sábado, 24 de octubre de 2009

Espejo de cuerpo entero: Magnetismo y revelación en la poesía de Juan Crisóstomo Lafinur

Es Lafinur un personaje al que, como las antiguas ciudades árabes, se puede abordar por numerosas puertas: las más visibles de ellas son la filosofía, la música y la poesía. Mucho creo se habrá hablado ya en estos encuentros de sus ideas filosóficas, de esas teorías sobre el sensualismo que tanto escándalo provocaran en su época y que le valieron el exilio y la muerte en tierra extranjera con sólo veintisiete años. Sabemos también de su talento para la música. Era un apasionado intérprete de Haydn y Mozart y dicen que se transportaba tanto al sentarse al piano que se lo podía tocar sin que él mostrara la menor señal de darse cuenta. Fue el autor de la letra y la música del Himno Nacional de Chile, ya que, a su entender, era de muy poca calidad el de ese país. Temió herir, sin embargo, el amor propio del autor y, en un gesto que lo honra, la retiró de circulación a pesar del éxito con que fue recibida.
Sus inquietudes lo llevaron al teatro e integró aquella Sociedad del Buen Gusto en la que con tanto ardor participó, llegando hasta a representar algunas obras con la complicidad de su amigo Morante, el actor por excelencia del momento. Es conocida también su participación en el periodismo que lo llevó a escribir e incluso a fundar periódicos, como “El verdadero amigo del país”, en Mendoza. Parece impensable en fin que, en una edad en que el ser humano empieza a despertar del sueño de la adolescencia, nuestro personaje ya hubiera cumplido tantas hazañas, entre las cuales la de ser soldado no fue empeño menor.
En todo dejó su impronta, la huella de su vehemente desempeño. Sin embargo, yo quiero aquí traerlo ante ustedes como un poeta, del cual el mismo Borges se mostrara admirador, como al autor de aquel “Soneto a una Rosa”, que su descendiente recitara ante esta escritora que se estremeció de vergüenza de poco y nada saber sobre su autor, a pesar de ser su coterránea.
Al soñar su República ideal, Platón destierra de ella a los poetas, mentirosos que incitan al placer y al dolor en detrimento de las leyes y de la razón, aunque reconoce que Homero y los otros poetas trágicos han formado a Grecia y que leyéndolos se aprende a gobernar y dirigir bien los asuntos humanos. Antiguos poetas satíricos habían llamado por su parte, a la filosofía, “esa perra colérica que aúlla contra su señora, y al filósofo “el gran hombre que brilla en un círculo de locos”. Carlos V también les teme a los poetas y en 1513 prohíbe la lectura a indios y españoles, así como la impresión y entrada en Nueva España de libros “profanos y fabulosos”, ya que de su lectura surgen muchos inconvenientes. Menos precavido, el gobierno de San Luis no sólo exalta a sus poetas sino que convoca a otros intelectuales, a otros miembros de la “inteligentsia”, para exaltarlo.
La afición de Lafinur por la poesía comienza desde muy temprano. Manuel Mujica Lainez, en el prólogo a los poemas a Juan Cruz Varela, nos cuenta de aquellos primeros años en que esos dos íntimos amigos y condiscípulos en el Colegio de Monserrat desde su más tierna edad, pasaban su tiempo ocioso en componer rimas. “En la Biblioteca del Congreso- dice Mujica Láinez, se conserva un libro precioso que ilumina con luz de farola pintoresca el relato de su vida en este período. Es un volumen encuadernado en rojo, “Cedido a Juan María Gutiérrez por el presbítero Pedro Claes, alemán, en Buenos Aires, 1939, en el cual Varela coleccionó prolijamente sus poesías primeras. Lo he tenido en mis manos, lo he hojeado, he leído gran parte de sus trescientas amarillas y aseguro que el contacto físico con el cantor adolescente, por virtud de su pulcra caligrafía, emociona a más de una siglo de distancia”. Quien les habla también lo tuvo entre sus manos y pasó copiándolo toda una mañana y, como el prologuista, encontró allí de todo. Desde la nota grave y protocolar, o aquella que produjo los versos que a este título siguen: “Habiendo visto el autor en un plato de comida un insecto inmundo, hizo la siguiente presentación a la cocinera del Colegio, llamada comúnmente con el nombre de China” o aquella que originó la polémica poética entre él y su amigo Lafinur, en torno de una guitarra. Escuchemos un fragmento, el que Lafinur responde y que se titula Instancia de Lafinur, dirigida al autor y que hice constar en mi novela:

Cabeza descomunal
Del guerrero de la Mancha,
En la traza parecido
A su amigo Sancho Panza;
Regidor de san Andrés
De los mozos de esa casa:
Que me veo en la precisión,
Que aunque triste y desgraciada,
De vengar esos insultos
Con que, en tu entender, me ultrajas;
Pero no pienses que tomo
Esta ocupación que es tarda
Porque siento tus agravios
Que no me ofenden en nada;
Sino por hacerte ver
Que tu acción es tan escasa
En mis obras, que aun honores
Por ser tuyos no me agradan.
Por un instinto animal
Sin otro móvil te arrastras
A emprender la obra gentil
De defender la guitarra,
Porque un hombre conocido
De indisposición innata para la música, es claro
Que su voto nada valga,
Pues la misma sensación
Te hará una misma sonata
Que el chillido de los Búhos,
Y los lloros de las ranas.


“toda su adolescencia- nos dice Mujica de Varela, y esto se extiende por añadidura a Juan Crisóstomo, conoció por límites la enrejadas aulas universitarias, las calles y los caserones provincianos y el cielo azul de Córdoba. Son cinco o seis años de obligado encierro, en los cuales su ingenio se aguza y su sabiduría se nutre.” En mi novela trato de recrear este clima que bien puede llenar las páginas de una novela picaresca. Dice también Mujica Láinez que “más que un fervoroso seminarista se nos presenta en la facha de un estuadiante quevedesco, que ocupaba sus días en escabullir el hambre y en escribir décimas de intencionada gracia.” Varela era condiscípulo e íntimo amigo de Lafinur y el destino de ambos estaba estrechamente unido. Porque estos dos personajes, a pesar de las pobrezas, tenían ese sentido del humor que luego tan bien uutilizarían en sus sátiras políticas. Este jaraneo rimador sobre los aspectos más sórdidos de su vida de colegiales, será un entrenamiento que les permitirá después destacarse en las sátiras políticas cuando ambos eran en Buenos Aires dos personajes que alternaban con lo más granado de la sociedad. El mismo tono zumbón tiene la respuesta a la carta del Padere Castañeda, ésa que se burla de nuestro poeta con aquellos versos:
Lafinura del siglo diecinueve
es la finura del mejor quibebe
Y a las que él contesta en un tono que nada tiene que envidiar a esta obra maestra del género:
Entre todos los cuerdos despreciado
Entre todos los locos conocido:
por su hiel entre víboras querido
y entre predicadores sonrojado…
Si bien Juan W. Gez da como autor de esta pieza a Varela, en otras fuentes he encontrado que fue el mismo Lafinur quien la compuso.
Su paso por la cátedra dejó, como todo las actividades en las que participó, una huella imborrable: “Enseñar – decía Montaigne- no es llenar un vacío sino encender un fuego”. Y yo me aventuro a arriesgar que este entusiasmo por la filosofía, este amor por las Teorías del sensualismo fue producto no sólo de un personaje apasionado por los cambios históricos sino de los de alguien que había ahondado en el lenguaje tanto como en el entorno de su época. Por algo una de las materias a las que daba importancia en su Curso Filosófico fue la Gramática, pues para la reflexión era indispensable el saber cómo nuestras ideas se forman en la mente.
Como poeta, Lafinur no pudo desarrollar lo que era su vocación más acendrada y por lo que tal vez le hubiera gustado pasar a la posteridad, ya que los avatares del momento y la brevedad de su vida se lo impidieron. Sabemos que íntimamente ligada al lenguaje, está la poesía, como revelación del lenguaje mismo a través del cual se devela un mundo entero. Por medio de ella se percibe lo más profundo de la existencia, los lazos que unen y vinculan al hombre con el mundo y con lo oculto en él. “Solo los poetas fundan lo que perdura, el poeta es un legislador. Aquel que establece en el lenguaje unos fundamentos de la realidad, aquel a través del cual se manifiesta en el lenguaje lo divino del mundo" dice César Rosales. Con Juan Cruz Varela fue formado en los cánones de la poesía clásica y, si bien Varela continuó fiel a ellos durante toda su vida, vemos en Juan Crisóstomo Lafinur ciertos rasgos que lo aproximan a lo que luego sería la poesía romántica. Podríamos ubicarlo en un neorromanticismo, el movimiento que sirvió de transición entre el neoclasicismo del siglo XVIII y el romanticismo del siglo XIX en Europa. Se distinguen los neorrománticos de sus contemporáneos por ciertos rasgos que anuncian la época moderna, bien que sigan siendo clásicos en muchos aspectos. A la razón que domina hasta entonces, prefieren el sentimiento y el sentimentalismo y frecuentemente se dejan llevar por la melancolía. Aspiran a la libertad y se rebelan contra las leyes del neoclasicismo, representativo de lo rígido, de lo reglado, de lo cerebral. Se caracterizan también por el olvido y desprecio de la mitología clásica, por una afición a lo nebuloso y a lo fúnebre, la combinación de lo alegre y de lo triste, etc.
