Para que el porvenir
no nos tomara por asalto
nuestras manos
arrojaban los días
en el légamo fiel de
la memoria
tal como los
guijarros que relucen
señalando el camino
del regreso
a los que se
extraviaron en las espesuras de la orfandad
Quizá ya
comprendíamos
la quebradiza
consistencia del sueño
y que tan sólo
podríamos salvarlo
en aquella absorta
permanencia
bajo la quieta
ramazón del transcurrir
Desde allí
vislumbrábamos el palpitar ardiente de la vida
y no había un antes
ni un después
Únicamente el ahora
con su carga
obsequiosa de racimos
sin duda temeroso de
que el alma no pudiera ser bautizada
con todo lo que en
ella pugnaba por ser nombre
La eternidad
respiraba en nosotros
mientras nos iba
vistiendo de hermosura
Nos arrullaba con una
leve cantinela
con esa cadencia
delicada
que adopta la
ternura cuando trata de que las sombras
no la distraigan del
amor
Hablo de aquellas
horas
Después
traspasaríamos el umbral del exilio
Confesiones del relámpago
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