CANCIÓN
DE CUNA
A la mamá
Cuando
pasó por su casa ya vacía y a punto de ser demolida, empujó la puerta semi abierta
y entró. Vio el primer patio, los muros descascarados, la fuente de lajas con
el león despintado. Se sentó en el borde y comenzó a cantar la canción de cuna
con que su madre le combatía los
insomnios en la niñez. Era una musiquita simple en la que enumeraba los sucesos
de la familia, ese río perdido de nacimientos y muertes, de amores y
despedidas. Mientras la entonaba las enredaderas crecían sobre los muros
desnudos, el jazmín del cabo se desperezó en la maceta y no tardó en envolver con
su perfume aquella tarde de verano. Caminó al segundo patio y asistió al
crecimiento del parral y los racimos invadiéndolo como esperando su boca
anhelante. Se columpió en la hamaca que su padre le hiciera colgar bajo la
higuera nuevamente henchida de higos. Cuando terminó de cantar empezaba a
anochecer. Pensó en tomar un taxi pero en la calle sólo vio acercarse un coche
de plaza. Entonces supo que resultaría muy lento para devolverla a sus setenta
y seis años.
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