jueves, 9 de julio de 2009

Rosario Castellanos o las osadías de la lucidez. Un análisis de la mujer en su novela "Oficio de tinieblas"- Paulina Movsichoff


No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que verguenza.
Yo muero de mirarte y no entender.

ROSARIO CASTELLANOS








Situación del indígena en América Latina

Cuando los españoles desembarcaron en América fueron sorprendidos y maravillados por la presencia de tierras desconocidas, en las que sus pobladores detentaban culturas de un desarrollo apreciable. Recordemos la crónicas de Bernal Díaz del Castillo, quien describe lo que sus ojos asombrados vieron al llegar a la ciudad de México: “Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel como iba a México, nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grande torres y cúes y edificios que tenían dentro del agua, y todos de calicanto. Algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían, si era entre sueños, y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta manera, porque hay mucho que ponderar en ello no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca vistas ni oídas ni soñadas, como veíamos” . 1
La ruinas incaicas, mayas y aztecas son los testimonio de la grandeza que las civilizaciones de estos pueblos llegaron a a alcanzar. En el prólogo de su libro: La colonización cultural de la América Indígena, Adolfo Colombres suministra datos precisos de estas culturas a las que nuestro etnocentrismo ha dado en llamar “bárbaras”: “En los albores del siglo XVI no había en Europa ciudad más grande y hermosa que Tenochtitlán, ni templo mayor que la Pirámide del Sol de Teotihuacán. La pirámide de Cholula, ya destruida, era más alta que la de Cheops. Copán era una ciudad universitaria. Al construirse la catedral de México, una de las más importantes del mundo cristiano y la primera de América, su base apenas cubría una parte del área ocupada por la pirámide que existía a la llegada de Cortés. También el Cuzco era superior a cualquier ciudad española, y había en ese imperio pirámides colgantes de hasta 135 metros. La civilización maya cubre 2.700 años de historia a partir del año 1000 antes de Cristo. Tenía el cero, y un calendario de 365 días, más exacto que el gregoriano de 1582. 2
En nombre de la evangelización, los colonizadores impusieron al indio un cambio de rumbo. Sus dioses fueron destruidos, quemados sus pergaminos y códices y ellos debieron marchar al trabajo forzado, lo que terminó por quebrar la espina dorsal de su mundo.
El conquistador extremó sus crueldades para con el indio, aun después de someterlo. La encomienda y los repartimientos fueron los efectos inmediatos y comenzó entonces el largo calvario de los vencidos que se vieron despojados de sus tierras y sujetos a toda clase de tropelías sin que nadie, salvo el padre Bartolomé de las Casas, saliera en su defensa. El aborigen fue abandonado a su suerte, cayendo entre las sombras de la ignorancia y escudándose en prácticas de su vida antigua para subsistir: su habiidad para la industria textil y de alfarería así lo demuestran.
El impacto de la conquista repercutió hondamente sobre los amerindios, acabando con ellos. Miguel León Portilla afirma que toda identidad puede reafirmarse y, en ocasiones, también debilitarse en función de las imágenes que se forman de ella. Esto último sucedió con los aborígenes, quienes introyectaron la visión que el blanco tenía de él. Comenzaron entonces a considerarse a sí mismos como idólatras, aceptaron la religión cristiana y llegaron a verse como intrusos en su propio suelo. Este proceso de desintegración de su identidad, de cubrimiento de su cultura, ha sido denominado aculturación, de la cual se reconocen básicamente tres tipos: 1) Puede realizarse en condiciones de mutuo respeto. Los participantes aportan, reciben, intercambian elementos culturales. 2) Se produce el enfrentamiento de dos culturas diferentes. En este caso, dice León Portilla, las consecuencias para los vencidos serán sobre todo factor de desintegración, imposición de elementos e instituciones ajenas y, a veces, también, naturales, en provecho de quien, en el enfrentamiento, resulte vencedor. 3) Aculturación inducida, que tiene por objeto introducir modificaciones a su juicio convenientes en otra identidad social de cultura distinta. Podría agregarse un cuarto ítem, el de la écosis, que significa “organizar la casa” y que metafóricamente quiere decir organizar la comunidad transformando en beneficio propio el ámbito geográfico en el que el grupo se ha establecido.
Los tres últimos tipos corresponderían a lo que los españoles practicaron en América con los pueblos originarios. Su visión del mundo, sus costumbres y creencias son parte de lo que se consideró “Cultura de los vencidos”. De ellos surgió una profunda alteración en la psicología de los pueblos conquistados, quienes pusieron también en tela de juicio sus tradiciones y capacidades, lo que originó una profunda alteración de su identidad.

