jueves, 28 de noviembre de 2013

DE RODILLAS- Paulina Movsichoff


Ponte de rodillas y encontrarás el árbol
El cosmos  gira
Tus pasos lo siguen para que la luna te fecunde
A tu alrededor el saxo del silencio
Todo es antiguo y nuevo
Flores salvajes se trepan a tu cama
como invitándote a mirarte en el espejo de la piedra
esa que sin saberlo  te habita desde siempre
Tal vez puedas saborear la fruta prometida
Quizá conozcas los siempres de lo efímero

martes, 26 de noviembre de 2013

AVENTURA Y PAISAJE EN LOS CUENTOS


  Si tuviésemos que sintetizar en pocas palabras el mensaje general de los cuentos, el meollo más significativo de las leyendas maravillosas, la lección de los relatos de aventuras, esas pocas palabras podrían ser: vocación de independencia, arrojo, y generosidad.  Cantan los cuentos la conciencia perpleja y acechada, finalmente jubilosa, del hombre en sí mismo. O de cada hombre en sí mismo. O de cada hombre en sí mismo y de los hombres en lo que todos los hombres tienen de humano. Esa confianza es más fuerte y más honda que la búsqueda a toda costa del “final feliz”.
  Aunamos aquí cuentos, leyendas, poemas épicos y novelas de aventuras, todas las formas de ficción que den prioridad a la acción sobre la pasión, a lo excepcional sobre lo cotidiano, a lo ético sobre lo psicológico, a la riqueza de la invención sobre la fidelidad de la descripción.
  Los cuentos ilustran los ensueños de los niños y perfilan el vigor de los adolescentes, nos acompañan sin desertar a lo largo de nuestra vida.
  Hemos hablado de independencia y arrojo: es decir, de salir afuera, de romper con el calorcillo adormecedor y rutinario de un hogar en donde el alma se constituye pero también se esclerotiza y se asfixia. Palpita en los cuentos la constante tentación de la intemperie.  Recordemos que tentación es lo que atrae y repele, lo que seduce y espanta. El protagonista del cuento suele salir a correr mundo, a ver qué hay más allá de las montañas; en algunas ocasiones quiere descubrir lo que es el miedo, presintiendo que el lugar del miedo son los confines del espacio y que todo  lejano horizonte se prestigia con un halo tenuemente pavoroso: pero sabiendo también que el alma del hombre, para alcanzar la estatura que merece, debe afrontar al menos una vez el pánico de lo remoto. El hogar no basta: si el joven aventurero no lo abandona, nunca sabrá lo que es el miedo, conocimiento indispensable para su maduración, ni siquiera conocerá la nostalgia. Sin noticia del miedo ni de la nostalgia nada podrá saber tampoco de la forma humana de habitar un hogar que supone, ante todo, haber vuelto.
  El niño vive en una casa que aún no se ha ganado, en un marco de reglas y preceptos para él tan irremediables y tan poco elegidos como las leyes de la naturaleza. Debe distanciarse del hogar para volver a él dándose cuenta y sentarse junto a un fuego encendido con la brasa que él mismo haya traído de lejos, robada de algún remoto volcán.
  Correr mundo es correr riesgos, asumir la posibilidad de perderse, ofrecerse la oportunidad de un extravío. Quien no ha estado alguna vez perdido, completa y atrozmente perdido, vivirá en su casa como un mueble más y ni sospechará lo que de hazaña y conquista tiene el sosegado edificio de la cotidianeidad.
