lunes, 23 de agosto de 2010
La literatura oral tradicional y los niños de hoy- Paulina Movsichoff
Cancionero y juegos infantiles tradicionales
“Niño que juega poco se vuelve loco”, nos decía nuestra madre, allá por los días lejanos de la infancia, cuando solíamos abstraernos más de la cuenta en sumas y restas, vocales y consonantes. Entonces nos abría la puerta y el espacio se extendía ante nosotros, ese espacio grande y soleado de los patios de provincia donde, para los asombrados ojos infantiles, se condensaba el mundo. En efecto, era el aprendizaje del mundo, con aquellas palabras cargadas de magia y de poesía, tan palpitantes como los tuco panes que recogíamos en nuestras manos temblorosas, era la iniciación a la vida lo que realizábamos en esos ritos precisos de tomarnos de las manos y girar al son de melodías en las que resonaba la historia de la niña perdida en el jardín y rescatada por dos de nosotras transformada en sillita de oro o también aquella otra, que a mí particularmente me parecía tan triste, de la niña entregada no sabíamos a quién, sin más preámbulos que un "Buenos días Su Señoría, mantantirulirulá" y su partida era debida a su agrado del oficio que le pondrían. Recuerdo mi negativa a aceptar ninguno, no porque me desagradaran (ser pianista, bailarina, cantante, modista, quién no ha soñado con esos maravillosos oficios de los adultos), sino porque no quería irme con aquel pastorcillo a regiones lejanas que mi exacerbada imaginación poblaba de ogros y brujas malignas. Pero el forastero a quien llamaban pastorcillo era implacable y amenazaba con enojarse y contárselo al rey y esas poderosas palabras eran la llave que consumaba la traición: “Vuelva, vuelva, pastorcillo, no me sea tan descortés, de las tres hijas que tengo la mejor se la daré”. Entonces me marchaba, sumisa, a un destino pleno de interrogantes. Es que, quizás, nos entrenáramos oscuramente para realizar el sino que implica todo crecimiento: “Oye, hija y ve, e inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y se prendará el rey de tu hermosura”, nos dice la Biblia.
Ritos de iniciación
Cabe preguntarse si los niños de hoy juegan. Si no estaremos viendo crecer ante nuestros ojos a una generación entristecida, sin espacio ni cielo libres, identificada tan sólo con el personaje de moda de la televisión o absorbidos en los juegos electrónicos donde su imaginación se ve replegada en sí misma, “privada del derecho a las transparencia, es decir, del contacto con el mundo exterior. …Una ventana abierta a un mundo cerrado”, señala Umberto Eco. Y seguiremos en la perplejidad de interrogarnos si no estaremos empujando a nuestros niños a la neurosis. Porque los juegos, las canciones, las rondas, se remontan a aquel illo tempore en que los hombres danzaban y cantaban para comunicarse con la divinidad, develando así los misterios de ese mundo nuevo y a menudo hostil en donde, de lo contrario, se habrían sentido definitivamente extraviados. Épocas de los orígenes, de la iniciación, donde lo sagrado y lo profano constituían una sola y misma realidad. Mircea Eliade afirma que los ritmos coreográficos tienen su modelo fuera de la vida profana del hombre, una danza imita siempre un acto arquetípico o conmemora un momento mítico. En una palabra, es una repetición y por consiguiente una actualización de aquel tiempo. Y es en este sentido que los juegos cumplen la misma función que los cuentos maravillosos como más adelante veremos, pues contienen en sus estructuras originarias alusiones clarísimas a claves de comportamiento y hasta métodos de acceso directo a la iniciación tradicional. Son un ejemplo de comportamiento y una narración en clave que cuenta, en un lenguaje aparentemente sencillo, una realidad que nadie puede ni debe tomar al pie de la letra sino que, por el contrario, quien los escuche o lea debe encontrar la razón de la sinrazón que le habrá de abrir las puertas del entendimiento si pone voluntad en ello.