Los olvidados: el aborigen en el mundo actual

A pesar de las diversas voces que se alzaron en los últimos tiempos, podemos decir que el indio no ha salido de la profunda noche en que los sumergió la conquista. Las condiciones económicas y materiales en las que viven son de angustia y, la mayoría de las veces, de miseria. Cientos de grupos étnicos han desaparecido y seguirán desapareciendo antes de las primeras luces de esa aurora tan esperada, advierte Colombres. Incluso la Independencia de los pueblos americanos no fue para ellos sino un cambio de amos y, a veces,un retroceso en su situación. Para los libertadores se trataba de pueblos inferiores, a los que había que sacar de su condición de herejes y adoradores de falsos dioses. Fueron también despojados de sus lenguas y, en la actualidad, se encuentran grupos que, por no haber aprendido aún el castellano, se ven aún más acorralados y olvidados de la sociedad.
A pesar de este sombrío panorama, la lucha continúa. Así como junto al castellano impuesto los pueblos indígenas conservaron su lengua, han sabido conservar algo de sus creencias que, subrepticiamente, introducen en las prácticas cristianas.
Según Gonzalo Rubio Orbe “los aborígenes guatemaltecos mantienen sus creencias propias en materia de superstición, de fetichismo y de magia; los brujos, adivinos y sacerdotes propios de la cultura vernácula siguen viviendo con raíces y poderes profundos. Las ceremonis y prácticas del culto ancestral están activas y hasta visibles”. 4
A través de este somero análisis hemos tratado de mostrar cómo las antiguas civilizaciones que florecieron en América fueron destruidas por los blancos, empujados por su sed de oro y de poder. Toda una concepción del mundo y de la vida fue tapada en aras de la religión, considerada como “la única y verdadera” y estos pueblos, dueños y señores de la tierra fueron esclavizados y reducidos a condiciones infrahumanas que se prolongan hasta hoy.




Un destino entre cadenas: la mujer indígena en latinoamérica y particularmente en México.

Desde que se consuma el coloniaje español, éste conlleva a la destruccción de las culturas que se habían desarrollado en Mesoamérica. Junto con la presión de las armas, se hace necesario implantar los moldes peninsulares de vida a través de los misioneros. La destrucción de aquellas culturas y el aniquilamiento de los indígenas se encubre, pues, con el ropaje de la religión. Las órdenes religiosas no hacen sino revalidar lo actuado por los conquistadores y, la primera en sentir sus efectos, fue la familia indígena. Son los hijos de los caciques y principales indígenas quienes deberán ser educados dentro de las pautas de la disciplina monacal: flagelaciones, oraciones, etc.
En Historia mexicana, María Koyhiro kabayashi afirma que los frailes franciscanos advertían que "para consolidar el fruto inicial de coneversión de los indígenas y hacer arraigar de verdad el cristianismo en el país, imprescindible era cristianizar la familia, última célula de la sociedad humana” y “de ahí la importancia de las mujeres indias, en particular de las niñas, madres de futuras generaciones”. 5
Los franciscanos fundan en Texcoco, México, casas de doctrinas para que las mujeres se educaran en ellas y pudieran luego enseñar a sus maridos las cosas de la fe.
Si antiguamente la mujer participaba activamente en las tareas de la comunidad y su opinión como madre y trabajadora era escuchada en el calpulli en donde ésta tenía la obligación de reunirse periódicamente en asambleas los monjes logran, a través de sus maniobras coercitivas, imponer la concepción feudal de la mujer que, en adelante, le negaría toda posibilidad de participación y decisión.
La ignorancia en que se deja a la mujer en tiempos de la colonia y una supuesta virtud derivada de esta ignorancia, justifican y facilitan el enclaustramiento de ésta en el hogar, atenida sólo a la procreación y a las labores domésticas. Todo su reconocimiento en la sociedad preovendría de su papel de madre y reina del hogar.
En cuanto al indígena, sometido a la explotación y a la marginalidad, debe aceptar la violación de sus mujeres, “el derecho de pernada” del encomendero, lo cual les hará tomar a sus mujeres, señala María Antonieta Rascón, con “un sentimiento ambiguo por parte de su compañero, quien asume el papel de protector al aceptarla violada por el conquistador”. “Su impotencia ante el conquistador —continúa — la convierte en opresión hacia su pareja, a la cual no duda en aceptar pero que empieza a sentir disminuida”. La mujer se pliega a esa situación y, al introyectar la visión del hombre hacia ella, se siente inferior y le entrega su autonomía y su conciencia. Los mitos y símbolos son transformados. De una cosmovisión dualista, en donde la entidad masculino – femenino se ve como una constante en la religión en donde un solo Dios, hombre, apoyado en una trinidad también masculina, rige los destinos de los seres humanos.







