lunes, 26 de mayo de 2014

La pasión es (también) la nube del corazón- Sara Sefchovich




  1.

  El amor es grande, el amor es todo, yo te quiero.
Y también con Bataille: el amor es falso: "tener por falso
lo que nos ha hecho reír alguna vez".
El amor: artificio, desfallecimiento, agotamiento, ilusión de un salto perfeccionador, estallido de iluminación para caer en la noche más amarga de la impaciencia, espejismo, comedia, sed de sufrir.
  El amor: miedo, inseguridad, deseo, corroerse, consumirse.

¿Para qué el amor?
Para la violencia, la falta de dignidad, la humillación infinita, una tensión que nunca termina.
Para la voluntad de posesión y voluntad de orden.
Para el prestigio.

Los amantes son seres condenados a servirse uno al otro de espejismos y más tarde a derruir tales espejismos, a revelar la angustia, la basura, la muerte que está en ellos.
  Entran en la noche por un instante, entran en los deslumbramientos de la aventura, y luego, luego los secretos orgullos, las insuperables voluntades, algunas mentiras, la vulgaridad, la irrelevancia, lo cotidiano.

"Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor.
(...)
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de
pronto con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono". (Enrique Molina).

2

En el principio estuvo la carne, la piel, la hormona, el deseo.
"En mi lecho eché de menos por la noche al que ama mi alma:
andúvele buscando y no le encontré".
  "Venga pues mi amado a su huerto y coma del fruto de sus manzanas".
"Yo soy toda de mi amado y mi amado es todo mío".
(Sagrada Biblia, Cantar de los cantares: en el principio fue sólo el deseo.)
 Cuando el amor es lujuria, es lujuria. (Norman Mailer)
 Cuando el amor es conyugal, domestica.
Cuando el amor es clandestino, hace culpas.
Cuando el amor es hasta que la muerte los separe, la muerte aparece siempre tan cerca.
Cuando el amor es un negocio, todo se devalúa.
Todo se devalúa, todo se acaba, todo se muere.
El amor siempre empieza y siempre (también) acaba.
Es un viaje;
mejor viajar que llegar." (D.H. Lawrence)

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche,
yo la quise y a veces ella también me quiso.
En noches como ésta la tuve entre mis brazos". (Pablo Neruda)

El amor: Lugares comunes, un cautiverio, "una tentativa de represar la pleamar, una decisión de detener la primavera, de impedir que mayo se dilua en junio, de no dejar caer el pétalo del espino para que aparezcan las bayas." (D.H. Lawrence).
 Una cárcel y una (mucha, grande) soledad.
"Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre algún día se quieren
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran
se van matando el uno al otro". (Jaime Sabines)

El amor es sacrificio: Él tenía un reloj de oro
y ella tenía un hermoso cabello largo y ellos se amaban.
Él vendió su reloj para comprarle a ella una peineta y ella vendió su cabellos para comprarle a él una cadena.
  El amor son malentendidos y susceptibilidades.
Se soporta (Simone de Beauvoir), se asciende (Simplemente María), se compra para tener con quien ir al cine (Jacqueline Onassis)
El amor hace abandonar los sueños (Shirley Mc Laine quería ser bailarina), se vuelve un hábito (dice Doris Lessing), es un desalojo (Margarita Aguirre), la añoranza "tengo nostalgia de mi carne" (Clarice Lispector), la muerte el suicidio de Antonieta Rivas Mercado.

  El amor domestica y pone sitio a eros, por más que todos los nuevos aventureros de hoy, seguimos buscando en este siglo sin fe, volar juntos como pterodáctilos, elevarnos por los aires tomados de la mano y soportar la inseguridad, los demasiados límites (Pascal y Alain).
  Pero es mentira: "Mi tan ligero amor pesa como un suplicio (Paul Eluard)
  En el amor estamos más abajo y más arriba que nunca y hay de todo en nuestra hoguera: flores más fuertes que el agua, barro y rocío. (Otra vez Eluard)
Porque además, toda mujer que se encuentre arriba,
inevitablemente se raspa las rodillas al hacer el amor.

3.