  Cada hogar es una aventura per para el niño se trata de la aventura del otro. La lección de los cuentos es que no basta sencillamente con ser heredero: todo legado ha de reconquistarse, ha de ser perdido para que pueda ganárselo triunfalmente de nuevo. Sólo quien rompe con lo cotidiano merecerá tener una casa, sólo el rebelde que ante nada se doblega merecerá ser buen yerno par el rey, pero también sólo el que retorna puede decir que ha corrido mundo y sólo en el sosiego de la rutina reinventada puede digerirse provechosamente la revelación del pavor. En consecuencia, lo fundamental de los cuentos es el viaje que aleja al protagonista del ámbito cerrado de las seguridades familiares y lo abre a lo imprevisto, a la aventura. Todos los medios son buenos para alejarse, desde los más sencillos hasta los más extraordinarios. Caminar es bueno y tonificante pero aún mejor calzar las siete leguas de Pulgarcito para huir del ogro. Incluso la caída es una posibilidad de transporte aceptable, como lo comprobó por sí misma Alicia al precipitarse por la madriguera que la llevó al País de las Maravillas. De lo que se trata es de llegar lejos, de alcanzar cuanto antes la plenitud antidoméstica de la libertad.
  Los diversos elementos del paisaje que aparecen en los cuentos tienen también su significación. No se trata de un simple decorado. Por el contrario, el marco en que sucede la acción del cuento forma parte de la acción misma. No hay ninguna relación de indiferencia entre el paisaje y el joven héroe. Un cierto animismo de la naturaleza es esencial a la eficacia del cuento. No rigen aquí las leyes de la causalidad físico-química que la ciencia nos enseña: cualquiera puede triunfar, en cualquier situación dada, siempre que posea los conocimientos precisos. Pero lo que el cuento exige de su héroe son recursos de índole muy diferente: sólo quien sea de determinada manera podrá saber lo que hay que saber, se nos enseña. La astucia del joven héroe, las informaciones que posee y maneja (proporcionadas generalmente  por mágicos aliados a los que antes ha debido ganarse), no sirven tanto para descubrir los mecanismos de funcionamiento de lo real como para demostrar el temple y la condición de quien lo utiliza.
  En primer lugar hay que destacar el misterio umbroso del bosque. El bosque es la sede del lobo y el terreno  de caza del ogro: es un lugar de perdición y extravío, de oscuridad hostil y zarzas que detienen al cansado caminante. Sólo cabe esperar la colaboración de algunos pequeños animales (pájaros, ardillas, conejos) que se alíen con los niños perdidos. Y más allá del Bosque, tendríamos que mencionar esas otras maravillas menos accesibles: el Volcán, por donde descendimos hasta el centro de la tierra con los personajes de Verne, la Cueva en que se ocultan tesoros mágicos o reyes olvidados y que custodian dragones melancólicos. Y sobre todo el mar. El mar de Ulises y el de Moby Dick y el de la sirenita de Andersen.
  Por los cuentos y con los cuentos viaja nuestra alma, y también se arriesga, se compromete, se regenera.    
El niño o el adolescente que se entregan al embrujo de la narración están desafiando en su ánimo lo inexorable y abriéndose a las promesas de lo posible. De ese insustituible aprendizaje del valor y la generosidad por vía fantástica depende en gran medida el posterior temple de su espíritu, la opción que determinará su vida hacia la servidumbre resignada o hacia la enérgica libertad.  