Composiciones de nuestro poeta como “ Amor”, “Ella en el baño” “A una Rosa”, tienen esa carga de sentimiento que acabo de señalar. Son poesías amatorias, tan típicas de los poetas románticos.
Escuchemos su poema “Amor”:
Es llorar y gozar: rabia y ternura;
Delirio que a prudencia se parece:
Una hoguera encendida que más crece
Mientras más se resiste a la bravura.
Un amante es enfermo que no cura,
Pero con sus mismas llagas se envanece:
La soledad le agrada y le entristece:
El tiempo es corto y largo, tarda y dura.
Se halla solo en la estancia concurrida:
Si se le habla responde fastidiado:
No hay cosa que no vea parecida
Al objeto que causa su cuidado.
¿Qué es amor, se pregunta? Yo concluyo:
Vivir un alma un cuerpo que no es suyo
Vemos aquí la carga melancólica, si bien está vertida en los moldes clásicos del Soneto, los contrastes de que ya hemos hablado. Pero lo que es aún más característico de los poetas románticos es la búsqueda de la libertad, el inconformismo, que caracterizó a Lafinur hasta el final de su vida. Tampoco es un dato de menor importancia la amistad de Lafinur con Juan Gualberto Godoy, aquel poeta popular que componía décimas que él mismo pendoneaba a sus paisanos en su pulpería allá en Mendoza. Tal vez aquel acercamiento haya influido de alguna manera en Lafinur.
"...Por veces he pensado (a la luz de una experiencia estrictamente impersonal) – nos dice Antonio Esteban Agüero -que "Vivir en poesía es algo semejante a transitar la vida con pasos de equilibrista, como el insecto que repta sobre el hilo de una afilada navaja, como el montañista que asciende hacia la búsqueda de una cumbre lejana, sobre un angosto cordón rocoso, flanqueado por una infinita muralla y un infinito abismo. No tiene escapatoria posible. Desde el nacimiento le fue dada la opción: o esto o lo otro, y nada más entre ambos polos. Lágrimas negras le manaron los ojos, sangre, todo el dolor y la angustia, y también - ¿por qué no?- la plenitud de una alegría pánica. De repente, por instantes, se vuelve el iluminado, y de pronto, por minutos, se transforma en el oscurecido. No entiende nada, no razona ni intuye. Se parece a un niño que portase en los bolsillos de la casaca, en contacto con su piel, semillas de plantas nunca vistas por ojos humanos. O como el vagabundo (a quien aqueja una torpeza innata) que porta en el cuenco de sus manos una minúscula bomba nuclear, con los detonadores colocados y listos, pero que desconoce el terrible poder que conduce, e ignora cómo ese poder puede desatarse. O también como el viajero que, luego de comprender las claves secretas del Laberinto, pisa, por fin, las gradas de bronce incandescente tras las cuales podrían ocultarse el Todo o la Nada, y las golpea con sus débiles puños hasta que le sangran los nudillos. Detrás de ella (la poesía) - grita, sollozando impotente. Los poetas quieren trasponer e umbral, verla, poseerla para siempre." Lafinur supo de ese “Vivir en poesía”, de la soledad, del odio por la vida rutinaria y banal.
He traído ante ustedes a un poeta, y poeta puntano. Si bien Borges fue el descendiente sanguíneo de Lafinur, y lo fue también en la vocación por las letras y el conocimiento, amor que no consistió solamente un antecedente genético, pero que sería largo de desarrollar aquí, Antonio Esteban Agüero fue el otro descendiente que tuvo nuestro prócer. He pensado que tal vez fuera Agüero el llamado a terminar la obra de poeta que Lafinur dejó esbozada. Agüero, que nació en un ámbito similar al de La Carolina, en la Villa de Merlo, bajo el amparo de la mole aterciopelada de las sierras y que cantó a su comarca, como poeta Virgiliano que era.
Como el indio yacente que ponía
la oreja en tierra para oír caballos
galopantes y ariscos a lo lejos,
y acertaba su número y sus pasos,
y su rumbo también, yo me reclino
en la dura colina, sobre el pasto,
para oír los arroyos cuyas voces
hacen vibrar este país serrano.
¿Por qué no pensar que entre esas voces que el poeta escuchaba inclinado sobre el pasto no pudiera oír también la de su precursor y se propusiera, allá en lo más oscuro del ser, donde se fabrican los sueños, seguir ese destino de poeta comarcano que a Lafinur le fuera negada? Sabemos que en la literatura hay íntimas conexiones, lazos subterráneos que los poetas reciben sin saberlo. Así lo explica el mismo Agüero en su poema Prólogo:

Yo no soy Yo sino Aquél que llega
a posarse en mi hombro, y a decirme,
junto al oído las extrañas voces
que se susurran a través del cosmos.

Voces de Dios y del Demonio, voces,
donde el ángel combate en el Infierno
por vencer al azufre incandescente
y a plutonio y al cobalto juntos.

Yo no soy sino Aquél que dicta
a mi ardiente corazón moderno
todas las letras de un idioma antiguo,

Perdido hace mucho y sepultado
bajo arena total y cruel ceniza,
pero parlado por mi boca sabia.

Ya Roland Barthes señalaba: “la posibilidad de analizar la escritura literaria como un diálogo de otras escrituras en el interior de una escritura.”
Pero no todo fue en Agüero materia inconsciente. Me atrevo a afirmar que, poeta de una vastísima cultura, la poesía de su ilustre comprovinciano no pasó para él desapercibida. Lo vemos a través de toda su obra, en especial en los primeros poemas. Ya dije que Agüero era un poeta virgiliano. Lo prueba su amor por la comarca y muchos otros motivos que hallamos en su poesía. Sólo para dar un ejemplo diré que en la poesía grecolatina se documenta frecuentemente el motivo del nombre. Los enamorados aman escribir el nombre de sus amadas. En la corteza de los árboles, sobre la playa, etc. Tal vez porque la escritura del nombre parece garantizar el control sobre el ser nombrado. Como dijo Jorge Luis Borges en su poema “El Golem” el nombre comparte la esencia del objeto nombrado:
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Tal vez Borges también pensara en aquel poema de la rosa de su antepasado. En las Églogas de Virgilio, Cornelio Galo, un poeta de su amistad, decide retirarse a la Arcadia para quejarse ante una naturaleza solitaria de la iniquidad de su amada. En ese entorno bucólico, Galo decide escribir su amor sobre los árboles:
He resuelto que quiero sufrir en el bosque y entre guaridas de
alimañas
e inscribir mis penas de amor sobre tiernos árboles.
Crecerán ellos: creceréis vosotras, penas de amor.