"Pero a pesar de todo yo te quiero,
pero a pesar de todo yo te adoro,
aunque nunca besar pude tu boca" (canción).

"Más vale admitirlo desde ahora: los hombres y las mujeres se necesitan mutuamente" (D.H. Lawrence).
Para soñar, sueño con Yoko Ono y John Lennon, los dos siempre de la mano, los dos siempre tan feos, los dos siempre tan uno solo.
"Así es el amor, así de loco (Joan Sebastian), loco (André Breton).
Y yo, yo te quiero.


Revista Fem. febrero- marzo 1983

APRENDIENDO A VIVIR- Clarice Lispector

28 de diciembre de 1968


  Thoreau era un filósofo que, entre otras cosas más difíciles de asimilar de golpe, en una lectura de diario, escribió muchas otras que tal vez puedan ayudarnos a vivir de un modo más inteligente, más eficaz, más lindo, menos angustiado.
  Thoreau, por ejemplo, se desesperaba al ver a sus vecinos sólo ahorrando y economizando para un futuro lejano. Que se pensara un poco en el futuro estaba bien. Pero "mejore el momento presente", exclamaba. Y agregaba: "Estamos vivos ahora". Y comentaba con disgusto: "Ellos están juntando tesoros que las polillas y la herrumbre van a roer y los ladrones robar".
    El mensaje era claro: no sacrifique el día de hoy por el mañana. Si usted se siente infeliz ahora, adopte alguna medida ahora, pues sólo en la secuencia de los ahora es donde usted existe.
  Cada uno de nosotros, por otra parte, al hacer un examen de conciencia, recuerda al menos varios ahoras que se perdieron y que no volverán más. Hay momento en la vida en que el arrepentimiento de no haber tenido o no haber sido o no haber resuelto o no haber aceptado, hay momentos en la vida en que el arrepentimiento es profundo como un dolor profundo.
  Él quería que hiciéramos ahora lo que queremos hacer. La vida entera Thoreau pregonó y practicó la necesidad de hacer ahora lo que es más importante para cada uno de nosotros.
  Por ejemplo: a los jóvenes que querían ser escritores pero que contemporizaban - o esperando inspiración o diciéndose que no tenían tiempo a causa de estudios o trabajo - les ordenaba ir ahora a su cuarto y empezar a escribir.
  Se impacientaba también con los que emplean tanto tiempo estudiando la vida que nuca llegan a vivir. "Sólo cuando olvidamos todos nuestros conocimientos empezamos a saber."
  Y decía esto tan fuerte que nos llena de valor: "¿Por qué no dejamos penetrar el torrente, abrimos los portones y ponemos en movimiento todo nuestro engranaje?". Sólo con pensar en seguir su consejo, siento que una corriente de vitalidad me recorre la sangre. Ahora, mis amigos, es en este mismo instante.
  Thoreau creía que el miedo era la causa de la ruina de nuestros momentos presentes. Y también las temibles opiniones que tenemos de nosotros mismos. Decía: "La opinión pública es una tirana débil si la comparamos con la opinión que tenemos de nosotros mismos". Es claro que las personas llenas de una seguridad aparente se juzgan tan mal que en el fondo están alarmadas. Y eso, en la opinión de Thoreau, es grave, "lo que un hombre piensa de sí mismo determina, o mejor revela, su destino"
  Y, por inesperado que eso sea, decía: ten pena de ti mismo. Eso cuando se llevaba una vida de desesperación pasiva. Entonces aconsejaba un poco menos de dureza consigo mismo. "Creo", escribió, "que podemos confiar en nosotros mismos mucho más de lo que confiamos. La naturaleza se adapta tan bien a nuestra debilidad cuanto a nuestra fuerza." Y repetía mil veces a los que complicaban inútilmente las cosas - ¿y quién de nosotros no lo hace? -, como iba diciendo, él casi gritaba a quien complicaba las cosas: "¡simplifique!, ¡simplifique!".
 Y hace unos días, al abrir un diario y leer un artículo firmado por un hombre cuyo nombre lamentablemente olvidé, me encontré con citas de Bernanos que en verdad complementan a Thoreau, aunque aquél jamás lo haya leído.
  En determinado punto del artículo (sólo recorté ese fragmento) el autor dice que la marca de Bernanos estaba en la vehemencia con que nunca dejó de denunciar la impostura del "mundo libre". Además buscaba la salvación por el riesgo - sin el cual la vida no valía la pena - "y no por el encogimiento senil, que no es sólo de los viejos, sino de todos los que no defienden sus posiciones, incluso ideológicas, incluso religiosas" (la bastardilla es mía)
  Para Bernanos, decía el artículo, el mayor pecado sobre la tierra era la avaricia, bajo todas sus formas. "La avaricia y el tedio dañan al mundo." "Dos ramas, en fin, del egoísmo", agrega el autor del artículo.
  Repetir por pura alegría de vivir: ¡la salvación es por el riesgo, sin el cual la vida no vale al pena!

