Todavía el monte espera
a esa muchacha que golpea las puertas del silencio
Allí ha de buscar su corazón que se quedó enganchado
en la tersura nueva de la hoja.
Todavía en sus manos se despabila el rocío
que despertó de pronto cuando reconoció
el ávido fervor de sus pisadas
Ya no era la soledad
era el encuentro
subiendo por el aire
desnudando la danza
de la mano de un trino de calandria
La lluvia era un secreto
y el amor una seda que aún
no se atrevía a desdoblar
Tan sólo la piedras
conocieron su energía de jade
su amistad de esmeralda
su intimidad con el zafiro
El cielo fue una pradera verde
donde ensayó ese vuelo
que ya cosquilleaba en su cintura
El árbol le concedió su corteza
para que allí pudiera
cincelar su nombre
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