miércoles, 22 de mayo de 2013

INTRODUCCIÓN AL TEATRO DE SÓFOCLES, de María Rosa Lida. Paulina Movischoff



   Si volviéramos los ojos a la cultura griega, a pesar del tiempo y del espacio que de ella nos separa, veríamos no sólo la fuente de nuestra cultura sino también el reflejo de cuanto nos preocupa a nosotros, mujeres y hombres de del siglo XX. El hombre de hoy busca su esencia, se plantea problemas de identidad y de conducta, se debate a veces sin rumbo, otras fabricando sus propias normas, en un mundo irracional e incomprensible. Leyendo a los griegos no podemos menos que admirarnos al ver cómo ellos plantearon los mismos interrogantes, cómo sintieron y pudieron representar de una manera admirable sus sentimientos, en esa forma de expresión llamada “tragedia”.
  María Rosa Lida, investigadora de fama internacional, nos acerca ahora a Sófocles, un trágico por excelencia.
  Por la amenidad y sencillez con que expone, esta obra no sólo es una ayuda para el especialista, sino también un puente para que el profano penetre y se entusiasme en este ámbito en el que el hombre de hoy pueda encontrarse y reconocerse. Y éste es el rasgo que señala a los clásicos: su arte es arte universal. Para decirlo con las propias palabras de la autora: “Por eso, en la economía del arte clásico se descubren sentidos tan densos, y lo que se dice acerca de tal o cual héroe… despierta eco perenne y se cumple tan hondamente en cada individuo.”
  A medida que recorremos la obra nos encontramos con los rasgos característicos del poeta: su humanismo, su realismo riguroso, su desconcierto ante los inevitables designios de los dioses.
  En sucesivos capítulos analiza tres de sus tragedias más representativas: Antígona, en donde las fuerzas del Estado se enfrentan con la libertad del individuo. Filoctetes con el tema de la enfermedad, que degrada al hombre y el de la necesidad de conocerse a sí mismo encarnada en Neptólemo. Edipo rey en donde el hombre sucumbe bajo un fatalismo inexplicable, pero es grande en su miseria y magnánimo en la adversidad. Nos muestra asimismo la ceguera de nuestros actos y de nuestro verdadero ser, simbolizada en la vista y la ceguera de Edipo. Sófocles nos hace ver, pues, la realidad tal como se presenta: ciega, oscura, incomprensible, sin pretender explicarse o explicarnos. De allí el valor moderno de las tragedias. En este exhaustivo análisis de María Rosa Lida, entra también la forma, que no puede desgajarse del contenido sino que con él crea una unidad de fuerza y significado. Nos recreamos con fragmentos en los que nos da su propia traducción, fiel a la poesía de su lengua original.  
  La Introducción al teatro de Sófocles es una obra que penetra profundamente en el alma de un poeta, sin duda porque su autora lo conoció y amó y por sobre todo porque demuestra estar animada del mismo humanismo, de la misma emoción por los asuntos de los hombres.