lunes, 25 de noviembre de 2013

Rosa y niña- Paulina Movsichoff


La rosa gira en el jardín del aire
La niña contempla su estar resplandeciente
sus manos ofrecidas a llevarla
a galerías húmedas de trinos
a verdores donde la sombra vislumbra ese fervor tan nuevo
ese trote pausado del sol entre las hierbas
La rosa sabe las consejas del tiempo
pero la niña camina como un agua recién amanecida
como un rocío tierno que desconoce
la llaga de la ausencia
En su bolsillo guarda la llave que le abrirá las puertas imposibles
Sus manos acarician un plumón de relámpago
Allá
Más adelante
El viento aguarda con sus sandalias de ceniza

viernes, 25 de octubre de 2013

CONCIERTO NÚMERO 5- Paulina Movsichoff

CONCIERTO NÚMERO 5

La música la atrapó cuando comenzaba a relajarse. No sabía bien cuánto tiempo transcurrió desde su último momento de soledad.  Se sentía extraña, casi aturdida recostada en el sillón, mirando la casa vacía. Esas paredes que parecían hablarle de otro modo ahora que estaban deshabitadas de  voces, de rostros, de apremios. Pero no se quejaba. Quince años pasaron desde su casamiento y casi todo le fue concedido. Pablo, principalmente. Su amor siempre atento, vigilando que nunca le faltara nada. Recordó las dificultades de los primeros tiempos, cuando él, apenas recibidos, casi no tenía pacientes. Pero éstos fueron llegando de a poco y ahora podía considerarse un médico de prestigio.  Y luego los niños.  Uno tras otro como ambos lo quisieron, planearon en esas primeras noches en que todo era un descubrirse, un ir labrando espacios para un futuro en donde la palabra costumbre no tuviera cabida. Les costó llegar a un entendimiento cabal de sus ritmos, a las profundidades de una recíproca entrega en un territorio hasta entonces vedado. Sí, realmente debía estar contenta con su suerte. Los chicos absorbieron todas sus horas. Eran incontables las que en ellos habían invertido ambos, sobre todo ella, que decidió no trabajar para mejor cumplir con ese compromiso libremente aceptado.
  Muchas veces llegaban a verla sus amigas. En realidad las entendía poco. Casi todas eran solteras y le hablaban de sus búsquedas, de sus fracasos, de sus problemas de la oficina. Ella las escuchaba tratando de ponerse en su lugar pero sabía que algo las separaba. Y ni podía dejar de sentir el privilegio de su posición. Esas inquietudes le fueron evitadas, la mano de Pablo separó cuidadosamente todo cuanto pudiera herirla, sacara de esa placidez en la cual transcurrieran sus quince años de matrimonio. Se miró las manos. Inconscientemente comenzó a jugar con la alianza. El anular mostraba un surco en el lugar que ella ocupaba. Siguió escuchando, La música de Mozart parecía forzarla a entrar en profundidades de las que hasta ahora no tenía la más remota idea. Era como si algo despertara en su interior, algo que ella temía y a la vez deseaba con un ímpetu casi adolescente.
  El teléfono sonó en el cuarto contiguo. No lo atendió. Aún quedaban, esparcidas en el suelo, las revistas con las que Inesita, la más chica, jugara un rato antes. No pensó siquiera en levantarlas. Se acordó del día anterior, cuando desde su auto vio aquella muchacha que leía en un banco de la plaza. Dio dos o tres vueltas. La muchacha anotaba algo en un cuaderno. Tenía unos jeans desteñidos y el pelo desarreglado. Se la notaba abstraída, compenetrada en un algo que ella presintió para siempre ajeno. La música se le volvía ya insoportable. Pensó en Alejandra, en su vida de soledad, en sus dificultades económicas, también en su libertad.
  Lentamente se puso de pie. Eran las seis y media y pronto llegarían Pablo y los chicos. Abrió el placard. Sacó los jeans, definitivamente arrumbados desde aquella vez que los manchó con pintura. Se los puso. Decidida, abrió la puerta. El aire de la calle le llegó como un doloroso renacer.



Extraño de ojos grises. Piedra de toque, México.           


lunes, 14 de octubre de 2013

FELICIDAD CLANDESTINA- Clarice Lispector




  Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
  No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad con que vivíamos con los puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicia" y "Recuerdos".
  Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
  Hasta que llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de naricita, de Monteiro Lobato.
  Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
  Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado al otro.
  Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba  el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
  Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "Día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
  Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la la hiel no se escurriese completamente de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a sospechar, es algo que sospecho a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.
  ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde,pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
  Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con una enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
  Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de s hija desconocida, la niña rubia ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: "Y tú ye quedas con el libro todo el tiempo que quieras". ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
  ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
  Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí siempre la felicidad había sido clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
  A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.
  Ya no era una niña con un libro: era una mujer con su amante.



Felicidad clandestina- Grijalbo  

EL GÉNESIS DE LOS APAPOKUVA- GUARANI- Augusto Roa Bastos



 Versión libre y notas de Augusto Roa Bastos
(Fragmentos)


EL PRIMER HOMBRE (ÑANDERU ARANDU)*

La primera mañana,
como una garza hiriendo con sus alas la piedra,
amaneció volando sobre el mundo
desde la noche antigua hasta los hombros
del Gran Padre.