En la Cantata de los sauces, Agüero dice:
Bajo los sauces fue. La luz ardía.
Ella de pronto se sentó a mi lado,
joven y verde como el mismo día,
y yo supe el tamaño que medía
la boca suya y su dulzor mojado.

Pero nunca grabamos iniciales
como los novios del amor tranquilo
que celebran después los esponsales
y trasponen unidos los umbrales
del nuevo hogar, sin conocer a Esquilo.

He aquí entonces a nuestros dos poetas hermanados en la común tradición de Virgilio, aun cuando Lafinur no compusiera un poema de este tenor.
Sí encontramos en ambos otros motivos en común. Yo no pude acceder a la
composición de Lafinur “Ella en el baño”. Tal vez Agüero la conociera, tal vez no
sea casualidad el poema “El baño”, en que Aguero se deleita en la descripción
sensual del cuerpo de una mujer:


Abrió la ducha y con la lluvia helada
todo el cuerpo le fue manifestado,
un nuevo dios, un dios extraño, el cuerpo,
revelando sus frutas y sus flores.

Adelante un espejo enamorado
repetía sus piernas, su figura,
y el pubis del amor donde yacía
alguna mariposa fatigada.

Y fue agua, y fue espuma, espuma y agua
y olor a pinos y lavanda verde,
del talón a la frente pensativa.

Y entonces ella comprendió la escena
descubierta en sus libros escolares:
Venus naciendo de un concha rosa...


En la teoría del sensualismo, de la cual Lafinur fu un apasionado apóstol, el cuerpo, en vez de ser un pobre reflejo del alma, algo que el hombre tenía que suprimir o ser olvidado, ahora llegó a reclamar un lugar absolutamente clave en la existencia humana. El hombre se definía no exclusivamente como un ser espiritual sino también como un ser corporal. El ser humano se veía, se tocaba, se observaba. Es decir, comenzaba a descubrir la importancia de sus propios sentidos en sus deseos de comprender el mundo en que vivía. Ya no servía la autoridad escolástica como única manera de interpretar el mundo. Agüero demuestra conocer y adherir a estas teorías que las vemos aplicadas en toda su obra, ese sentimiento pánico del mundo y de la vida, y que aquí explicita con estas imágenes: un nuevo dios extraño, el cuerpo, nos dice.
Otro motivo, y no menos importante, es el tema de la rosa. La de Lafinur ya la conocemos, pero quiero traerla de nuevo ante ustedes:
Señora de la selva, augusta rosa,
orgullo de septiembre, honor del prado,
que no te despedace el cierzo osado
ni marchite la helada rigurosa.

Goza más: a las manos de mi hermosa
pasa tu tronco; y luego el agraciado
cabello adorna, y el color rosado,
al ver su rostro, aumenta vergonzosa.

Recógeme estas lágrimas que lloro
en tu nevado seno, y si te toca
a los labios llegar de la que adoro,

también mi llanto hacia su dulce boca
correrá, probaralo y dirá luego:
esta rosa está abierta a puro fuego.

El poeta comulga con la rosa a través de los labios de su amada. Estas referencias a flores concretas y a olores concretos indican una dirección de los sentidos a una realidad percibida. La íntima relación que establece el poeta entre su tacto, su vista, su gusto, su oído -es decir, sus sentidos- y su arte poético revelan la presencia del nuevo sensualismo lockiano.
En “El Soneto Eucarístico de Agüero” se realiza la misma comunión hasta llegar a lo sacrílego si lo entendemos en términos estrictamente ortodoxos. Escuchémoslo:

SONETO DEL MISTERIO EUCARÍSTICO

Si alguna vez yo comulgar quisiera
Lo haría con pétalo de rosa,
Porque trae en su lámina sedosa
El monograma de la primavera.