Comentario realizado para "Biblioteca de Radio Nacional" en agosto de 1971

martes, 21 de mayo de 2013

LA MARQUESA DE ROSALINDA de José del Valle Inclán- Paulina Movsichoff





  En los artículos en que aborda su obra, Valle Inclán se presenta como esencialmente lírico. “Poeta ultralírico – dice- no creo, sin embargo, en lo sobrenatural; en mi obra he procurado únicamente hacer jardín y hacer valle; y entiendo que unos colores, unos sonidos, unas claridades de esta vida son más que suficientes; las armonías, las melodías, he ahí todo; Dadme siempre una mujer, una fuente,  una música lejana: rosas, la luna – belleza, cristal, ritmo, esencia, plata – y os prometo una eternidad de cosas bellas.” Estas palabras pueden ser la llave que nos introduzca en esta pequeña obra donde la belleza y el ritmo se unen a la caricatura, precursora de los “esperpentos”, en donde la palabra es música, color, sugerencia. En donde el gusto por lo exótico se entremezcla y se impregna con lo auténtico español.
  La marquesa Rosalinda se vincula con  la etapa modernista de Valle Inclán. Vemos pasar la sombra de Darío en sus personajes. Marqueses y abates, en el paisaje versallesco, cisnes y lagos, jardines de ensueño, lunas plateadas. La obra es, además de esto, una sátira en donde las criaturas humanas alternan con figuras de fantasía: Arlequín, Pierrot, Polichinela. Todo esto en un conjunto de frivolidad, ligereza y ritmo que contribuyen a acentuar la estructura de verso y la variedad de la rima. La obra es denominada por su autor como farsa “grotesca”. En ella se narran los amores de la Marquesa Rosalinda con Arlequín, todo envuelto en una atmósfera de humor y romanticismo, de preciosismo y caricatura. “En el jardín métrico de mirto y ciprés / con cisnes y rosas. La decoración/ clásica, del siglo dieciocho francés, que amaba la corte del primer Borbón”. Y  más adelante: “Traviesas meninas del cortejo real/ con polichinela tejen un dancil./ Promueven  las risas Babel de cristal, / suena la joroba como un tamboril”. Un deleite sensual se desprende de la descripción de los trajes: sedas, puntillas, gayas plumas, brillo de joyas. En la descripción del paisaje en donde abundan las sinestesias, las sensaciones cromáticas, auditivas, táctiles: onda que gime, rosas frescas, fronda que tiembla con rumor de raso. Sus personajes son a la vez humanos y caricaturescos, hay un sentido del honor español envuelto en un halo de pirueta y  burla, de farsa y dolor.  La marquesa de Rosalinda, publicada esta vez por Editora Nacional de Madrid, implica un esfuerzo por captar la subjetividad de las cosas, la música, el color y sonido de las apariencias, una peculiar manera de abordar el mundo, y presentarnos sus criaturas en la ficción.  

Comentario leído en la audición BIBLIOTECA DE RADIO NACIONAL- 27/ 4/ 71

domingo, 19 de mayo de 2013

Rosario Castellanos y Nahum Megged. El largo camino a la ironía- Silvia Cherem S.



                                                                                  por Silvia Cherem S.