Ñanderusuvú pasó la mano
sobre el plumaje blanco de la claridad,
y cubriéndose el rostro
con la es espuma naciente de la primera mañana,
llamó a su lado al Hombre,
al primer Hombre,
al abuelo.

Ñanderú Mba’é Kua’á
Ñanderú-Arandú,
Oíma Ñanderúvusú-ndie***  

-        Tú eres el primer hombre;
en ti comienza el tiempo,
y así como eres el principio.
también eres el fin.

-        El último hombre
tendrá tu mismo rostro,
tu misma edad,
tu misma boca llena de preguntas…

La voz de Ñaderusuvú
llenó el mundo de grandes suspiros.

Ñanderú-Arandú
-        el hombre que siente el tiempo, el primer Hombre-
sintió bajo sus dedos deslizarse
las vértebras suaves de su edad,
como una tenue fiera
que le lamía los pies
comiéndoselos casi sin sentirlo,
como la cerrazón come las piedras.
Subido en la rama más alta del árbol más alto
buscaba la faz de Ñanderusuvú
con sus ojos opacos,
pero sólo podía ver el gran sol de su gran pecho
de donde el día manaba a borbotones
resplandecientes.

Porque así como Ñaderusuvú
sólo en la obscuridad aparece,
Ñanderú- Arandú, hijo de la claridad,
sólo en el día muestra su presencia.

Ñanderusuvú, con un silbido,
llamó a los animales y a los pájaros,
que pasaron trotando y volando,
buscando su color, su propio grito, sus manchas,
sus guaridas, sus árboles, sus distintas violencias.

Y en la orilla del mundo,
arropado en vapores azules
el Gran Tigre primitivo
de piel de cielo y fuego,
dormitando los miraba pasar…
Ñanderú-Arandú, sin poderlo evita,
volcó su primera pregunta en las manos
del Gran Padre Brillante:

-        ¿Cómo eres, Ñanderusuvú,
cómo es tu rostro?

Ñanderusuvú hizo entonces el agua,
no dijo nada,
    pero los árboles y las montañas y las nubes
empezaron a mirar su tamaño
desde lo alto a lo bajo en el agua.
Cuando Ñanderú-Arandú
se encontró con su imagen
se puso a temblar, y temblando
miró nacer con la noche,
en el lugar de su rostro en el agua,
la luna de ojos verdes y mansos. 


* Ñanderú- Arandú: El Adán guaraní, el Hombe que siente el tiempo.
** Nuestro Padre que todo lo sabe,
Nuestro Padre que siente el tiempo,  



NACIMIENTO DE KUÑA*

Vestida de agua, con su anillo de agua,
con su pecho de arena pero adornada de agua
la tierra en su soporte
de cuatro vientos estelares
comenzando a girar se fue embutiendo
en su pellejo trémulo
de animal verde recién amanecido.

Todo ya estaba hecho pero aún
el Gran Padre Brillante deformaba y formaba
estambres, plumajes, direcciones, semillas,
con manos impregnadas de cigarras
en el zumbido musical de sus gestos profundos.

Alzando más la voz:

- Ahora debemos a la mujer encontrar…
Yayuhú vaerá kuña**,
La dueña de la  fecundidad.

Ñanderú- Arandú
bajando los ojos hasta el barro,
ignorante de su sabiduría pregunta:

-¿Dónde? La mujer no está aquí.
¿Tal vez está dentro de ti,
o bajo algún inmenso pájaro que la empolla
como un huevo de nácar tostado por la noche?

Y el Gran Padre le dice:

- No: la mujer no está aquí,
sumergida en el agua,
transparente como el agua,
como el agua llorando alevemente,
sin que la sientas tú…

-Esperarás que caiga la obscuridad,
destaparás este cacharro
cuya arcilla mojada
puse a secar bajo la luna,
y en el fondo hallarás a la mujer.