   Feliz Año Nuevo

viernes, 16 de mayo de 2014

JUAN W. GEZ. LA HISTORIA COMO VIENTO- Paulina Movsichoff



 Quisiera comenzar este homenaje a Juan W. Gez con un fragmento del principio de mi novela La orilla del mundo. Dice así: “La niña Luciana llegó una tarde de septiembre, poco antes de la puesta del sol. Todo el día había corrido el Chorrillero, ese viento desapacible y hostil que pone a prueba los nervios de quienes se atreven a desafiar sus iras. Las casas se veían clausuradas desde la noche anterior, cuando empezaron a crujir las puertas, a cerrarse de golpe los postigos y a escucharse ruidos extraños en los techos. Cada vez que esto ocurría nadie se aventuraba por las calles. Las mujeres se apresuraban a poner bajo techo todo lo que pudiese volar, pues no era raro que, bajo el ímpetu de su paso, quedasen para siempre deshechos los juegos de sábanas de Holanda, los manteles con iniciales, los sombreros, las mantillas de ñandutí que el temido huésped arrancaba de la cabeza de sus víctimas. Las urpilas perdían el rumbo de sus vuelos y había que tapiar las jaulas que guardaban el sueño de los gallos de riña, pues se mataban entre ellos, como si el viento les corriese por dentro y alborotase su sangre en un repentino furor. Era habitual ver a los vecinos merodeando por los alrededores afanados en la búsqueda de sillas, mesas y otros enseres de menor peso que olvidaron de poner a resguardo. Todavía se hablaba de Jesús Garmendia, el vagabundo que encontró a dos leguas de Sacrosanto la botija de recortados, de la que nunca supo nadie cómo había ido a parar hasta allí y que jamás fue reclamada por sus dueños, lo que cambió su vida de manera radical. Era como si el mundo estuviese lleno de viento y solamente el viento sostuviera al mundo”. Hasta aquí el párrafo. Uno de los recuerdos más nítidos que guardo en el arca de mi memoria, para decirlo con el título de otra de mis novelas, es el de aquellas noches de la infancia donde también los postigos y las puertas crujían en la oscuridad de un afuera  sobrecogedor y mis hermanos y yo nos sentíamos al resguardo en aquella habitación iluminada por la presencia de nuestra madre, en aquel navío a punto de zarpar a tierras  fabulosas, como en los míticos viajes de nuestros cuentos cuando, luego de escuchar el Teatro Palmolive del Aire de las 22 y 15, ella, nueva Sherezade, nos abría su territorio mítico por donde desfilaban las historias de la bisabuela casada a los once años para que su marido la defendiera de los malones y luego, nueva Penélope, debería esperar a ese mismo marido, Carlos Juan Rodríguez, que se sublevara contra la política centralista de Buenos Aires y fuera derrotado junto a Felipe Varela y sus compañeros de armas los generales Saá en la batalla del Pozo de san Ignacio y luego  debiera partir al exilio en Chile desde donde volvería doce años después. La mañana de su regreso, la bisabuela llamó a la servidumbre clamando que barrieran la sala y echaran a las gallinas, sacaran las fundas de los muebles, que pusieran a arder los sahumerios porque había soñado que ese día llegaba su marido. Poco después una mujer le avisaba que vio llegar a la plaza unas carretas que venían de Chile. Mi bisabuela corrió, destrenzada y frenética y allí, agotado por los zangoloteos del camino, el bisabuelo la esperaba para abrazarla como si viniese de la otra orilla del tiempo y del espacio. Había también otras historias, la de aquella niña, la Luciana del párrafo que comencé leyéndoles, que llegó con su padre de Tierra Adentro, luego de siete años en las tolderías. Era hija de un blanco, el general Francisco Saá, exiliado allí con sus hermanos Juan y Felipe por oponerse a Rosas y de una mujer ranquel. Podría detenerme varios minutos más en estas historias que mi madre desplegaba como en un caleidoscopio mágico. Pero a veces el viento se callaba y las noches eran placenteras y dulces en el patio de nuestra casa y los invitados comenzaban a llegar bajo la noche constelada de estrellas para sentarse envueltos en la fragancia que emanaban los jazmines del país y luego escuchar la voz bien modulada de mi madre recitar aquellas poesías que me dejaban alucinada y deseosa de ejercer algún día yo ese maravilloso don, o la grave y austera de aquel hombre de rostro como tallado en piedra, Antonio Esteban Agüero, que leía sus poemas recién sacados del horno de su corazón:
Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los charquis por las calles
de las ciudad donde Dupuy gobierna  
conduciendo mensajes que decían:
“El General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado de libertad que les envía América.” 
Y firmaba Dupuy, sencillamente,
 con la mano civil y la modestia de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.
O también:
El idioma nos vino con las naves
 sobres arcabuces y metal de espada, 
cabalgando la muerte y destruyendo la memoria y el quipo del Amauta.
Y el idioma triunfó. Los ruiseñores
de Castilla vencieron, la calandria
cuya voz era tierra, barro nuestro,
son y zumo de tierra americana
de repente calló cuando los hierros
agrios del odio en su color de fragua
le marcaron el pecho que gemía
y segaron la luz de su garganta.
 Y también, refiréndose al primer contacto entre los indígenas y los conquistadores:
Y después silenciosos michilingües
con su jefe, Koslay a la cabeza ,
les trajeron la paz en el saludo 
y las cosas y frutos de la tierra: 
y entretanto Koslay permanecía
rodeado por arqueros y doncellas
la hija suya, una hija que tenía 
suaves los ojos y la cara fresca 
y nocturnos cabellos que apretaba
una vincha de plumas como seda, 
miraba sonriente y en los ojos
nido le había a la mirada tierna
de un soldado español en cuyo pecho 
amor ardía en olorosa hoguera.