Las canciones, las rondas y romances se enlazan con el movimiento gestual y rítmico. Como ya lo dijimos, al tomarse de la mano y formar una ronda los niños repiten, sin saberlo, aquellos ritos iniciáticos en donde se giraba alrededor del centro-mundo que aparece como Paraíso en todas las cosmogonías tradicionales. Actualizan también, los niños con sus rondas, esa rotación que es la figura del cambio al que están sujetas todas las cosas. Esto nos conduciría a las concepciones cíclicas, emparentadas con los antiguos ritos. O aquel otro juego, la Rayuela, para dar nada más que un ejemplo, con su paisaje de camino repleto de premios y de obstáculos y de normas (no pisar las rayas, mantener el equilibrio en un solo pie, tirar el tejo desde arriba del hombro y acertar en los casilleros) es un clarísimo ejemplo del camino iniciático del peregrino que intenta alcanzar su meta superando todas las pruebas para llegar al lugar sagrado que lo espera al final de una dura jornada. Si nos tomamos el trabajo de rastrear en los juegos que la tradición nos ha dejado, vemos que están repletos de simbolismos que nos remiten a otra realidad, secreta y trascendente. En Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, René Guenon dedica un capítulo especial al simbolismo de las flores. La flor, por su forma, evoca la idea de un receptáculo, de una copa. El abrirse de una flor representa el desarrollo de una conciencia universal. Y entonces no podemos dejar de recordar a aquella vieja Meregilda que está en su vejez “abriendo una rosa / cerrando un clavel”, es decir el clavel de la pasión y el amor humanos para abrirse a esa armonía universal y total simbolizada en la rosa.
No debemos olvidar tampoco que todos estos juegos se expresan en rimas, en fórmulas ritmadas. Ellas provienen de aquella antiguas fórmulas que tenían por objeto, a través de la reiteración, establecer una comunicación con los estadios superiores, lo cual era una función de los ritos. En mi provincia, castigada ancestralmente por la sequía, teníamos una para hacer llover que nunca fallaba:
Agua San Marcos, Señor de los charcos
para mi triguito que está muy bonito
para mi cebada que ya está granada
para mi melón, que ya tiene flor.
Cuando necesitábamos que hiciera buen tiempo, nos cuidábamos mucho de pronunciarla, ya que era muy probable que, de hacerlo, un chaparrón imprevisto estropeara nuestros planes.
Quedarían otros casos por señalar, en que se encuentras evidentes concordancias entre realidad profana y aquella sagrada de los orígenes. Mencionaré tan sólo aquella rima, por demás familiar:
En el puente de Avignon
Todos bailan todos bailan.
En el puente de Avignon
Todos bailan y yo también.
El puente como vínculo entre las dos orillas en donde todos bailan, es decir, desempeñan los diferentes roles que les impuso la vida.
También la psicología, esa moderna herramienta para penetrar en la mente humana, se ha ocupado de desentrañar el sentido del juego y la vital necesidad que el niño tiene de él. Es jugando como el niño desarrolla su capacidad de simbolizar. Estructura también el lenguaje, que no es sino la sustitución del objeto por la palabra. Representa situaciones, roles que está viviendo, comprende mejor el ambiente que lo rodea y lo adapta a sus intereses, rehaciendo la realidad a su manera. Es en ellos donde el niño y la niña realizan su aprendizaje de la lengua materna. Las palabras adquieren aquí la suavidad de la caricia, susurro que espanta los miedos de la noche, encantamiento que interna por los caminos de lo onírico, de la poesía, de fórmulas al parecer incoherentes pero que, para la mente infantil, irradiarán una multiplicidad de significados. Palabra y fórmulas que le enseñarán mejor que cualquier lección de geografía o de ciencias naturales o de matemáticas. Paulo de Carvalho Neto habla, en su obra Folklore y Educación, de dicha fórmulas como de “hechos test” que, afirma, desarrollan actividades vocales, comprueban la rapidez de los razonamientos. Rescata como las principales a los destrabalenguas y a las adivinanzas. Entre estas últimas se encuentras prodigios de síntesis, de metáforas sobre el hombre (antropomórficas):
Soy uno de cinco hermanos
De un solo vientre nacido.
Un solo nombre tenemos
Diferentes apellidos
(Los dedos de la mano)
Sobre los animales (zoomórficas):
Poncho duro por arriba
Poncho duro por abajo
Patitas cortas,
Cortito paso.