-Mirándola en los ojos,
que aún ven correr sus venas de agua
en lo más hondo de su sueño,
la abrazarás, la enredarás ardiendo
en tus caricias, hasta hacer que despierte
por la hendidura de su vientre roto y florido…

Ñanderú- Arandú, por la noche,
destapó la vasija de arcilla.
Color de tierra y agua, medialuna morena,
se le apoyó en el pecho durmiente temblando,
y él yaciendo como ella
la fecundó como un gran río
que entra cantando en una selva gorjeante,
hasta que poco a poco,
ella quedó despierta y solitaria,
y él inmóvil, al lado, con su inútil carbón
de hombre quemado en su llama olorosa.



* Kuñá: la mujer, dueña de la fecundidad
** Debemos encontrar a la mujer.


  


miércoles, 12 de junio de 2013

Poemas- Paulina Movsichoff

Canción de otoño

Las hojas tienen sabor a encuentro
Desde tu verano parte un pájaro
Un abedul llameante
El mar es un capullo
Ventana irreparable que se inmola en adioses
Tal vez debas calzar sus sandalias traslúcidas
Acaso su flor alucinada escale por tu pecho
tal como la canción que devana su espera
en la brisa que atesora tus germinaciones
La piedad ha cerrado sus fronteras
y sin embargo
aún te adorna el coral con el que enfrentarás a la tiniebla
Latido empecinado para esperar tu nombre
Huracán donde pones a girar tus desmesuras


Coral en la tiniebla 




Palabra

Abrir la palabra como el arca
que guarda los enigmas
como ese animal que nos expresa con sus ojos
en rellanos donde el silencio nos distrae
Porque hemos aprendido a no saber
a no mirar la frente donde aletea ese fulgor nocturno
a vestirnos ta sólo con las plegarias de la vigilia
Si embargo también pertenecemos a aquello
que sin nombrarnos nos describe
a esa orilla llameante cuyos gestos
tienen el resplandor de un olvidado poderío
Allí se ha cumplido todo
Allí recibes huidizas confidencias
El zumbido de una ley más fugaz que el relámpago

Coral en la tiniebla


El viento que nace de la sed del pájaro

También yo no espero sino al viento

ARTAUD


El viento que nace de la piel del pájaro
el que mueve las alas del poema
el que golpea su espuma contra los arrecifes de la libertad
Aún te pertenecen ciertos signos
Aún hospedas a las criaturas nocturnas
Con ellas podrás desafiar los cerrojos de la luz
El alba acecha tanto suceder acongojado
Sin embargo la atraviesas
portando el talismán de lo que aún te será dado
Una nodriza tenue te enseñará
a no abjurar de los consejos del silencio

Coral en la tiniebla


Ausencia

Puedes tocar la ausencia con tu lengua
Olerla en el estrépito de la ciudad vencida por la lluvia
o mirarla tal vez en ese espejo donde la niebla ejercita sus papeles
Porque ella es más cercana que tu sombra
que las palabras con que intentas asir aquello que respira
Pero las palabra se cansan de volar y se posan debajo de todo lo que nombran
Por eso las  despliegas por el mundo para vestirlas de sucesos
de sonidos arrancadas a ellas mismas como un cuerpo
que va encontrando su tibieza
Estuviste mirando hacia la luz y sin embargo
era la oscuridad la que guiaba tus pasos
esa mujer azul que atraviesa la noche cargada de leyendas enigmáticas

Coral en la tiniebla


Latido salvaje

Musgo que pueda cobijar el latido salvaje en tanto
escapa del trino la dignidad de los preceptos
Lanzarse hacia el poema
Reclamar el principio que aletea
mientras el tiempo entrelaza las imágenes
y la máscara atisba cambiantes decorados
Barco ebrio sin iceberg a la vista
obediente a los huracanes del amor
Desanclado  desaposentado
Oteando esos territorios fantasmales
en que el ángel de los desvaríos dilucida su secreto
Atrévete en su comarca intransitable
Abre tu corazón para que su noche te encandile

Coral en la tiniebla