Mucho tiempo debería caminar para comprender que aquellas historias eran la historia. ¿Cómo separarlas? Porque la historia, que fue primero oral, como nos lo recuerdan los antiguos juglares se entrelaza a la escritura no sólo con los nudos de la memoria,  sino también con los de la imaginación. Y ambas se desplazaban en el territorio fabuloso de los sueños cuando debí atravesar el umbral de la Aventura y cambiar de residencia y abandonar mi casa paterna para venir a estudiar a Buenos Aires. En mis puños cerrados apretaba aquella certeza que no me abandonaría jamás. Certeza que me abrumaría cuando atravesé otros umbrales para llegar a tierras desconocidas y entonces, perdón Proust, yo también necesité ir En Busca del tiempo perdido  y sentí la urgencia de volver a aquellas historias. Otra vez fue mi madre quien me socorrió enviándome un gran paquete que llegó hasta mi casa de México. El paquete contenía dos tomos de libro cuyo título era: Historia de la Provincia de San Luis, de Juan W. Gez, que alguna vez entreví en los anaqueles de la biblioteca de mi padre. Desde entonces fue como el hilo de Ariadna que me ayudaría a escribir mi novela Fuegos encontrados, que para gran sorpresa mía obtuviera en México, país en el que recalamos en esa gran diáspora que fue el exilio, el Premio “Juan Rulfo” para Primera Novela. Y luego, ese hilo seguiría atravesando el laberinto cuando entrevisté a Borges y me habló de su antepasado Lafinur, dejando en mí la primer semilla que luego me llevaría a escribir una novela sobre nuestro primer filósofo, que fuera desterrado del país por querer abrir los ojos vendados por el fanatismo. Y entonces acudí a la biografía que de él escribió Gez. No es de asombrarnos que una personalidad como la suya, tan preocupado por nuestra identidad, haya sentido el vacío que se alzaba sobre la figura de Lafinur. Pero una especie de pregunta sin respuesta hasta ahora me preocupa y es que, a nivel nacional, ella no haya sido hasta ahora lo suficientemente valorada. Extraje unos párrafos del prólogo sobre el gran filósofo y poeta puntano: “Fuera de las obras fundamentales de nuestros historiadores y eruditos, que no están al alcance de los más, necesitamos trabajos de propaganda, reducidos y suficientemente completos , como para difundir en el pueblo este conocimiento indispensable y útil en la vida nacional.” Y agrega más adelante: “Tal es el móvil del presente trabajo. Lafinur es casi un desconocido en su provincia natal y los eruditos sólo lo recuerdan de vez en cuando en la Antología nacional o en su Canto Elegíaco a la Muerte del General Belgrano, una de sus producciones que por la oportunidad y la feliz inspiración le dio alguna nombradía en nuestro mundo literario. Pero no es su estro poético la característica más interesante de su privilegiada inteligencia: son sus ideas, sus grandes aspiraciones, su acción eficiente para realizar en este suelo los ideales del progreso y de la vida moderna. “Y concluye: “A él le tocó una época difícil en que todo debía improvisarse en los anhelos de acelerar la marcha hacia un alto fin, vislumbrado en  allá en lo íntimo de una vasta concepción mental. No aminora sus méritos el que haya sucumbido en el laudable propósito, porque no estaba al alcance de un hombre vencer los obstáculos que oponían a su propaganda poderosos aliados”. Y con un fervoroso entusiasmo escribe la biografía, que nada deja por desear para rastreo de esa figura señera que fue Juan Crisóstomo Lafinur. Lo advierte cuando, refiriéndose a ella señala: “Si la independencia política es un hecho indiscutible, faltaba aún por emancipar los espíritus. Era relativamente fácil acuchillar “godos” y llevar triunfante a la América toda el credo revolucionario de Mayo, comparado con la tarea de luchar con el fanatismo y la rutina, encastillados en la ignorancia colonial”.                              
  Es que Juan Wenceslao Gez fue un forjador de nuestra identidad de puntanos y argentinos y para ello tuvo la certeza de que nada de lo nuestro podía pasarle inadvertido.  