Otro modo de ser o las urgencias de una búsqueda: Obra y compromiso de Rosario Castellanos

Si bien Rosario Castellanos nació en la ciudad de México en 1925, fue llevada a los pocos meses a Comitán, Estado de Chiapas, la tierra de sus mayores. Allí realizó sus primeros estudios. Su familia era de origen chiapaneco y fijó su residencia en dicho lugar. Comitán es un pueblo de la frontera de México con Guatemala, en el que predomina el elemento indígena maya, la rama lingüística tzeltal. Esta lengua, llamada "lengua verdadera" por los propios indígenas que la hablan, se escucha corrientemente en diez de los once municipios en que el estado se divide. Su familia era criolla, y dueña de extensos latifundios. Por parte de su padre recibe una tradición liberal, no así por el lado de su madre, que era profundamente católica. Además de Comitán, su infancia transcurre en una de las fincas de su padre llamada "El Rosario" que, en su novela Balún-Canán, se llama "Chactajal". Los acontecimientos más importantes de su niñez fueron la muerte de su hermano menor, en circunstancias semejantes a las que se narran en Balún-Canán y la Reforma Agraria, que inició el gobierno de Lázaro Cárdenas. Esto obligó a su padre a desmembrar y repartir sus posesiones y a emigrar a la ciudad de México. De aquella época, Rosario Castellanos dirá más tarde: "el hecho de que su familia careciera de un heredero varón y la peculiar experiencia de mi madre respecto al matrimonio la inclinó a educarme para otro destino que no es habitual a las mujeres latinoamericanas. No se me preapró para ser esposa, madre, ama de de casa". 7
A los dieciséis años regresa a la Capital y en 1950 obtiene el grado de Maestra en filosofía en la Universidad Autónoma de México. Estuvo en Madrid algunos años, en donde realizó cursos de posgrado. De vuelta en México la aborben varias ocupaciones: Promotora de Cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (1956-1957), redactora e textos escolares en el Instituto nacional Indigenista de México (1961-1966). Ejerció con gran éxito el magisterio, tanto en México (en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: 1963-1971) como en el extranjero. En los Estados Unidos fue invitada por las universidades de Wisconsin y Bloomington (1966-1967) y enseña asimismo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, desde su nombramiento como Embajadora de México en Israel (1971) hasta su muerte).
Fue también periodista, colaboró con cuentos, ensayos, poemas, crítica literaria y artículos de diversa índole en diarios y revistas expecializados.
Rosario Castellanos se dio a conocer al mundo de las letras, primero como poeta, con su libro Trayectoria del polvo (1948), al que siguieron varios libros de poemas, que más adelante reunió en Poesía no eres tú (1972). Como narradora consciente de su nexo anecestral con la tierra, las fuerzas primitivas y la herencia indígena, publicó Balún-Canán (1957), su primera novela, Ciudad real (1960), su primer libro de cuentos y Oficio de tinieblas, novela que obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 1962. En su segundo libro de relatos, Los convidados de agosto (1964), profundiza en la psicología de la "gente decente", aletargada, llena de prejuicios y de soberbia. Su tercer libro de relatos, Álbum de familia (1971), presenta a la mujer en el contexto urbano. Allí utiliza el humor como medio eficaz para profundizar en esa realidad y ofrece otras alternativas: la mujer frívola, la mujer abnegada, la que ha hecho carrera, la artista. A Rosario le interesó, tanto en su poesía como en su prosa, la condición de los desehredados, de los marginados y, entre ellos, la condición de la mujer. Se puede seguir su propia trayectoria desde sus primeros poemas hasta sus últimos libros: Mujer que sabe latín (1973) y El mar y sus pescaditos, ensayos en donde destaca el problema de la educación y el porvenir de la mujer en México. Una de las grandes cualidades de esta escritora fue la de enfrentarse a la realidad y, desde allí, hacer un llamado a todas las mujeres para que aprendan a hacer lo mismo. Para Rosario la mujer "posee una potencialidad de energía para el trabajo con la que cuentan ya los sociólogos que saben lo que se traen entre manos y que planifican nuestro desarrollo. Y a quienes, naturalmente, no podemos hacer quedar mal", (8)