La mañana del 7 de agosto de 1974, Nahum Megged y Raúl Ortiz, los dos amigos más cercanos de Rosario Castellanos, recibieron una llamada inesperada. Era Rosario desde Israel, donde era Embajadora de México, gozosa de informarles que el presidente Echeverría la había invitado a viajar al DF para participar en una reunión de mujeres destacadas. Aseguraba que de inmediato tomaría el vuelo de Tel Aviv para estar al fin “todos juntos”: su hijo Gabriel, quien estaba en esos días en México, Raúl, Nahum y ella, que tanto extrañaba la tierra que la vio nacer.
Ninguno de los cuatro imaginó que tan sólo unas cuantas horas después estarían “juntos”; los tres primeros desfigurados de tanto llorar ante el féretro de Rosario. Esa misma tarde, María del Carmen Millán, Directora de Canal 13, crítica literaria y amiga de la escritora, llamó a casa de Raúl, donde vivía temporalmente Nahum, para avisarles que Rosario había muerto, víctima de una descarga eléctrica fulminante al conectar una lámpara. No le creyeron. Tan sólo unas horas antes, escucharon su alegre voz, su añoranza de futuro. Si no contestaba en su casa, era porque seguramente venía ya sobrevolando el Atlántico. Fue Emilio Rabasa, entonces Secretario de Relaciones Exteriores, quien confirmó el trágico deceso. 
Para Nahum Megged, condecorado en 1994 con la Orden Mexicana del Águila Azteca, la máxima distinción que otorga el gobierno de México a extranjeros prominentes, y a quien Miguel Ángel Asturias se refería como su alter ego o su nagual, sólo quedaría el entrañable recuerdo de una amistad sin paralelo. En su amiga Rosario Castellanos, encontró un nuevo espejo donde mirarse. Fue ella, con su sabiduría ancestral, quien lo incitó a hallar su “alma vieja”, su origen trashumante que le ha permitido deambular entre la certeza de su orgullosa nacionalidad israelí y la sabiduría reencarnada del mundo indígena y chamánico. Y fue él, y su Jerusalén adorada, quienes liberaron a Rosario. Decía ella que “dejó sus piedras, es decir la carga de su vida, en Jerusalén, la ciudad que le permitió liberar su pluma”.
Nahum, quien escribió Rosario Castellanos. Un largo camino a la ironía, dice: “Rosario vivía perseguida por la violencia de su destino, se sentía presa de su condición de mujer y, sobre todo, del presagio que la condenó a morir desde que era una niña. Se sabía condenada. Sumisa por decreto, llegó a Israel esperando su sacrificio, como lo hacía desde niña cada mañana; pero, para su sorpresa, allí se liberó del yugo. Fue feliz, fue mujer, y creó con la libertad que jamás lo había hecho”.
En Israel, de 1971 a 1974, Rosario logró vencer el miedo, despertó una nueva voz en su poesía y escribió El eterno femenino, su primera obra teatral, en donde fue capaz de burlarse de su género. La paradoja, sin embargo, fue que justamente cuando había hallado la paz, en un país que sobrevivía entre guerras, el destino arremetiera finalmente en su contra.
“En Israel cerró su círculo, un círculo sagrado.  Ahí transitó de lo trágico a la risa liberadora, fue su largo camino a la ironía”, señala Megged, catedrático en literatura y antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén, un experto en culturas indígenas y quien aprendió de la mano de Miguel León Portilla a leer los códices precolombinos.
Una amistad entrañable
Nahum y Rosario se conocieron en 1971. Rosario, en proceso de separarse de Ricardo Guerra, el único hombre de su vida (“virgen a los 33 años” dice en Poesía no eres tú), viajó a conocer Israel. Nahum fue su guía, los ojos que le permitieron enamorarse del Estado. Era Director interino del Departamento de Estudios Españoles y Latinoamericanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, estudioso del mundo indígena mágico, y uno de los más destacados especialistas en la obra de Miguel Ángel Asturias. Desde el primer momento se identificaron, los unía la erudición literaria, el humor irónico y la llana sensibilidad, y muy pronto  Nahum llegaría a ser “el más querido de mis amigos en Israel”, como tantas veces escribió de él Rosario. 
“Fue un encuentro fulminante”, dice Megged, apodado por sus amigos colombianos “el filósofo hebreo” por su capacidad quijotesca para escuchar y conciliar intereses. Las anécdotas de Nahum son numerosas, pero quizá ninguna tan memorable como aquella que aconteció cuando él aún no cumplía 25 años y emigró temporalmente a Colombia para ganarse la vida como maestro de una preparatoria. Corría 1960 y, recién desempacado, quiso celebrar la Independencia de Israel con la presencia del gobernador, el arzobispo, el comandante de las fuerzas armadas, y representantes de las distintas religiones. Parecía un sueño adolescente, pero con la ingenuidad y el corazón abierto lo logró sin chistar (- “¿Tiene usted cita con el gobernador?”-, le preguntaron. – “No” – respondió sabiendo que ni siquiera lo conocía -,  “pero seguramente se alegrara él de verme”.)