(La tortuga)
Sobre los astros:
Dicen que soy rey y no tengo reino,
Dicen que soy rubio y no tengo pelo,
Afirman que ando y no me meneo,
Compongo relojes sin ser relojero.
(El sol)
Las hay comparativas, descriptivas como la siguiente, que revela un alto sentido poético y filosófico:
Cantando olvido mis penas
Mientras voy hacia la mar,
Las penas se van y vuelven
Mas yo no vuelvo jamás.
(El río)
Narrativas, aritméticas, de parentesco, engañadoras, burlescas, doctrinales y hasta eróticas. Seguramente aquí en México habrá destrabalenguas que tengan algún parecido con el siguiente:
Tengo una tablita tarantintantinculada;
El que la destantarabintanticulase
Será más que un buen destarabintanttinculador
con las que realizábamos nuestras primeras armas en el lenguaje y que nuestras madres usaban para destrabarnos la lengua, ayudándonos así a ingresar al país del pensamiento.
Por las tierras del mito
En todo el mundo, en todos los tiempos, los mitos del ser humano han florecido. Constituyen las invenciones de su pensamiento, de sus miedos, de sus interrogantes. Lo flanquean con una solidaridad que nos asombra, acompañándolo en sus faenas, sus horas de descanso, sus batallas y sus largas migraciones a través de los ríos, cordilleras y desiertos.
Se desconoce en qué lugar florecieron los primeros mitos, esas primeras historias. Algunos pensadores defendieron eruditamente, a través de los años, las hipótesis de un origen común y de un proceso ulterior de difusión préstamo. Otros sostuvieron que se originaron de manera independiente en diferentes estadios del tiempo y del espacio.
Como se nos dice en Los Vedas: “Las verdad es múltiple, los sabios hablan de ella con muchos nombres”
El mito es la expresión de un pensamiento primordial. Nos lleva a la comprensión de un orden, de un significado. Su lenguaje es ajeno a la conciencia. No habla a la razón sino a la totalidad del ser.
La palabra griega mythus vendría a significar, originariamente, consideración, reflexión, razón y también opinión. Sin embargo, poco a poco su sentido se fue desplazando hacia el terreno de la fantasía y mythus vino a designar leyenda.
Joseph Campbell diferencia dos etapas en la constitución del mito: la primera, de las emanaciones inmediatas del Creador increado a los personajes fluidos pero fuera del tiempo en las edades mitológicas. La segunda, de los creadores creados a la esfera de la acción humana… El ciclo cosmogónico, por lo tanto, ha de seguir adelante no por medio de los dioses que se han vuelto invisibles- afirma – sino por los héroes de carácter más o menos humano y por medio de los cuales se realiza el destino del mundo. Es aquí donde podemos situar el nacimiento del héroe. "El héroe es un ser humano con valores fuera de lo común, con valores extraordinarios. Toda la vida del héroe se muestra como un conjunto de maravillas en la realización de la gran aventura’”.
Los relatos extraordinarios, los cuentos populares deben ubicarse en este contexto. Son la voz de la memoria, aquello que denominamos literatura de tradición oral y que constituye el vehículo de emociones, motivos, temas, que fueron transmitiéndose de padres a hijos. Esta literatura vivida imprime su huella en la memoria, que almacena estructuras y formas de lo oral, cantada y decantada por la memoria colectiva, que retiene ciencias, costumbres, rituales, cuentecillos, leyendas, romances, coplas.
El advenimiento de la escritura relegó a un segundo plano o más bien contribuyó a la minimización de la oralidad, cuya necesidad como instrumento indispensable para acceder a nuestras fuentes y su enorme riqueza están siendo recientemente valoradas en su real dimensión. Pero el vehículo fundamental de la cultura no es la escritura, sino la lengua. Walter Ong, en su estudio de la oralidad señala que “el lenguaje es un fenómeno principalmente oral, pues de la miles de lenguas que se hablaron a lo largo de la historia de la humanidad, sólo ciento seis se plasmaron por escrito en un grado suficiente para producir una literatura de este tipo y la mayoría no llegó a la escritura. De las tres mil lenguas que hoy existen, sólo setenta y ocho poseen una literatura escrita."