Una escritura del realismo mágico

En su obra Los nuestros, Luis Harss dice del escritor latinoamericano: "Si, en general, nuestro escritor no es todavía introspectivo, es capaz ya de la concentración y el esfuerzo sostenido que requiere el esfuerzo creador. Ha comenzado, como García Márquez, a ir más allá de la observación y e testimonio, a la revelación y el descubrimiento".
En una conversación que la atora sostuvo con María Cresta de Leguizamón, le declaró: "Estoy del lado del arte comprometido. Ahora ¿comprometido con qué? Con lo que es la realidad. El compromiso es transmitir con los medios estéticos más adecuados, más ricos, más lleno de matices, esa realidad que nosotros alcanzamos a contemplar, a descubrir y que queremos transmitir a los demás; entonces el compromiso esencial del artista no debe ser hacia una consigna destacada desde afuera por ningún partido político, ni una doctrina religiosa, ni por una escuela estética, sino por sus propias exigencias". (9)
Ya señalamos la variedad de experiencia que tuvo Rosario a lo largo de su vida, y la hondura con que las vivió. Hondura porque se sumergió en la tierra hasta beber el jugo que la sustenta, esa caudal de mitos, de cosmogonía, de rebeldías, de pasiones y derrotas, de sueños, que constituyen la realidad invisible, aquello que el escritor Jorge Enrique Adoum caracterizó como "el realismo de la otra realidad". Su experiencia es variada porque se zambulló en el tiempo, en el contexto político, social, económico y cultural que le tocó vivir, y trató de influir en él mediante su acción.
No importa que, como ella lo reconozca más tarde, esto la lleve al desencanto. Su inquietud por actuar, su incansable curiosidad la llevan a ver, oír y luego a tomar la bandera de los desposeídos, a hablar con la voz de aquellos que no la tienen. Por eso es que en su obra los indígenas aparecen con toda la complejidad de su naturaleza: naturaleza de vencido, de explotados, pero también de poseedores de una cultura que pervive subterráneamente, con toda su carga de riqueza y fecundidad. Y a quien esta fecundidad alcanza, quien puede abrir su ser a ella es, precisamente, una mujer-india-estéril- nótese el paralelismo entre estos términos - Catalina Díaz Puiljá, la protagonista de su novela Oficio de Tinieblas.
Entramos en un tiempo que se sale de la historia para introducirse en el reino de lo mítico. Allí se tocan las categorías de lo real y de lo imaginario, de pasado y presente, pues los indígenas de San Juan Chamula llevan a su espalda la dura carga de sus tradiciones pero también la de su olvido y caminan por ese tiempo sin tiempo en donde todo se repite incansablemente, como una serpiente que se muerde la cola.
El estilo de Rosario es una resultante de esta alquimia. Su lenguaje nos desnuda a veces la palabra hasta llevarla al grito, la convierte en mediadora entre la pureza oscura e indescifrable del deseo y su realización. Y el deseo es la única fuerza capaz de salvar a los postergados. Por eso el mundo de sus obras está poblado de imágenes y metáforas, único vehículo con que cuenta el escritor, y sobre todo el escritor latinoamericano, para acercarse a su identidad. (10)


El sexismo como ideología

La cultura mexicana es una cultura sexista. Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, señala:

"Sin duda en nuestra concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor - que hemos heredado de indios y españoles -. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de todo los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente en tanto depositaria de estos valores. Prostituta, diosa, gran señora, ama de casa, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La femineidad nunca es un fin en sí misma, como lo es la hombría." (10)

Las palabras de Octavio Paz comportan están sustentadas en una visión del mundo que se ha dado en llamar sexismo y que, por la función económica y cultural que desempeña en la sociedad, constituye una ideología. Desde el punto de vista semiótico, la ideología es un discurso o una serie de discursos que, al desarticularlos, ponen de relieve la coherencia del lenguaje que éste mantiene sobre los hombres y el mundo, y el sistema de representaciones que se detectan tanto en su aserción transparente como en su forma velada. Este discurso está regido por ocultos mecanismos de poder. En ese sentido, Foucault se pregunta:
Pues ¿acaso la puesta en discurso del sexo no está dirigido a la tarea de expulsar de la realidad las formas de sexualidad no sometida a la economía estricta de la reproducción: decir no a las actividades infecundas, proscribir los placeres vecinos, reducir o excluir las prácticas que no tienen la generación como fin? (11)

La significación histórica de la opresión de la mujer es analizada ya por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado:

"La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la creación de los hijos. ... El primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo del hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino...
...Con el nacimiento de la propiedad privada, la producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su consumo pero no en su propiedad. La división del trabajo en la familia había sido la base para distribuir la propiedad entre el hombre y la mujer; aquélla continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas. El trabajo productivo del hombre, éste lo era todo, aquel un accesorio. Esto demuestra que la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permaezca confinada dentro de lo doméstico, que es privado. 12

El sexismo divide, pues, al mundo, en dos roles: lo masculino y lo femenino y ellos tienen características que se repiten fatalmente a lo largo de nuestra historia. Lo femenino será, al decir de Simone de Beauvoir, el mundo de la inmanencia, de la pasividad, de todo aquello que constituye lo que se ha dado en llamar "virtudes femeninas" y que no es otra cosa que el cerrojo para impedir el libre desarrollo de las posibilidades de la mujer. Lo masculino, en cambio, establecido también por el grupo dominante, estará constituido por todo lo que la sociedad admira y valora en mayor medida: la agresión, la inteligencia, la fuerza, la capacidad de construir la historia. Este patrón de conductas tiene tanto poder, es de tal modo coercitivo, que quien no se ajuste debidamente a él será marginado e implacablemente discriminado.
Ya Margaret Mead, en su estudio sobre el sexo, señala el carácter cultural de la diferenciación de sus características secundarias, o sea lo dudoso de considerar macho o hembra a aquellos que detenten las peculiaridades expuestas anteriormente.
Así como se podría identificar el sexo de un conejo macho comparando su comportamiento con una coneja, un león o con una leona (...) ocurriría lo mismo si pudiéramos liberar nuestras mentes de la costumbre de juntar a todos lo machos y a todas las hembras, y de preocuparnos de las barbas de los unos y de los senos de las otras, para considerar en cambio a machos y hembras de diferentes tipos, presentándoles a los niños un problema mucho más inteligible." (13)