 Al poco tiempo, ya estaba arreglando problemas entre católicos y protestantes, gozaba de la amistad del sacerdote guerrillero Camilo Torres a quien le enseñaba palabras en hebreo, del Arzobispo de Medellín Tulio Botero Salázar y del Comandante de la Tercera Brigada. Para 1963, cuando Colombia estaba inserta en una cruenta guerra civil, Nahum regresó a Israel. ¡Cuál no fue su sorpresa cuando la gran Golda Meir, a quien tampoco tenía la suerte de conocer, lo mandó llamar en 1967! El Arzobispo de Medellín y el Alcalde le habían mandado una carta, firmada por un sinfín de personalidades colombianas, rogándole que de inmediato mandara a Megged como embajador de Israel en Colombia porque “era el único con la capacidad para hacer la paz”.  Nahum, ajeno a los rigores de la vida diplomática, se sintió halagado y, aunque fue innumerables veces a Colombia como pacificador, desdeñó el cargo de embajador. Prefirió continuar sus estudios sobre temas bíblicos, religiosos y literarios en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y su tesis doctoral sobre Asturias.
En aquel encuentro en 1971, Nahum le prometió a Rosario, comenzar a leer su obra: Balún Canán, Oficio de tinieblas y Ciudad Real, así como Álbum de familia  y Mujer que sabe latín, aún sin editarse. Durante casi un año, se cartearon. Rosario estaba recién separada de Guerra: “contraje un matrimonio monoándrico por mi parte y totalmente poligámico por la parte contraria”  (cita Megged una entrevista que le hizo Elena Poniatowska a Rosario, en Un largo camino a la ironía), y con el ánimo de darle un respiro a su vida, le pidió a Emilio Rabasa que le otorgara el cargo de Embajadora de México en Israel.
“Nadie entendía nuestra amistad, una cercanía de corazones, no de cuerpos – recuerda Nahum–. Ella intimidaba conmigo de lo que sentía, de lo que vivió. Mi mujer decía que no se encelaba, sólo porque lograba entender el entrañable cariño y la enorme admiración que nos unía. Por su inteligencia brillante, su humildad y su humor fresco, me prendí de Rosario, como en algún momento lo hice con Asturias”.
Cuenta Megged que Rosario se ganó el corazón de los israelíes desde el primer momento. Comenzó dando clases de cultura mexicana en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y su nombre figuraba constantemente en emisiones radiales y conferencias en los que expresaba su gozo de vivir en Israel.  “La recibían con euforia de heroína. Los periódicos le dedicaban programas y titulares, y quien la conocía, la adoraba por su simpatía e inteligencia”, dice.
En 1972, Miguel Ángel Asturias, ya Nóbel, fue invitado a Israel y Nahum organizó los encuentros entre sus dos lealtades: “los dos reyes magos mayas”.  Estuvieron juntos en Tel Aviv y en Jerusalén, y según cuenta Megged, Asturias se mostraba inquieto por conocer la opinión de Rosario en torno a sus ponencias. Eran tiempos de las protestas en contra de la guerra de Vietnam y las aulas de la universidad estaban desbordadas de la agitación de los jóvenes.
Megged fue quien tradujo la poesía de Rosario al hebreo, misma que ella pudo escuchar en una velada con escritores en Jerusalén, cuando recibió el Premio Sourasky. “La paz israelí”, decía ella, le permitía olvidar el presagio de su muerte.
El implacable destino
            En Balún Canán, por el que ganó el Premio Xavier Villaurrutia en 1958, Rosario Castellanos alude en lenguaje simbólico a su dolorosa niñez y a la condena a muerte que cargó como un lastre, lesionando irremediablemente su autoestima. El cacique César, su padre, a menudo se enfrentaba a las rebeliones y amenazas de los indígenas chiapanecos, hartos del injusto e inhumano trato que les propinaba. Como buen terrateniente se mostraba impermeable ante cualquier reclamo, hasta que un tzotzil lo cimbró clavándole en el vientre una maldición: “uno de sus hijos, tendrá que morir”.
Ese presagio penetró en el pensamiento mágico de la familia Castellanos. Rosario y su hermano, con el pánico a flor de piel, comenzaron la guerra de supervivencia y en sus juegos exteriorizaban el deseo de que fuera el otro quien muriera. Su madre, presa del mismo ánimo supersticioso, caía en constantes depresiones y, como “remedio”, en aquellos tiempos de persecución religiosa, decidió someter a sus hijos a los baños de pureza de la Iglesia: primera comunión, rezos y devoción fanática para liberarlos de “las brujerías de los indios”. Nada servía, sin embargo, para exorcizar el miedo.
Cuenta Nahum que Rosario le confesó que su madre, una joven mestiza, en un momento de franca desesperación tomó a sus dos pequeños de la mano, salió a la calle y decidida emprendió la marcha tocando de puerta en puerta. A quien abría le gritaba: “¿Verdad que no es verdad?” Para luego añadir: “Y si es verdad, ¿cierto que no será el varón?”
            Rosario fue elegida por su madre para morir. Cargó desde niña con el humillante lastre de ser mujer: esclava, inferior, condenada. Decía que comenzó a escribir poesía cuando se vio al espejo y lo encontró vacío, y que sólo exorcizaba a sus fantasmas cuando lograba convertirlos en expresión estética. Se sentía negada por su feminidad, y cada amanecer imaginaba que quizá ese día hallaría finalmente el sitio y la hora esperados.
