya he venido algunas veces con la editorial Colihue, otras con la provincia de San Luis, también en algunas mesas redondas de poetas. Me acuerdo de una actividad muy bonita que me tocó organizar mientras trabajaba en lo que solía ser La Biblioteca de la Municipalidad de Buenos Aires. Se trataba de un panel sobre la mujer que se llamaba Un Cuarto Propio, en honor a Virginia Woolf, quien decía que para ser escritora una tiene que tener una renta y un cuarto propio. Hicimos una mesa redonda con distintas escritoras que contaban sus experiencias.
- El rol de la mujer está muy presente en toda tu obra, en tu última novela La Desconocida del Plata se ve muy claro…
- Sí, efectivamente en todas mis obras aparece la mujer de una manera muy fuerte. Es un tema del cual yo no me separé jamás. El personaje principal de mi novela es una madre que se animó a ser diferente, a transgredir el mandato de ser sumisa, de construir un hogar y se dedicó de lleno a la vida política. En mi generación a las mujeres se nos educaba para ser pasivas. Ahora me sorprendo, me extraña el impulso que tuve siempre de joven para ser distinta, yo siempre fui pionera. Vivíamos en San Luis con mi familia y yo quise venir a estudiar a Buenos Aires, de mis compañeras casi ninguna estudiaba una carrera universitaria y las que lo hacían, se quedaban allí. Hoy también es extraño que vengan a Buenos Aires, porque la mayoría se va a Mendoza o Córdoba. El primer año sufrí muchísimo, me alojaba en una residencia de monjas que me trataban pésimo. Me acuerdo que una vez un primo pasó a buscarme para pasar el fin de semana en la casa de mis tíos. Las monjas se indignaron, pensaron que era mi novio y al día siguiente me echaron. Luego me mudé a otra residencia donde no había agua caliente, me moría de frío. Yo le contaba todo a mi madre, y me vio pasarla tan mal que al año siguiente se trasladó con toda la familia a Buenos Aires. Sin darme cuenta les cambié el rumbo de sus vidas.
- Por ese entonces estudiabas Derecho ¿Cuándo te diste cuenta de que querías ser escritora?
- Mi vocación estaba escondida, yo no era consciente que la tenía, pero también me resultaba muy difícil por la época. Cuando yo empecé había mujeres muy consagradas como Marta Lynch o Silvina Bullrich, pero eran muy pocas, apenas dos o tres. En los años setenta casi no existían mujeres que tomaban la escritura como algo propio, recién eso se empezó a dar en colegas diez años menores que yo. Yo siento que abrimos un camino. Mientras estudiaba Derecho yo estaba descontenta, no me gustaba, así que no avanzaba en la carrera. Tenía un novio que me decía que tenía que ser escritora, pero yo no me animaba. Un psicólogo también me dijo que yo negaba mi vocación, y era verdad, porque escribía poemas pero me acuerdo que los tiraba, no le daba importancia. De a poco me fui dando cuenta, y hoy lo tengo más claro que nunca. Tengo otros intereses, pero verdaderamente lo único que quiero hoy es escribir, necesito poner todas mis energías en eso. Es lo que me fascina, viviría para eso, lástima que no puedo hacerlo…
- ¿Cuáles son las mayores dificultades que se te presentan?
- No lo tengo muy claro, pero la realidad es que hay un mundo editorial argentino en el cual yo no he podido acceder todavía. Año tras año se torna más complicado, hoy en día ninguna editorial te va a publicar un libro de poesía. Yo siempre he trabajado con editoriales chicas, pero ya no existen por la globalización que se ha dado. Antes uno podía acceder al editor, él mismo leía tu material pero ahora no, ya que son empresas gigantes multinacionales. Hoy muchos escritores, con mucho talento, deben pagar para ver publicada su obra, eso es algo que me parece horroroso. Yo no lo quiero hacer, porque nunca lo he hecho, salvo con mi primer libro que tuve que vender dos pulseras de oro. Pero eran circunstancias distintas, yo estaba muy ansiosa por publicar. También hay muchos libros comerciales, y gente que se hace conocida, famosa, por armar un escándalo y no por su talento genuino. También hay personajes históricos que venden más, como Rosas o Felicitas Guerrero. Yo por ejemplo escribí sobre la vida de Lafinur, un personaje excepcional. Antepasado de Borges, fue el primero en la Argentina en desarrollar teorías sobre el sensualismo, y fue muy castigado por eso. Pero a nadie le interesa el personaje, pero a mí me apasiona, porque tuvo una vida fantástica.
- ¿En México te resultó distinto?
- Sí, totalmente. Con mi primera novela, Fuegos Encontrados, yo he ganado el Premio Nacional Juan Rulfo. Era algo impensable para mí, no lo podía creer. Había dudado mucho en presentarme en el concurso, pero mi ex marido me convenció. Sigo en contacto con México, la última vez que estuve allí fue en el año 1996 cuando fui invitada para dar una serie de conferencias. En ese viaje me encontré con una colega mía que había hecho investigaciones sobre mi obra, nunca lo hubiese imaginado.
- ¿Cuánto tiempo estuviste fuera del país?
- Me exilié en Ecuador en el año 1976 durante dos años y luego viví en México otros cinco más. Fue una decisión difícil dejar el país. Mi ex marido es escritor y no estábamos tranquilos, teníamos mucho miedo. Nunca recibimos amenazas pero justo este año me enteré que a mi cuñada le allanaron su casa, le removieron hasta la tierra del jardín para ver si tenía libros enterrados. Yo extrañaba muchísimo la Argentina, vivíamos la situación con mucha angustia. Ahora extraño México. Yo me siento latinoamericana, agradezco haber descubierto esta Patria Grande. También me siento una pionera en ese sentido. Para mi luna de miel viajé a Machu Pichu, hicimos todo el viaje por tierra. Ahora está de moda, pero viajamos en unos caminos de cornisa que daban miedo, en unos ómnibus tremendos.
- ¿En qué otro aspecto de tu vida te sentís una pionera?
- En el estudio sobre la mujer. Yo comencé como investigadora en la Universidad de Buenos Aires en el año 1973 y me dedicaba a estudiar el rol de las mujeres en la obra de Alejo Carpentier. Nadie lo hacía, lástima que al poco tiempo tuve que renunciar por motivos políticos y luego me tocó vivir el exilio. A mi vuelta pude recuperar el cargo pero el decano de ese entonces le disgustaba muchísimo que yo me dedique a la mujer, así que no me renovó el contrato y me tuve que ir. Muchos años después que se fundó la Cátedra de Género. Pero nadie sabe que yo hace mucho tiempo, cuando nadie lo hacía, me dedicaba a eso. Me alegro muchísimo y disfruto que se hable con libertad del tema, pero a veces me da bronca. Es por eso que es un lío ser pionera, porque después te olvidan…