Pero el aspecto fundamental del sexismo reside en que éste considera a la mujer como un instrumento para la reproducción. Apoyándose en aquellas palabras del Génesis: "Multiplicaré en gran manera tus dolores y preñeces; con dolor parirás a tus hijos; y a ty marido será tu deseo y él se enseñoreará sobre ti", el sexismo convierte al hombre en dominador y considera el placer de la hembra como una amenaza, colocándola en el nivel de un objeto. Objeto valioso, no cabe duda, pero incapaz en tanto tal de los atributos en donde se refugia lo esencial de nuesstra humanidad: la libertad y la posibilidad de elegir y desear.

El sexismo en la literatura y especialmente en la literatura latinoamericana

Hasta hace muy poco tiempo la mujer era vista a través de los ojos de escritores masculinos. En consecuencia, todo el mundo de sus sentimientos, de su sexualidad y erotismo, de sus iras y frustraciones, se nos presentaba pintado desde afuera. Tal sucede con las grandes heroínas de nuestra literatura. Pensemos en Madame Bovary, Ana Karenina, etc.
En la literatura latinoamericana la mujer formaba parte de paisaje, siendo el hombre el centro de éste. Aquélla, ya sea la madre, la esposa, la amante, sólo servía para que el hombre volara desde su seno a conquistar el mundo, o a perderlo. Carlos Monsivais lo señala con acierto:

"Nuestra literatura carece, hasta el día de hoy, de personajes femeninos cuya realidad se describa orgánicamente: se presentan como mitología, diseños previos. Incluso en la que quizás sea nuestra mejor novela, Pedro Páramo, al lado de lo descarnado y obsesivo, de la presencia tajante del cacique, se da lo doblemente espectral, la presencia enloquecida por incorpórea de Susana San Juan, quien jamás desiste de su condición de aislada y distante, es siempre el erotismo intenso e impreciso, la agonía fantasmal, el amor inasible. Pedro Páramo poseerá a todas, las ultrajará, las domará, las desechará. Mientras las mujeres sean inferiores, son posibles: Doloritas Preciado o Damiana Cisneros. Cuando Pedro Páramo eleva a Susana San Juan a su nivel y la ama no con amor de violentador físico, en ese instante Susana San Juan se despoja de cualquier característica definible, se vuelve delirante proyecto místico, un abandono erótico que anhela la eternidad; se vuelve, en definitiva, el no ser." 14


De lo dicho se desprende que la mujer ha sido siempre, o casi siempre, una abstracción. Su mudez condenó al hombre, y a ella misma, a no saber nada de lo que verdaderamente prefiere, detesta o ama. Exiliada en su propio cuerpo, debe descubrir aún la forma en que vive el sexo, el amor, la maternidad, el matrimonio. Y la gran renovación del mundo sobrevendrá, seguramente, cuando ella pueda lograrlo.




La conciencia feminista de Rosario Castellanos


Frente a este silencio se alza la voz de Rosario Castellanos, en su doble condición de mujer y de escritora. En la entrevista que sostiene con Gunther Lorenz, dice:

"¡Hay tan pocos textos amorosos en nuestra literatura, son tan tímidos, tan enmascarados! Abunda la cólera, la venganza, la ambición, el sacrificio a un ideal. ¿Pero el amor? Alguna vez quisiera adquirir la madurez suficiente para contar como vive el amor una mujer mexicana; y romper el mito de su abnegación, de su masoquismo, de su humildad." (15)

A la inversa de Sor Juana, Rosario Castellanos deja de lado el individualismo para encuadrar sus problemas personales en un ámbito social. Su experiencia vital le sirve para identificarse con la condición de la mujer a lo largo de la historia y para reivindicar el sexo tanto política como culturalmente. En su poema "Malinche", evoca el mito literario de Electra y trata de rastrear su identidad en la clarificación de los sucesos del pasado:

Desde el sillón de mano mi madre dijo: "Ha muerto".
Y se dejó caer, como abatida,
en los brazos del otro, usurpador, padrastro
que la sostuvo no con el respeto
que el siervo da a la majestad de reina
sino con ese abajamiento mutuo
en que se humillan ambos, los amantes, los cómplices.

Desde la Plaza de los Intercambios
mi madre anunció: "Ha muerto".

La balanza
se sostuvo un instante sin moverse
y el grano de cacao quedó quieto en la arca
y el sol permaneció en la mitad del cielo
como aguardando un signo
que fue, cuando partió como una flecha,
el ay agudo de las plañideras.