Su hermano fue, sin embargo, el elegido por el destino. Murió de peritonitis a muy temprana edad y Rosario jamás se repuso de haber sobrevivido, de haber deseado su muerte. Se abrumó de soledad y culpa, hasta que, afirma Megged, llegó a un país elegido para la muerte, un país amenazado por todos sus vecinos, un país en el que logró ella fundir su micro historia con la realidad de un pueblo que también sobrevivía entre soledad, dolor y culpa.
            “Ella, igualmente soñadora, comprendió nuestra tragedia como israelíes: vivimos una muerte sin fin en la búsqueda de una vida sin fin”, dice.
Cuenta Megged en Un largo camino a la ironía, que Elena Poniatowka, amiga de ambos, al tratar de captar la identificación de Rosario Castellanos con Israel, decía que: “Rosario llegó a un país que en cierta forma se parecía a ella: dolido, pequeño, inteligente, expuesto a todos los vientos”. Rosario calificó más de una vez su estadía en Israel como los “mejores años” de su vida, y así lo decía porque ahí logró liberarse de la costra de orfandad. Se sintió orgullosa de ser mujer, de su capacidad para crear no obstante sus heridas (“prefiero una que otra cicatriz, a tener la memoria como  un cofre vacío”, escribió en  Poesía no eres tú).
            Desde Israel escribía poesías, cuentos y su columna en Excélsior, que sólo silenció cuando estalló la Guerra de Yom Kipur en 1973. Decía que no podía escribir mientras “los suyos” se estuvieran muriendo. Nahum, por amor a su patria, fue al frente. Podía haberlo evitado porque su único hermano había ya muerto en combate y el código militar lo eximía de servir. Herido en la columna y sin poder caminar, regresó intempestivamente. Rosario, por mera intuición, le llamó ese mismo día. El teléfono timbró cuando apenas abría la puerta de su casa: “¿Nahum, estás bien? ¿Y tus pies?”
¿Cómo podía ella saberlo? Sus pies estaban heridos, uno inmóvil. Aunque la información pública era que se había caído de un camión, la verdad era que en el frente egipcio un mortero lo había hecho volar por los aires. Sobrevivió de milagro. Escribió en Excélsior que Nahum sarcástico le respondió: “¿Mis pies? Espérate que los estoy contando”. Una hora después de aquella llamada, Rosario ya estaba en Jerusalén. “Tenía una percepción mágica –señala Megged-. Decía: ‘no creo en brujos, pero de que los hay, los hay’.”
            Aunque Rosario vivía en Herzlya y Nahum en Jerusalén, a diario estaban juntos desarmando el rompecabezas de sus vidas: “Ella insistía a menudo que ahora sí quería vivir, eludir la muerte. No se sentía ya negada ni como mujer, ni como escritora, hija o hermana. En broma decía: ‘lo ideal sería que un israelí me proponga matrimonio para poder quedarme aquí’.” Dejaba atrás el diálogo sordo, la condena de ser “Rosario Soledad”, como dice Nahum que la llamaba uno de sus alumnos.
Aunque se había transformado, su destino resultaría implacable. Rosario, a quien Héctor Azar llamó “una bola de cristal bajo el pie de los caballos”, cumplió con su legendaria sentencia aquel 7 de agosto de 1974.  En ese presente nuevo en el que –según cuenta Megged-  al fin se sentía segura, feliz e iluminada, el destino golpeó a su puerta para dejar la oscuridad. Conectó ella la pequeña lámpara que compró en la Ciudad Vieja, estaba lista para partir. Quería dotar de luz su equipaje.  Ni su chofer, que estaba a su lado, ni nadie, pudieron arrancarla de aquel sino fulminante.
En Poesía no eres tú  ella intuyo su muerte: “Yo no voy a morir de enfermedad/ ni de vejez de angustia o de cansancio”.  Para luego añadir la presencia de aquella “ciega lámpara”: “Ya no tengo más fuego que el de esta ciega lámpara/ que camina tanteando, pegada a la pared/ Si muriera esta noche/ sería solo como abrir la mano/ como cuando los niños la abren ante su madre,/ para mostrarla limpia, limpia de tan vacía.”
 Rosario Castellanos concibió la esperanza como una lápida. Llegó a México fulminada para cerrar repentinamente, con exactitud y perfección, su periplo de vida. Aquella mujer elegida para la muerte, falleció a los 49 años, en aquel momento en que la crisálida rompió el espejismo del sacrificio y logró liberarse de la condena de mutilación y ostracismo.
Finalmente se llenó de luz. Es Rosario Castellanos un símbolo no sólo de virtud literaria, sino también de fortaleza femenina. Rosario, quien a lo largo de la vida concibió lo femenino como una condición de inferioridad, exigencia de sumisión obligada y “tributo de la especie”, logró sobrevivir y convertirse en un modelo que irradia sabiduría. “Mujer, esencialmente mujer”, dijo a su muerte Agustín Yáñez.
“Rosario – concluye Megged- , fue un gigante que supo reír: para ella la risa era una forma de liberación y, con ella, supo convertir el dolor en fina ironía. Logró tocar el abismo, y escalar la cúspide. Rosario fue una hoguera en pleno campo, una toma de conciencia, un despertar, una materia que arde. Solo vino a que la conociéramos aquí sobre la tierra y regresó muy pronto a la casa del sol. Solo vino a dejarnos su risa, sus flores, y su canto de filosofía náhuatl, de tierra lavada por el agua...” 

