PRÓLOGO
Apenas de vuelta en Argentina, por aquellos
jubilosos días de nuestra recién inaugurada democracia, me topé con el disco de una cantante desconocida
hasta entonces para mí: Teresa Parodi. Una
mujer joven, de pelo castaño y ojos claros, sonreía desde la tapa de aquellos
entrañables y desaparecidos longplaying,
saludándonos con un: “Cómo están mis amigos”. Y este saludo se repetía en
guaraní. Obedecí a la voz secreta que me incitaba a comprarlo, a esos
silenciosos argumentos que suelen ser más fuertes que los de la sensatez. Esa tarde,
al lado de mi viejo tocadiscos, escuché una y otra vez aquellas canciones que
removían en mi interior cortezas de tiempo y me llevaban de nuevo a la frescura
de mis orígenes. De esos orígenes que muchos imagináramos definitivamente
perdidos en la obligada diáspora de aquellos años. Sí, allí estaban los patios
viejos, los naranjos, las calientes siestas provincianas, esos olores y sabores
del monte que ya forman parte de la historia de nuestra alma, pero también de
aquellas “puras existencias”, al decir de Miguel Hernández, aquellos hombres y
mujeres de nuestro interior, con sus desdichas, su tozuda esperanza, su fuerza
siempre invicta. Ellos hablaban, amaban y decían sus dolores a través de la
voz, la poesía, el canto, en fin, de Teresa. No he dejado de escucharla a
través de los años como a una Ariadna que nos provee el hilo con el cual
podremos recorrer el laberinto de nuestra identidad.
“La poesía suministra a la historia una
imagen de lo que es eterno en cada pueblo”, dice Luis Santullano en el prólogo
a los Romances de España y América y
esto es lo que logra Teresa con su canto, atravesado por ese ritmo envolvente y
voluptuoso y travieso que caracteriza a la música de su tierra. Para decirlo
con con sus propias palabras, nos da “a beber el agua pura de indecibles
nostalgias y el frescor transparente de los cántaros. “
Por eso estas conversaciones, en que la escuché
desenredar recuerdos y fuimos acercándonos a uno de los elementos más
importantes y siempre presente en su trabajo: la oralidad; esa irradiación de
la cultura del pueblo que, en este caso sería Corrientes, pero que puede
aplicarse a todo nuestro interior. Un manto de silencio se cierne hoy sobre
toda esa realidad que, sin embargo, conserva intacta su bullente vitalidad, su honda
y universal sabiduría. Teresa la recoge y, en una feliz alquimia, la transforma
y recrea. Lo folklórico y literario se funden en una síntesis que para nada
necesita de rótulos o etiquetas. Como los antiguos juglares, ella da testimonio
de los suyos, de los que son permanentemente ignorados por los poderes de turno
y cuya voz se intenta siempre tapar con un estridentismo vacío de contenidos.
Si la poesía es liberación por la palabra, Teresa abre también, con la suya, las
puertas a la más marginal de las marginalidades: la de la mujer humilde. Y se
instala entre nosotros para que sea ella quien nos cuente sus esfuerzos, sus
tareas ingratas, animándola a su vez a sacar los sueños de las honduras de sus
dolores.: “Acostumbrate a tocar el cielo, como si fuera tuyo, Margarita”.
Entonces una recuerda a esa princesita del poema de Darío, a aquella otra
Margarita que se fue” bajo el cielo y sobre el mar/ a cortar
la blanca estrella que la hacía suspirar”. Porque la Margarita es una mujer de “origen
despiadado”, pero ello no la priva de nuestro derecho más humano: el de
imaginar.
Teresa arremete, asimismo, contra los tópicos
de represión y timidez, nos incita a hablar, a decir en un auténtica rebeldía que
la convierte, a su vez, en una mujer auténtica.
Sus canciones, atravesadas por el ritmo y por
el baile pero en donde no se puede soslayar el elemento visual, despiertan en
nosotros esa “fuerza gozosa” de que hablaban los orientales. De Teresa podría afirmarse lo que se dijo alguna vez de
Guillermo Enrique Hudson: “Poseyó la felicidad de mirar, pero también de contar
lo que había contemplado.” Por todos sus
sentidos percibe el encanto de las cosas y nos lo transmite con minuciosa
fidelidad.
Su canto es de revelación, lo que al conduce
a una inocultable rebelión. “Rebelión y revelación, lenguaje y pasión son manifestaciones
de una realidad única”, afirma Octavio Paz. Por eso hay en ella una raigal
continuidad entre vida y creación.
El empeño en adoptar el género popular como
material poético ha sido en Teresa un acto de libertad. Una “Insurrección del canto”, para
parafrasear a nuestro poeta Luis Franco. Porque, como dice Foucault. “El
lenguaje no está ya ligado al conocimiento de las cosas sino a la libertad de
los hombres”. Libertad que Teresa persigue con fervor alucinado y que no encuentra
sino en el canto, ese que queda revoloteando entre nosotros con sus dos alas radiantes
de maravilla.
Buenos
Aires, marzo de 1998
No hay comentarios:
Publicar un comentario