"Se deshojó la flor de muchos pétalos,
se evaporó el perfume,
se consumió la llama de la antorcha.

Una niña regresa, escarbando, al lugar
en el que la partera depositó su ombligo.

Regresa al Sitio de los que Vivieron.

Reconoce a su padre asesinado,
ay, ay, ay, con veneno, con puñal,
con trampa ante sus pies, con lazo de horca.

Se toman de la mano y caminan, perdiéndose en la niebla."

Tal era el llanto y las lamentaciones
sobre algún cuarto anónimo; un cadáver
que no era el mío porque yo, vendida
a mercaderes, iba como esclava,
como nadie, al destierro.

Arrojada, expulsada
del reino, del palacio y de la entraña tibia
de la que me dio a luz en tálamo legítimo
y que me aborrecía porque yo era su igual
en figura y en rango
y se contempló en mí y odió su imagen
y destrozó el espejo contra el suelo.

Yo avanzo hacia e destino entre cadenas
y dejo atrás lo que todavía escucho:
los fúnebres rumores con los que se me entierra.

Y la voz de mi madre con lágrimas ¡con lágrimas!
que decreta mi muerte.


Oficio de tinieblas, dos mundos enfrentados

En América como conciencia, Leopoldo Zea señaló la necesidad de sumergirse en la historia para emerger de ella con una nueva luz que posibilitará la mayor comprensión de nuestros problemas actuales. Esto es lo que reaiza, en cierto modo, Rosario castellanos en su novela Oficio de Tinieblas. En ella se nos remite a un hecho histórico: la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y la sublevación que tuvo lugar en aquella época entre los indios chamelas. Sin embargo, este tiempo histórico determinado con toda precisión alterna, a lo largo de la obra, con otro tiempo, ese tiempo detenido y sagrado en donde el hombre regresa a los arquetipos mediante la repetición de las hazañas paradigmáticas. Será Catalina, la protagonista, quien oficiará de puente entre ambos.
Desde las primeras páginas asistimos a la descripción minuciosa de dos mundos: el mundo del blanco y el mundo del indio, ubicados en la comunidad chamela del Estado de Chiapas, México. Estos mundos se encuentran enfrentados pero hay entre ellos un intenso intercambio, una mutua interdependencia. Uno no podría vivir sin el otro. Ambos se rechazan y a la vez se necesitan con esa fascinación y temor ambiguo que se encuentra a menudo en la relación víctima-verdugo.
Al comenzar la novela la suerte de estos mundos está sellada. Uno de ellos ejerce el poder, la fuerza, detenta la riqueza y la educación: el mundo de los blancos. El otro contrasta fundamentalmente con esta imagen. Es el ámbito en que se mueven los marginados, los explotados, los desposeídos de todo lo que constituye a la persona. Es el mundo del indio. “Su desgracia”, nos dice Rosario en boca de uno de los personajes, “tiene algo de impersonal, de inhumano, tan uniformemente se repite una vez y otra y otra”. (17) Rosario Castellanos conoce a los dos desde su infancia y se interna en ellos, revela sus mecanismos ocultos, desnuda sus lacras sin dificultad. Además de describirnos con absoluta precisión las relaciones del blanco y del indio, la autora muestra también los fenómenos de aculturación, la paulatina adopción de las pautas del blanco por parte del indio, la introyección de una visión totalmente desvalorizada de su persona, producto final de la colonización. Cuando uno de sus compañeros le dice a Pedro González Winiktón: “Fue tu suerte de nacer indio” (18), éste reflexiona:

"Indio. La palabra se la habían lanzado muchas veces al rostro como un insulto. Pero ahora, pronunciada por uno que era de la misma raza de Pedro, servía para restablecer una distancia, para apartar a los pueblos unidos desde la raíz." (19)

La historia de México es, nos dice Ulloa, la de un despojamiento perpetrado por los poderosos:

"Tal vez podríamos representarla por el ensanchamiento paulatino de un círculo;
el de los propietarios de la riqueza. De los conquistadores a los frailes, a los encomenderos, a los criollos... Faltaba mucho para que la riqueza llegase hasta las masas ínfimas de la población." (20)

De Marcela López Oso, otro de los personajes indígenas de la novela, se dice:

"Iba con su fardo a cuestas, en medio del arroyo, porque a las personas de su raza no les está permitido transitar en las aceras." (20).


Entre estas dos instancias se sitúa el ladino, quien ha tenido mayor contacto con los blancos y ha entrevisto la posibilidad de escapar a la triste condición que se reserva al resto, cooperando con el colonizador. En la obra están representados, fundamentalmente, por Mercedes Solórzano y Leonardo Cifuentes, el cacique de Ciudad Real que aspira a convertirse en diputado.