Existe una aparente contradicción en el término de una literatura oral. Etimológicamente, literatura viene de letera, palabra latina cuyo significado es letra. O sea que al hablar de literatura se piensa en la obra escrita. "Pero las palabras – dice Adolfo Colombres - no sólo son etimología". Al reafirmar el concepto de literatura oral, queremos decir también que lo literario no debe ser definido por la letra, por la escritura, sino por el relato y el canto, por la expresión narrativa y lírica en sí. Son numerosos los escritores que han abordado y tomado motivos de la literatura oral para sus obras. Pensemos, sin ir más lejos, en un Cervantes, en un Tirso de Molina, en un García Lorca. En uno los libros de Miguel de Unamuno hay un bello recuerdo de estos papeles, “la literatura de cordel”, le llamaban y que también existe en el nordeste brasileño. “En la plaza del mercado estaba el ciego que los vendía – nos cuenta -, aquellos pliegos de lectura que, sujetos con canutos a unas cuerdas, se ofrecían al curioso…aquellos pliegos que encerraban la flor de la fantasía popular y de la historia, los había de historia sagrada, de cuentos orientales, de epopeyas medievales del ciclo carolingio, de libros de caballerías, de las más celebradas ficciones de la literatura europea, de la crema de la leyenda patria, de las hazañas de los bandidos…Eran el sedimento poético de los siglos que, después de haber nutrido los cantos y relatos que han consolado la vida de tantas generaciones, viven por ministerio de los ciegos callejeros, en la fantasía, siempre verde, del pueblo.” Y en la gran mayoría de los casos la oralidad convive con la escritura, hay una oralidad contaminada en donde los relatos mantienen sus estructura y función pero acusan alguna influencia de la escritura.
No podemos ignorar el concepto de nuestra sociedad que suele considerar culto al que posee la escritura e inculto e iletrado al que no pudo acceder a ella. Sin embargo, nos basta visitar una comunidad indígena o rural, hablar con una de esas personas por las que nuestra visión de lo culto siente compasión a veces por su analfabetismo y encontramos que en ella está la verdadera sabiduría, aquella que nos acerca a la profundidad de la vida en comparación con la cual nuestra civilización nos sacude con su pobreza.
Los estudiosos nos hablan también de una oralidad de segundo grado, que no se genera en las más antiguas tradiciones, sino que es como una serpiente que se muerde la cola, pues al recibir ciertas historias, ciertos hechos la literatura las oraliza. Sería el caso de las gestas de Carlomagno y de los Doce Pares de Francia en manos de grupos étnicos de América colonizados en los siglos XVI y XVII. Y éstos andan, por lo común, mezclados a nuestras tradiciones más auténticas.
Otra de la característica de la oralidad es que se da mediante cierto ritual, el que resulta a menudo una verdadera puesta en escena, rica en gestualidad y movimientos, vocalizaciones y otros elementos que no pueden ser registrados por la escritura. Lo vimos en las rimas, los juegos. Pero sucede algo similar en las narraciones. Alfonso Reyes recuerda a uno de estos oradores: "Conocí en mi niñez a un verdadero narrador popular, no adulterado por los estímulos de la letra escrita. Cuando se le pedía un cuento se concentraba un instante y decía: ‘Voy a recordar las palabras’ “. El cuento era para él un poema en prosa. Este hombre es el legítimo narrador de historias o ‘Tusitala’, como le llamaba a Stevenson los niños de Samoa.”
Es a través de esta irradiación oral y colectiva que seguimos, pues, adentrándonos en la experiencia de los mitos y ritos de iniciación, con un lenguaje adaptado a nuestra visión terrenal pero no por ello menos simbólico. Y son los niños los primeros en captar su sentido mágico pues, como el hombre primitivo, vive inmerso en el lenguaje secreto del universo. Encontramos muchas de la mejores historias de la narrativa universal en estos cuentos populares extendidos por todo el mundo con sorprendente uniformidad. Seguramente cada país tiene sus propias tradiciones, con seres sobrenaturales benefactores y maléficos, animales astutos como el zorro en nuestro país, el conejo en México, con leyendas religiosas, con personajes que el imaginario colectivo llevó a la categoría de mito, como La Llorona en México o la Difunta Correa en nuestro país.