sábado, 18 de mayo de 2013

LOS DÍAS DE LA NOCHE de Silvina Ocampo- Paulina Movsichoff




 

LOS DÍAS DE LA NOCHE  de Silvina Ocampo. Paulina Movsichoff


En esta serie de cuentos de Silvina Ocampo asistimos a una inversión de los mecanismos de la realidad. Es sobre todo en los primeros en donde el clima de de lo racional se distorsiona o más bien se ensancha para permitir una profunda inmersión en el mundo total en que los esquemas de la razón ya no son rígidos sino elásticos. En donde nos sentimos imbuidos en lo maravilloso, en lo inasible. En aquello inaccesible a nuestros esquemas comunes, a nuestros ojos acostumbrados a  mirar las cosas y los sucesos sin descubrir del todo lo que ellos tiene de imprevisto, de vital, de secreto.
  Los cuentos tienen todos un peculiar carácter de aventura: la autora se siente cómoda en este viaje a lo desconocido, en este buceo por los juegos del azar y de la casualidad. Casualidad que como ya dijimos no es más que el ensanchamiento de nuestros esquemas racionales en una búsqueda de un más allá que casi siempre se queda sin respuesta, aunque ésta no se espera. Lo mágico, el azar y la casualidad son motivos permanentes en sus cuentos en los que tampoco falta el humor. Ese humor que podría calificarse de “negro” por las características de crudeza y a veces de crueldad. En el cuento “Malva”, por ejemplo, la protagonista, llevada por su alto grado de impaciencia va devorando partes de su cuerpo hasta quedar reducida a la nada o en “Anamnesis”, en el que en un examen de fondo de ojos el médico trata de extraer  de su paciente “el diminuto cairel de una araña y un dije de plata minúsculo con una figura grabada. Lo insólito aparece también en “Amada en el amado”, en el que los enamorados, a causa de la profunda afinidad del amor, logran compenetrarse de tal modo hasta el punto en que la amada va recogiendo los objetos con los que sueña su enamorado.
  En todos estos cuentos está presente, pues, el “absurdo”.  Nos enfrentamos con lo anti convencional, con lo que está fuera de las normas, con  una anti atmósfera que sacude al lector conmoviendo todos sus cimientos. La adivinación, la transmigración de las almas, la parapsicología, son temas que se abordan en un torrente tumultuoso de imaginación en el que el sueño tiene nada o muy poco que ver: todo es real, inesperado, excepcional si se quiere, pero realidad en su dimensión amplia e integral. Es la búsqueda del ser en sus propios  abismos, en los sortilegios que lo envuelven y lo abruman. Es la certeza de presencias oscuras y terribles, que nos aprisionan en sus murallas de nieblas, en el país virgen del silencio. Esto se pone de manifiesto por sobre todo en el primer cuento: “Hombres, animales y enredaderas”.
  Como todos los cuentistas de todas las épocas, la autora se detiene también en los seres pequeños. Están ahí, con toda su frescura, los nueve perros que han formado parte de su vida.
  “Los días de la noche”. Noche que se transmutaría en día si supiésemos ver más allá de lo cotidiano, si no temiésemos ni cerrásemos los ojos a la destrucción de lo concreto, a la metamorfosis de lo real, a conjuro de la excepción.    

