jueves, 28 de noviembre de 2013

DE RODILLAS- Paulina Movsichoff


Ponte de rodillas y encontrarás el árbol
El cosmos  gira
Tus pasos lo siguen para que la luna te fecunde
A tu alrededor el saxo del silencio
Todo es antiguo y nuevo
Flores salvajes se trepan a tu cama
como invitándote a mirarte en el espejo de la piedra
esa que sin saberlo  te habita desde siempre
Tal vez puedas saborear la fruta prometida
Quizá conozcas los siempres de lo efímero

martes, 26 de noviembre de 2013

AVENTURA Y PAISAJE EN LOS CUENTOS


  Si tuviésemos que sintetizar en pocas palabras el mensaje general de los cuentos, el meollo más significativo de las leyendas maravillosas, la lección de los relatos de aventuras, esas pocas palabras podrían ser: vocación de independencia, arrojo, y generosidad.  Cantan los cuentos la conciencia perpleja y acechada, finalmente jubilosa, del hombre en sí mismo. O de cada hombre en sí mismo. O de cada hombre en sí mismo y de los hombres en lo que todos los hombres tienen de humano. Esa confianza es más fuerte y más honda que la búsqueda a toda costa del “final feliz”.
  Aunamos aquí cuentos, leyendas, poemas épicos y novelas de aventuras, todas las formas de ficción que den prioridad a la acción sobre la pasión, a lo excepcional sobre lo cotidiano, a lo ético sobre lo psicológico, a la riqueza de la invención sobre la fidelidad de la descripción.
  Los cuentos ilustran los ensueños de los niños y perfilan el vigor de los adolescentes, nos acompañan sin desertar a lo largo de nuestra vida.
  Hemos hablado de independencia y arrojo: es decir, de salir afuera, de romper con el calorcillo adormecedor y rutinario de un hogar en donde el alma se constituye pero también se esclerotiza y se asfixia. Palpita en los cuentos la constante tentación de la intemperie.  Recordemos que tentación es lo que atrae y repele, lo que seduce y espanta. El protagonista del cuento suele salir a correr mundo, a ver qué hay más allá de las montañas; en algunas ocasiones quiere descubrir lo que es el miedo, presintiendo que el lugar del miedo son los confines del espacio y que todo  lejano horizonte se prestigia con un halo tenuemente pavoroso: pero sabiendo también que el alma del hombre, para alcanzar la estatura que merece, debe afrontar al menos una vez el pánico de lo remoto. El hogar no basta: si el joven aventurero no lo abandona, nunca sabrá lo que es el miedo, conocimiento indispensable para su maduración, ni siquiera conocerá la nostalgia. Sin noticia del miedo ni de la nostalgia nada podrá saber tampoco de la forma humana de habitar un hogar que supone, ante todo, haber vuelto.
  El niño vive en una casa que aún no se ha ganado, en un marco de reglas y preceptos para él tan irremediables y tan poco elegidos como las leyes de la naturaleza. Debe distanciarse del hogar para volver a él dándose cuenta y sentarse junto a un fuego encendido con la brasa que él mismo haya traído de lejos, robada de algún remoto volcán.
  Correr mundo es correr riesgos, asumir la posibilidad de perderse, ofrecerse la oportunidad de un extravío. Quien no ha estado alguna vez perdido, completa y atrozmente perdido, vivirá en su casa como un mueble más y ni sospechará lo que de hazaña y conquista tiene el sosegado edificio de la cotidianeidad.
  Cada hogar es una aventura per para el niño se trata de la aventura del otro. La lección de los cuentos es que no basta sencillamente con ser heredero: todo legado ha de reconquistarse, ha de ser perdido para que pueda ganárselo triunfalmente de nuevo. Sólo quien rompe con lo cotidiano merecerá tener una casa, sólo el rebelde que ante nada se doblega merecerá ser buen yerno par el rey, pero también sólo el que retorna puede decir que ha corrido mundo y sólo en el sosiego de la rutina reinventada puede digerirse provechosamente la revelación del pavor. En consecuencia, lo fundamental de los cuentos es el viaje que aleja al protagonista del ámbito cerrado de las seguridades familiares y lo abre a lo imprevisto, a la aventura. Todos los medios son buenos para alejarse, desde los más sencillos hasta los más extraordinarios. Caminar es bueno y tonificante pero aún mejor calzar las siete leguas de Pulgarcito para huir del ogro. Incluso la caída es una posibilidad de transporte aceptable, como lo comprobó por sí misma Alicia al precipitarse por la madriguera que la llevó al País de las Maravillas. De lo que se trata es de llegar lejos, de alcanzar cuanto antes la plenitud antidoméstica de la libertad.
  Los diversos elementos del paisaje que aparecen en los cuentos tienen también su significación. No se trata de un simple decorado. Por el contrario, el marco en que sucede la acción del cuento forma parte de la acción misma. No hay ninguna relación de indiferencia entre el paisaje y el joven héroe. Un cierto animismo de la naturaleza es esencial a la eficacia del cuento. No rigen aquí las leyes de la causalidad físico-química que la ciencia nos enseña: cualquiera puede triunfar, en cualquier situación dada, siempre que posea los conocimientos precisos. Pero lo que el cuento exige de su héroe son recursos de índole muy diferente: sólo quien sea de determinada manera podrá saber lo que hay que saber, se nos enseña. La astucia del joven héroe, las informaciones que posee y maneja (proporcionadas generalmente  por mágicos aliados a los que antes ha debido ganarse), no sirven tanto para descubrir los mecanismos de funcionamiento de lo real como para demostrar el temple y la condición de quien lo utiliza.
  En primer lugar hay que destacar el misterio umbroso del bosque. El bosque es la sede del lobo y el terreno  de caza del ogro: es un lugar de perdición y extravío, de oscuridad hostil y zarzas que detienen al cansado caminante. Sólo cabe esperar la colaboración de algunos pequeños animales (pájaros, ardillas, conejos) que se alíen con los niños perdidos. Y más allá del Bosque, tendríamos que mencionar esas otras maravillas menos accesibles: el Volcán, por donde descendimos hasta el centro de la tierra con los personajes de Verne, la Cueva en que se ocultan tesoros mágicos o reyes olvidados y que custodian dragones melancólicos. Y sobre todo el mar. El mar de Ulises y el de Moby Dick y el de la sirenita de Andersen.
  Por los cuentos y con los cuentos viaja nuestra alma, y también se arriesga, se compromete, se regenera.    
El niño o el adolescente que se entregan al embrujo de la narración están desafiando en su ánimo lo inexorable y abriéndose a las promesas de lo posible. De ese insustituible aprendizaje del valor y la generosidad por vía fantástica depende en gran medida el posterior temple de su espíritu, la opción que determinará su vida hacia la servidumbre resignada o hacia la enérgica libertad.  




lunes, 25 de noviembre de 2013

Rosa y niña- Paulina Movsichoff


La rosa gira en el jardín del aire
La niña contempla su estar resplandeciente
sus manos ofrecidas a llevarla
a galerías húmedas de trinos
a verdores donde la sombra vislumbra ese fervor tan nuevo
ese trote pausado del sol entre las hierbas
La rosa sabe las consejas del tiempo
pero la niña camina como un agua recién amanecida
como un rocío tierno que desconoce
la llaga de la ausencia
En su bolsillo guarda la llave que le abrirá las puertas imposibles
Sus manos acarician un plumón de relámpago
Allá
Más adelante
El viento aguarda con sus sandalias de ceniza