Quisiera referirme especialmente a los cuentos maravillosos , en cuyas adaptaciones he trabajado especialmente.
Cuando, de adultos, tiramos el hilo de la memoria y los personajes que encantaron nuestra niñez se aparecen entre nosotros, nos detenemos perplejos ante un cúmulo de interrogantes. ¿Es lícito relatárselos a nuestros hijos, a nuestros nietos? ¿No hay acaso en estos cuentos situaciones que ahora, a la “todopoderosa” luz de nuestra razón encontramos cargadas de violencia y hasta de crueldad?
Preocupados por las mentes infantiles quisiéramos apartar de éstas todo aquello que sea susceptible de turbarlas en el más mínimo grado. Mucho se ha discutido también, en psicología o pedagogía, sobre la conveniencia de estos relatos. Hay corrientes dentro de la literatura infantil moderna que propugnan cuentos de una naturaleza diferente, sin brujas que quieran comerse a los niños, sin madrastras envidiosas que envíen a sus hijastras a dormir entre las cenizas del hogar, sin hadas que todo lo resuelven. No es nuestra intención desvalorizar nuestra literatura actual ni minimizar la literatura infantil del presente, entre los que se cuentan extraordinarios autores cuyos libros de desbordante fantasía constituyen la delicia de niños y mayores. Pensemos en María Elena Walsh, en Emma Wolf, en Graciela Montes, para citar sólo unos nombres. Pero los cuentos maravillosos están también allí, al alcance de las manos infantiles y con ellos los niños viven momentos que quedarán brillando en sus corazones con la luminosidad de un diamante.
Una de las funciones importantes del cuento de hadas es hacer que el niño se identifique y se vea inmerso en experiencia y situaciones arquetípicas, tales como la diferencia entre lo bueno y lo malo, el valor y la cobardía y el enfrentamiento entre nuestro ingenio y las fuerzas superiores. Bruno Bettelheim, en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, afirma que ellos responden a profunda pulsiones interiores de la mente. Escuchándolos, el niño aprende a resolver sus conflictos, a realizar sus identificaciones con el bien, a satisfacer su profunda necesidad de justicia. Porque una de las características de estos relatos es su final feliz. No podría ser de otra manera ya que es lo que el ser humano necesita para confiar en el futuro, confianza que, a fin de cuentas, no significa otra cosa que confiar en sí mismo. Esta promesa de felicidad que nos dejan los cuentos se da entonces enlazado con el deseo de justicia. “Para sentirse aliviado- afirma Bettelheim – es necesario que se restablezca el orden correcto en el mundo, lo que significa que el personaje cruel debe ser castigado, es decir, que el mal debe ser eliminado del mundo del mundo del héroe, y así ya nada podrá impedir que viva feliz y para siempre”. También este final feliz tiene una honda raigambre en el anhelo del paraíso que subyace en todo ser humano.
Podemos detectar otros elementos que, a través de los relatos maravillosos, inciden en el favorable desarrollo del niño. Según Fernando Savater el niño, resguardado en la tibieza del hogar, ve limitada su acción en el presente. Escuchando los viajes y difíciles pruebas por las que pasa el héroe, se identifica con ellos y aprende para siempre que la vida es un viaje no sólo hacia fuera, hacia el mundo externo, sino igualmente hacia adentro, hacia su interior desconocido y, a menudo, más terrible que el exterior. Es el coraje del héroe el que le ayudará a su vez a tener coraje y a saber que siempre le sobrevendrá alguna ayuda representada, en el caso de los cuentos, por animales, hadas o duendes. Es que los elementos de la naturaleza tienen aquí un lugar preponderante que coincide con el pensamiento animista del niño, para quien hasta las piedras tienen vida y pueden comunicarle sus secretos. Ese protagonismo de las plantas, del paisaje, así como de los animales que ofician casi siempre de benefactores de la naturaleza, les enseña a amar los escenarios por donde caminan sus héroes.
“Lo maravilloso primitivo, lo mágico – señala Ana María Pelegrín – es creación de lo imaginario, aventura literaria sin interrupciones en el tiempo, continuamente transformada, justamente por su audaz relación con la realidad histórica”.