  Comentario realizado en noviembre de 1970 para el programa BIBLIOTECA DE RADIO NACIONAL.

EL ARCA DE LA MEMORIA de Paulina Movsichoff- Susana Chas






La autora tiene un retrato de Rosario en su escritorio que le inspira la evocación de la escritora y se dirige a ella y le dice entre otras cosas: “Te has asomado al espejo y no viste a nadie. Y esa sensación de inexsistencia se convirtió en palabras.” María Lyda Canoso en la presentación de esta novela, señala que es la novela de “una escritora que habla en su novela de otra escritora […] Porque Paulina es Rosario, entra en su sistema de escritura y en su manera de percibir al mundo”, que para Rosario “se llama cultura, sus habitantes son todos del sexo masculino”. Paulina, ciertamente, se identifica con la biografiada y sufre con ella, mientras escribe sobre la escritura de Rosario. La mexicana, que necesitaba escribir un ensayo sobre la mujer, se dirige a la Biblioteca porque necesita investigar. Se acuerda de un dicho de su madre: “Mujer que sabe latín, no encuentra marido ni tiene buen fin”, las imágenes de la mujer sacrificada en aras del amor, la  golpean. Escribe uno de los poemas más hermosos y fuertes de la poesía feminista: “Meditación en el umbral”: No, no es la solución / tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi / ni apurar el arsénico de Madame Bovary / ni aguardar en los páramos de Ávila la visita / del ángel con venablo / antes de liarse el manto a la cabeza / y comenzar a actuar. / Ni concluir las leyes geométricas, contando / las vigas de la celda de castigo / como lo hizo Sor Juana. No es la solución / escribir, mientras llegan las visitas, / en la sala de estar de la familia Austen / ni encerrarse en el ático / de alguna residencia de la Nueva Inglaterra / y soñar, con la Biblia de los Dickinson, / debajo de una almohada de soltera. / Debe haber otro modo que no se llame Safo / ni Mesalina ni María Egipciaca / ni Magdalena ni Clemencia Isaura. / Otro modo de ser humano y libre. / Otro modo de ser.      
Paulina Movsichoff seguirá, fragmentariamente, todos los pasos de Rosario Castellanos. Del Comitán (Chiapas, sur de México) de su infancia donde su padre era un poderoso latifundista hasta que Lázaro Cárdenas le expropia las tierras, volverá a su México natal e ingresará a la Universidad. No olvidará Rosario, la salvaje explotación del indígena de Chiapas y escribirá dos novelas: Balún Canán y Oficio de Tinieblas, en las que denuncia el sometimiento de siglos que éstos sufren. Escribirá  volúmenes de cuentos, ensayos y una obra de teatro. Su obra poética es recogida en Poesía no eres tú, volumen que marca un hito en la poesía mexicana. La tesis con la que se gradúa en la carrera de filosofía la convierte en la precursora del feminismo en México y se titula: Sobre cultura femenina. De ella le hablará a Gabriela Mistral cuando se encuentren en Nápoles y citará sus palabras que inspiraron las suyas: “Las mujeres formamos un hemisferio humano. Toda ley, todo movimiento de libertad o de cultura nos ha dejado largo tiempo en la sombra. Siempre hemos llegado al festín del progreso no como el enemigo reacio que tarda en acudir, sino como el camarada vergonzante al que se invita con atraso.” Paulina que es poeta y ama la poesía también citará el poema de Alfonsina Storni cuando narre las desdichas amorosas de Rosario: “Hombre pequeñito, hombre pequeñito / suelta tu canario que quiere volar…/ Yo soy el canario, hombre pequeñito, / déjame saltar. […].”

 Susana Chas es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba. Es docente e investigadora. Publicó ensayos entre los que se destacan Las nuestras. Mujer, escritura y vida entramadas en la novela, Tres escritoras cordobesas frente a al historia: Mercedes Ocón, Crtistina Bajo, Susana Dillon.
Los que pintan la aldea. Panorama general de la novela en Córdoba (1980-20003).