Catalina Díaz Puiljá o la búsqueda de una identidad

El personaje principal de la novela es Catalina Díaz Puiljá, indígena chamula, de oficio tejedora y esposa de Pedro González Winiktón, juez de la comunidad. La protagonista soporta una triple marginación, ya que a su condición de india se suma la de mujer, y de mujer estéril. Esto último, en una sociedad que responde a las pautas patriarcales es una maldición, a la vez que una transgresión inadmisible, que las mismas mujeres sienten como amenaza. Pero escuchemos a la autora:

"Catalina Díaz Puiljá, apenas de veinte años pero ya reseca y agostada, fue entregada por sus padres, desde la niñez, a Pedro. Los primeros tiempos fueron felices. La falta de descendencia fue vista como un hecho natural. Pero después, cuando las compañeras con las que hilaba Catalina, con las que acarreaba el agua y la leña, empezaron a asentar el pie más pesadamente sobre la tierra (porque pesaban por ellas y por el que había de venir), cuando sus ojos se apaciguaron y su vientre se henchió como una troje secreta, entonces Catalina palpó sus caderas baldías, maldijo la ligereza de su paso y, volviéndose repentinamente para mirar tras sí, encontró que su paso no había dejado huella y se angustió pensando que así pasaría su nombre sobre la memoria de su pueblo y desde entonces ya no pudo sosegar." 22


Más adelante la vemos convertida en alguien diferente, alguien a quien por no haber cumplido con el valor más preciado de la femineidad es preciso castigar con la segregación:

"Y su luna no se volvió blanca como la de las mujeres que conciben, sino que se tiñó de rojo como la luna de las solteras y de las viudas. Como la luna de las hembras de placer." 28

Catalina se diferencia de las mujeres, y sobre todo de las mujeres de su raza, en que no acepta su destino con sumisión. A lo largo de la obra la vemos evolucionar, tantear sus verdaderas dimensiones, transitar diferentes caminos que la llevan al encuentro con su verdad. Es por eso que se transforma en un "ilol", en una sacerdotisa.
Existe una larga tradición que asocia a la mujer con las fuerzas inquietantes de la naturaleza. Sabemos del temor reverencial a las brujas en la Edad Media, lo que determinó su persecución por parte de la Iglesia, que las quemó en la hoguera. En la literatura se encuentran varios ejemplos. Lo cierto es que la bruja detenta un poder que no posee la mujer común, y esto la pone en un nivel de igualdad con el hombre, dueño del poder político y religioso. Su condición de Ilol elevará pues, a Catalina, por encima de los miembros de su raza, con lo cual accede a una especie de trascendencia.

"Catalina admitía el acatamiento con la tranquila certidumbre de quien recibe lo que se le debe. La sumisión de los demás ni la incomodaba ni la envanecía. Su conducta acertaba a corresponder, con parquedad y tino, el tributo dispensado." 29

El brujo, el mago, es el que nombra, el que detenta la palabra. Él tiene la fórmula que curará la enfermedad, que restablecerá el orden. Quizá la clarificación de Catalina frente a la oscuridad en que se mueven los otros miembros de su raza provenga de esa situación. Y sabemos que quien tiene acceso a la palabra lo tiene, también, al pensamiento. Ante la violación de Marcela López Oso por parte de Leonardo Cifuentes, Catalina reflexiona:

"Repitió mentalmente la frase, saboréandola: "un caxlán abusó de ella". Esto era lo que había sucedido. Algo que podía decirse, que los demás podían escuchar y entender. No el vértigo, no la locura. Suspiró, aliviada." 26

Frente a la evolución de Catalina, que se atreve a llamar a las cosas por su nombre, se encuentra la mujer india, sometida desde tiempos inmemoriales a la imposibilidad de expresarse. Marcela López Oso va a tener un hijo de su violador, pero su sensibilidad se ha secado, así como su rebeldía:

"Marcela, a quien la adversidad había reblandecido los tuétanos, ya no protestaba. Asentía mansamente, Observaba los preparativos para el parto sin interés, sin curiosidad siquiera, como si se tratara de un acontecimiento que no le concerniese." 27


Pero Catalina no puede resignarse a su destino de mujer estéril, a no experimentar toda esa gama de sentimientos vedados para ella que implica la maternidad. Por ello acepta como propio el hijo de Marcela, a quien casa con su hermano opa. Sin embargo, lo educará de acuerdo a las normas tradicionales de la virilidad:

"Cohibida, la ilol se acercaba a Domingo para servirlo, no para mimarlo. De la mano se le caían las caricias, de los labios los nombres de ternura. Pero estos renunciamientos de Catalina, esta distancia, eran la tierra en que estaba germinando a hombría del muchacho." 28