Ella sí que parece verdadera
Santa carne de Dios, maravillosa,
Como la nieve casta y olorosa
Y no la hogaza de color de cera.

Yo abriría los labios, lentamente,
Como el niño que espera que un maduro
Fruto le venga a su deseo ardiente.
Y gustando ese pétalo brillante
Yo sentiría que una luz fragante
Se abre en mi ser y me lo torna puro.


Otra vez el sensualismo, el abrirse a la experiencia de los sentidos para creer: “Ella sí que parece verdadera”. Pero podemos también pensar que el poeta admira al Creador en su creación.
Agüero coincide con Lafinur también en su preocupación por los grandes temas históricos. Si Lafinur escribe su “Oda a Belgrano”, no podemos dejar de recordar la “Oda a un héroe civil de Agüero”, dedicada a Sarmiento y el tema épico en “El llamado” que, como sabemos, relata la gesta de San Martín para liberar a Chile. Y aquel “Digo las Guitarras” de Agüero ¿no será tal vez una respuesta a aquella polémica juvenil de su precursor? ¿No habrá querido también él terciar en la polémica, ya con mayor madurez y a la luz de lo que el contacto con su pueblo le fue revelando?
“…el montañista que asciende hacia la búsqueda de una cumbre lejana, sobre un angosto cordón rocoso, flanqueado por una infinita muralla y un infinito abismo. No tiene escapatoria posible. Desde el nacimiento le fue dada la opción: o esto o lo otro, y nada más entre ambos polos.” Estas palabras de Agüero nos sirven para indicar que aquel cruce de la cordillera que realizó Lafinur fue un símbolo más de su condición de poeta. Lo vemos cruzar las cumbres heladas como hacia el territorio de la poesía que se le escapará quizás para siempre cuando llegue a Chile y deba aplicarse a lo que todo hombre normal aspira: un empleo, una familia. Entonces el poeta cae y su destino se rompe en ese contraste entre sus sueños y la amenazante rutina.
Sabemos que Eulogia Nieto, la mujer que Lafinur desposó en Chile, lo sobrevivió hasta una edad avanzada. Y me animo a pensar que fue el mismo Lafinur quien, una de esas noches en que Agüero se desvelaba sobre el papel en blanco, dictó al otro corazón ardiente de poeta aquella poseía que no pudo dejarle a su amada para cuando llegara a la ancianidad.. Lo transcribo aquí ante ustedes.

ANCIANA Y ROSA

Tal vez alguna tarde, como ésta, de verano,
te he de hallar viejecita, menuda y arrugada,
cuando el jardín recorras buscando la nevada
y más reciente rosa para adorno del piano...

El peso de la rosa fatigará tu mano,
y el olor de una rosa, como una delicada
voz pequeña, te hablará de la dicha pasada,
de mis ojos ausentes, de mi nombre lejano.

Con la rosa en los dedos irás entre la brisa
encorvada y soñando: el sol antiguo y bello
será sobre las ramas como un pájaro hermoso...

Y acaso tú sonrías con tu ajada sonrisa,
Y acaso tú levantes las manos a tu cuello
por ahogar un suspiro, por vencer un sollozo.

Se me figura Eulogia como esa anciana que recoge la rosa para el piano de su amado que partiera hace ya tiempo y se lleva la mano al cuello “por ahogar un suspiro, por vencer un sollozo”.
Henri Bergson concibió alguna vez el arte como un medio creado por el hombre para entrar en contacto con la realidad y darle aspecto comunicable. Y esto es lo que realizaron, magníficamente cada uno en su tiempo, estos dos emblemáticos poemas puntanos.

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