  Al adentrarnos en la vida y obra de Juan Wenceslao Gez no se puede sino sentir una infinita admiración ante la multiplicidad de los afanes que lo inquietaron y ante su capacidad de trabajo, sin eludir el convencimiento de que estamos ante una de aquellas personalidades que, como las del Renacimiento, abarcaron extensos campos de la cultura y de la ciencia. Gez es como esas ciudades árabes a las que se puede acceder por muchas puertas. Siguiendo la biografía de Edmundo Tello Cornejo nos enteramos de su larga vida educativa, tanto en San Luis como en otros ámbitos del país, su labor de historiador, de periodista, además de  investigador naturalista, paleontólogo y botánico. Y encontró el tiempo, además, para volcar sus conocimientos en numerosos libros, folletos, conferencias, artículos. Recorrió la provincia utilizando precarios medios de transportes, en las primeras décadas del siglo pasado. La conoció  como la palma de su mano, desde los médanos de la región del sud a lo largo del río Desaguadero, el curso de sus ríos y arroyos, la presencia del medio centenar de lagunas, las minas de Cañada Honda, La Carolina, San Francisco y otras. Como si ello no fuera suficiente, dedicó muchas de sus horas a las investigaciones arqueológicas, descubriendo importantes fósiles que luego merecieran la aprobación de sabios eminentes como el Profesor Ángel Gallardo y Carlos Ameghino.  Fruto de sus recorridos fue la monumental Geografía de la Provincia de San Luis.    
  El filósofo Jacques Maritain, en su Filosofía de la Historia afirma: “Ahora, lo que yo pienso del mundo () tiene una especie de unidad vital – no política ni organizada, ni manifestada, pero sin embargo real. Y por razón de esta unidad vital, cuando un acontecimiento que hace historia, cuando un gran evento de la humanidad, un acontecimiento que actualiza potencialidades centenarias y viejas aspiraciones, ocurre en un punto particular del espacio, en una nación dada y en un pueblo dado, no ocurre sólo para esta nación o este pueblo, sino que ocurre para el mundo.”   
  La historia de San Luis que hoy reedita San Luis Libro cumple cabalmente con estas reflexiones. Lo que aconteció en nuestra provincia, todos los sucesos contados en ella, desde los orígenes hasta la crisis política de los noventa, sucedieron también para el mundo. Al leerla vemos que, si bien son acontecimientos históricos los que Juan W. Gez despliega a lo largo de la obra,  ellos están iluminados por el  fuego del amor por su tierra. Ya desde sus comienzo leemos: “La conquista y población de la hermosa región de Cuyo, perteneció al vasto territorio que hoy ocupa la Provincia de San Luis… El autor no se priva de emitir su juicio con el adjetivo de hermosa, con lo cual ya nos adentra en el terreno de la poesía. Y continúa narrándonos la magna empresa de la Conquista de Chile por Pedro de Valdivia, quien envió a su teniente Villagrán a realizar un reconocimiento de la región trasmontana. Luego de narrar los choques sangrientos con las poblaciones aborígenes, no las deja a un lado para continuar el relato. Se detiene en describirnos a esos pueblos llamados Comechingones y Diaguitas. Nos habla de los Michelingües, descendiente de ellos, de cultura superior a la de aquéllos, dice. Y no se priva de contarnos sus costumbres. Como arqueólogo, nos señala los restos que se han encontrado de ellos. Y luego la fundación de nuestra ciudad, sucesos todos que vamos leyendo como se lee un cuento, una novela, como aquellas fábulas de las que les hablara en un comienzo. Tal vez captara aquellas doctrinas de su filósofo admirado, Lafinur de que nada somos sin los sentidos. Porque son ellos, la vista, el tacto, el oído, el olfato y hasta el gusto lo que encontramos en esta verdadera obra literaria. No podemos dejar de pensar en la forma que San Luis ostenta en nuestro mapa: el de un ojo de cerradura. Y es por este ojo por el que Juan W. Gez entrevió a su provincia y con ella al mundo. Cumple, en primer término, la función de recordar y nombrar. Su genio narrativo consiste en emplear los poderes de la memoria; evocar los hechos al tiempo que preserva su frescura. Lo que Gez nos dice desde el siglo XVI es que sólo recobraremos nuestra cara y nuestras palabras si primero recobramos nuestro tiempo.
  Si comencé con el viento, podría concluir con la imagen del río, de ese gran río que es nuestra historia y que fluye en nuestro caso como los arroyos de nuestra tierra. El ya citado poeta Antonio Esteban Agüero decía en su poema Digo los arroyos:

