sábado, 15 de octubre de 2011
Fuegos encontrados- Paulina Movsichoff (fragmento)
Los días de Lemunano ya se han roto. No subirá la montaña florecida con la mirada centelleante por la miel del Kaichán, ni sus oídos escucharán el clamor de los atabales. Los días de Lemunao ya se han roto, a pesar de que los hombres aún esperan que el brazo de su jefe los conduzca por la marejada de chuzas, que su voz levante una vez más el árbol de la victoria. Pero Lemunao tiene el cuerpo frío y la mirada lejana. Quizá el espejo de su memoria refleje todavía la cabellera de una mujer y sus manos desanuden la trenza de su risa. Quizá todavía lo estremezca un antiguo clamor, una polvareda de delirios. El son de los cultrunes acompaña ahora la salmodia triste de las mujeres que no quieren mirar esas manos aferradas a la muerte, su raíz cortada por el filo del dolor. Vanas lanzas tiemblan en la noche. Un venado corre, atravesando el viento.
El canto de la Machi sube, pausado y melancólico, chau, kusche ngéime, mileum mi wenapú meu, el demonio alzó sus torbellinos a tu paso, el demonio te ha derribado. Entonces Lemunao se incorpora y su mirada recorre la penumbra del toldo. Se detiene ante el nuevo, ante aquel que un día llegó y fue su hijo. "Te llamarás Huaquinpán", le dice, "mi lucha hasta el final llevando. Desde el principo estando Huaquinpán defendiendo la tierra, hasta el final luchando. La destrucción llegando. La tierra siendo nuestra, nosotros creciendo en ella como quien planta un árbol, los intrusos siendo ellos, más allá del mar viniendo. Triste siendo".
El cuerpo es colocado en la huaca. Descansará en la ladera de un médano, a la sombra del piquillín. El fürufü- hué vendrá todas las tardes a entonar en su tumba la canción de la brisa.
El mensajero entregó su quipu y explicó: "ésta es nuetra señal: hay que deshacer un nudo cada día. Cuando quede uno solo se hará la junta". Huaquinpán esperó, paciente, la respuesta. Sentado en un tronco de caldén escuchó: "dicen que habrá guerra, pues; acabaremos con los huincas".
Fueron llegando, de todos los rumbos. Pasaron delante de Huaquinpán, la mirada de fuego, la frente de piedra. Larga fila lo rodea. Huaquinpán hace un signo con la cabeza y todos bajan de las cabalgaduras, despojándose de sus mantas. Sólo él permanece erguido en el caballo, auscultando el horizonte. De pronto exclama: "¡Ya" y comienza a oírse el clamor. La tierra parece retumbar. Sólo entiende el grito agudo; avanzan corriendo en fila cerrada cimbreando las lanzas, haciendo maniobra de combate. El grito estremece el aire, se eleva por encima del polvo, se reparte a todos lados. Uno de ellos se acerca y saluda al Gran jefe. Detrás, las manos atadas con sogas, viene el blanco. Fue la noche anterior, al amparo de las sombras, cuando lo capturaron. Huaquinpán se dirige a los suyos después de estudiarlo largamente: "ya hemos capturado el toro, hoy celebraremos el nguillatún".
El prisionero es atado al algarrobo. Los gritos no han cesado. Una extraña danza, agónica, ebria de vengaza, va rodeando su cuerpo, que ya no resiste. Sabía a lo que se arriesgaba cuando trató de convencer a los indios de que pactaran con el enemigo.
La Machi permanece inmóvil, los brazos extendidos. Su ayudante va hacia el blanco y le arranca el corazón. El fuego lo recibe después de que los hombres untan la lanza con su sangre. La machi traza un círculo en el fuego, clavando en el centro la varilla. Dibuja el caballo, dibuja la perdiz, dibuja el toro, dibuja el puma, dibuja el buitre. Luego desata su danza. Cuando le presentan el corazón clavado en la punta de las chuzas, Huaquinpán piensa: "Ya nada podrá detener al gran malón". Él sabe de los proyectos de los huincas. La paz con ellos no es posible desde que sus mensajeros le avisaron de la última invasión. Hoy es el día en que un solo nudo queda en el quipu. Cuando la noche se arrodille ante el gran sol, cuando la luz abra un camino en su sueño y en el de los suyos, irán por el rumbo que la Machi señale, soplando el humo de su pipa. Demostrarán que no es fácil vencerlos, quitarles esa tierra donde una vez los arrinconaron.
El día de la guerra ha comenzado. Huaquinpán es el primero em montar. Los demás lo siguen y en su galope hay una decisión inquebrantable. No tiene tiempo ya de pensar en el rostro manso de Casiana enseñándole los nombres de los pájaros mientras despliega la ropa sobre las piedras del río, ni en el cuerpo moreno de la María Salomé hablándole el lenguaje de la ternura. No tiene tiempo de pensar en nada pues allí, más allá de los médanos, detrás de la mole rocosa, está el enemigo. Volverá cansado, los ojos brillantes de victoria. Y sentirá en su cintura el calor de una manos de niña, que se le tendieron en medio del griterío y del fuego pidiéndole ayuda.
Fuegos encontrados. Editorial Tierra Adentro, México, Editorial Círculo de Lcetores, Buenos Aires, Editorial Tierra Adentro, Bueno Aires y próximamante en San Luis libro, Colección Bicentenario, San Luis.
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