La literatura oral tradicional frente al quiebre de la conquista O
“Del mar/ los vieron llegar. / Mis hermanos emplumados, eran los hombres barbados/ de la profecía esperada”, escuchamos en esa estremecedora canción de Gabino Palomares. Y podríamos decir que, junto a aquellos hombres barbados, en aquellas naves llegaron el idioma español y muchos de los cuentos que hoy escuchamos de boca de nuestro pueblo. Aquí también, en estas tierras, sus habitantes tenían sagas, leyendas deslumbrantes, cosmogonías. Pensemos en el Popol Vuhj, en el Chilan Balam. Rubén Bareiro Saguier, en El guaraní y su mundo señala: “cantos cosmogónicos y teogónicos, mitos fundacionales y actualizadores, oraciones que ponen en comunicación al hombre con sus dioses, la palabra poética con el canto, constituye entre los guaraní el núcleo más vital, medular de la cultura, su expresión privilegiada y el esqueleto de su ser social”. Y en El continente de los siete colores Arciniegas reflexiona sobre “lo negro, lo indio, lo siciliano, lo gitano, lo chino, el espiritismo, la teosofía, lo que viene de los aquelarres españoles, todo viaja, se cruza como las razas, penetra en la religión católica, es un cóctel, una mescolanza, un rabo de gallo, una resonancia en la vida común, que hace apariciones sorprendentes en el folklore, contagia la vida política, llena páginas en las novelas y pone claves en la poesía y asuntos en la música”.
Nuestra literatura oral tradicional no es, entonces, una supervivencia cultural sino una vivencia que expresa el sentir de una sociedad. Forma parte vertebral del ethos cultural.
Indudablemente es también el movimiento desencadenado por la dominación. Hay sin duda una gran influencia española tanto en los cancioneros como en los relatos tradicionales de toda América. Y en cuanto al aporte indio nos basta con rescatar aquella figura del cuipapicque, como llamaban al poeta o forjador de cantos, cuyos cuicatl (cantos) exaltaban la primavera, la amistad y las cosas bellas de la vida además de poemas épicos. También los quechuas tuvieron al arawicu poeta y principal culto del taki, canto o canción, versos cantados que podían expresar cualquier sentimiento.
Muchas veces, sobre todo en la narrativa, los temas no son indios, pero están tratados como si lo fueran. Son la evidencia del sincretismo que tuvo lugar cuando la fuerza de la tradición se vio enfrentada a una nueva cultura y política tan fuerte como fue la conquista y su período de afirmación en la colonia.
La investigadora tucumana Honoria Zelaya de Nader señala en su libro Evolución de la Literatura infantil-juvenil en Tucumán: “En la voz de las madres indias laten las simientes más profundas de nuestra literatura infantil. ¿Cómo invalidar la adhesión con sabor a ‘Había una vez’ en la infancia de nuestros antepasados al ingresar al territorio mítico de Pachamama, Huyarapuca o Coquena entre otros?” y añade: “La unión de blanco e indio ha tenido en América una repercusión capital, no sólo por la concupiscencia alcanzada (Bernal Días anota que un soldado Álvarez, natural de Palos, tuvo treinta hijos de madre india, sino también por la actitud asumida del blanco frente a esos indios. Nos referimos al abandono de que los hizo objeto, porque los niños quedaban en manos de sus madres, entregados total y exclusivamente sus responsabilidad. Este hecho nocivo para la integración familiar favoreció, como contrapartida, el desarrollo de la identidad cultural materna. El abandono paterno posibilitó a a la madre india el educar a sus hijos criollos con sustratos del alma indígena."
No podemos aquí pasar por alto a esos hombres que, en toda América, con esa actitud de humilde asombro que caracteriza a los sabios, se inclinaron sobre la tierra para oír sus murmullos, trajinaron los rincones de nuestra geografía en viajes que duraban a veces varios días con sus noches, para desenterrar, la mayoría de las veces de boca de los más humildes pobladores, de nuestras madres indias, ese venero de sabiduría, esa enterrada memoria colectiva que es el cuento tradicional. Nombres como Juan Draghi Lucero, Berta Elena Vidal de Battini, Juan Alfonso Carrizo en mi país, Carlos Incháustegui en México, supieron que allí estaban las esencias, vuelven a ese venero para encontrar el enlace que lo envuelve en toda su secuencia de motivaciones soterradas y que convierte a estas narraciones, a estas coplas en un mundo coherente, unido por los hilos que proceden de un solo gran núcleo tradicional, núcleo que hace un momento llamé memoria colectiva, pero que ahora me atrevería a denominar “Conciencia Cósmica”. “Toda la literatura folklórica y toda literatura que conserva la tradición folklórica se complace en las cosas infinitas e inmortales”, nos dice Yeats.