¿Y ese tenue rumor inadvertido
que llega a mí sobre el silencio blando
Del aire montañés?
¿Y esa música azul? ¿Y esos cristales
suavemente tañidos y vibrados?
¿Y esa flauta de acentos campesinos
que murmura detrás de los collados?
Son los arroyos de mi tierra, el cielo
que ha preferido descender cantando
por arterias de cerro y de llanura,
líquido cielo musicalizado.
Como el indio yacente que ponía
la oreja en tierra para oír caballos
galopantes y ariscos a lo lejos
y acertaba su número y sus pasos,
y su rumbo también, yo me reclino
en la dura colina, sobre el pasto,
para oír los arroyos cuyas voces
hacen vibrar este país serrano
  
    Tal vez Agüero, que tanto conoció y amó nuestra historia, nos quiso decir que para saberla, para escucharla, debíamos reclinarnos sobre el pasto, que no es sino la escritura, ésta que también podemos leer en la Historia de la Provincia de San Luis que, como en ese río heracliteano, viene a decirnos que no nos bañamos dos veces en la misma agua, pero que siempre, siempre, seguimos sumergidos en el río. Muchas gracias

Leído el 8 de mayo de 2014  en el día de la Provincia de San Luis en la Feria del Libro  con motivo de la presentación de Historia de la Provincia de San Luis de Juan W. Gez.