En relación a los cuentos maravillosos, las hadas, los príncipes, los duendes, se internaron por nuestras selvas, viajaron por nuestros ríos, cantaron y bailaron debajo de algarrobos y talas y, poco a poco, comenzaron también a ser nuestros. Sin duda puede parecer extraña la aparición, en un cuento latinoamericano, de elementos como reyes y princesas. Es que los reyes, más allá de su ya perimida función política, desempeñan en la mente humana el papel de aquellos Arquetipos de que nos hablaba Jung. Más que el poder humano, su parentesco es con el mito solar, tan arraigado en las civilizaciones precolombinas. Son los Imágenes y Motivos de que nos hablaba Stith Thompson, que enlazan con motivos iniciáticos, con creencias arcaicas. “El alma – decía también Yeats – no puede alcanzar gran conocimiento mientras no se haya despojado del hábito del tiempo y del espacio”.
De la oralidad a la escritura
La oralidad no envejece, es vitalidad constante. Sin embargo, los pueblos gastan mucha energía en memorizar los contenidos que fueron acumulando durante tanto tiempo. Por ello es que resulta necesario registrar de algún modo este universo cultural, so pena de que los pueblos pierdan su identidad.
Si bien mucha de esta literatura fue y es recogida por eruditos y antropólogos, es de lamentar que no sea difundida por otros canales que no sean los textos científicos de tiraje mínimo.
Por ello es que la mayor parte de estas historias permanecen en la marginalidad. Así, muchas se han perdido o están por perderse. Los niños ya no se nutren de ellas en las comunidades ni tampoco en la ciudad. De allí la importancia de trabajar sobre este rico material realizando antologías de la lírica y los juegos tradicionales así como también adaptaciones. Ello no significa desnaturalizar el sentido étnico y personal de estos relatos, sino que es un modo de acercarlo a las mentes de hoy y transmitirles todo su resplandor. Se trata, en definitiva, de realizar las adecuaciones necesarias con el menos sacrifico posible, tanto en lo estilístico como en el contenido, para no corromper el sentido de los relatos. Es una co-creación en donde el adaptador o traductor de esos cuentos se sumerge en una profunda empatía para con ellos y a la vez con el eventual lector, por lo que se realiza una verdadera síntesis cuyo resultado trata de ser una versión a la vez libre y solidaria. Porque, siguiendo a Adolfo Colombres, “la oralidad es devenir, proyecto.”
Conclusiones
La literatura oral tradicional cumple entonces la función de despertar en los niños sentimientos de identidad, de unirlo con fuertes lazos a la cultura en la cual tiene lugar su desarrollo. “En el principio era el Verbo”, leemos en el Evangelio. Y efectivamente es por medio de ese verbo, de esa palabra, que nos humanizamos, encontramos, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianas, los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Y lo que habla en nuestro lenguaje con un fulgor escondido pero siempre presente es el pueblo, con sus creencias, sus mitos, sus tradiciones. "Porque el lenguaje – señala Foucault – no está ya ligado al conocimiento de los hombres sino a la libertad de los hombres”. Porque el lenguaje, sostuvo también Grimm “es humano: debe su origen y sus progresos a nuestra libertad plena; es nuestra historia, nuestra herencia”.
Las puertas de la imaginación están abiertas. Pasemos por ellas y comprobemos que, como en la vieja alquimia, a través de los juegos. Las canciones y relatos tradicionales podremos transmutar la materia bruta de nuestra cotidianidad en la sustancia aúrea de nuestra verdad interior.
Conferencia dictada en la U.D.L.A (Universidad de la Américas de Puebla), en 1996
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