Paralelismo entre la mujer india y la mujer blanca


Si el destino de la mujer indígena es la sumisión, el convertirse en presa del hombre, en objeto sexual, si sus días transcurren en la miseria, en el trabajo embrutecedor, la suerte de la mujer blanca no es menos adversa. Sin duda su situación no presenta la cruel desnudez de la campesina. Su opresión se muestra disfrazada en galantería, en endiosamiento, en todas las hipocresías religiosas y sociales que han servido para mantenerla en el confinamiento. Pero la realidad de ambas es casi idéntica. La mujer carece de todo poder que no sea el de convertirse en reina de su hogar. Para ella el mundo, su propio destino y hasta su personalidad, no se revelan sino a través del contacto amoroso con el hombre. Sin duda la mujer burguesa es más libre, pero esto no contribuye sino a agravar su tedio, a profundizar aún más su descontento y frustraciones. En la novela encontramos frecuentes y sagaces alusiones a esta realidad. Cuando la rebelión de los indios moviliza la defensa de los blancos, Castellanos nos brinda en pocas pinceladas una radiografía precisa de esta total dependencia de la mujer respecto del hombre. Ello se agudiza en el caso de las solteras quienes, por no haber accedido a ese estado envidiable y prestigioso que es el matrimonio y la maternidad, son rechazadas por las sociedad como "objetos" también, pero ya no de placer, sino de escarnio:

2Las solteras abrieron la puerta de su encierro. Por fin ahora podían moverse, actuar, servir, sin que las paralizara la burla o la desaprobación de las demás. Miraron la calle, por primera vez en años, ya no al través de un vidrio. de un batiente entornado, sino a plena luz. Se incorporaron a los grupos con naturalidad, sin que su figura fuese ocasión de comentarios y suspiros compasivos. ¿Quién iba a contar sus arrugas y sus canas? ¿Quién iba a anular sus esfuerzos por sentirse todavía esperanzadas, todavía no excluidas definitivamente del círculo de los intereses y los trabajos de los demás?
(...) Las casadas abandonaban temprano el lecho del amor y del parto, el sitio donde el macho las humillaba y las exaltaba, el trono de su pereza, el refugio contra la destemplanza del clima y tomaban, con brío, las riendas de una casa que tan frecuentemente abandonaban a la servidumbre.
(...) Las muchachas buscaban la coyuntura para intervenir. Se disputaban un lienzo de seda, una jarra, un cubierto de plata para el ajuar que llevarían a sus hipotéticos matrimonios. La madre mediaba en la disputa prometiendo para después un reparto equitativo, porque ahora había prisa de esconder lo mejor posible los obejetos que les pertenecían." 29


En este ámbito cerrado también la palabra ha sido abolida. El pudor es una de las virtudes que la sociedad asigna a lo "femenino", así como la discreción. Ambos deben acompañar a la mujer en todas partes, en todas las situaciones cotidianas de su vida. Acostumbrada a callar, ella no puede, o no sabe, expresar lo que le sucede. Su fisiología es un misterio en el que no se atreve a indagar y la que aólo puede acercarse a través de eufemismos, reticencia, guiños cómplices. Ni siquiera ese momento clave, el de la niña que se convierte en mujer, puede ser explicitado:

Hasta que un día estalla el alarido. Sangre. Por donde vas te sigue el reguero que te delata, hembra doliente. No, no vas a morir. Sólo vas a guardar cama temporalmente, a abstenerte de tomar ácidos, de hacer movimientos bruscos, de bañarte. Tú no sabes por qué. Pero los demás sí. Y sonríen. (29)



Paralelismo entre los mundos blanco-indígena, hombre-mujer.

Así como señalamos la división, constante a través de la novela, entre el mundo del blanco y el del indio, existe otra, no tan evidente, pero que marca igualmente las situaciones humanas que allí se desenvuelven: el mundo del hombre, detentador del poder, de la palabra, del placer. El de la mujer, en cambio, se encuentra despojado de todo otro atributo que no sea el de la sexualidad reprimida, la maternidad aplaudida, ese mundo que no tiene otro horizonte que el de las cuatro paredes de hogar. En este sentido la suerte de la mujer, tanto blanca como india, corre paralela a la de los desposeídos.
Los personajes masculinos buscarán su trascendencia, su realización en la lucha política, en el ideal religioso, en la búsqueda de la justicia. Un ejemplo de ello son Pedro González Winiktón, marido de Catalina, que tiene clara conciencia del despojo a que ha sido sometido su pueblo y trata de encontrar una respuesta, una luz que lo conduzca a la liberación. Manuel Mandujano, el sacerdote. Fernando Ulloa, destinado por el Gobierno para entregar la tierra a los indígenas. Leonardo Cifuentes, que va escalando posiciones mediante la astucia, el robo, el asesinato y la explotación, hasta convertirse en diputado. En todos ellos se encuentra la agresividad propia de aquel que se sabe destinado a tener alguna injerencia en el mundo, a ser protagonista de su propio destino. No importa que su lucha lo lleve al fracaso, a la derrota o a la muerte, como en el caso de Manuel Mandujano y Fernando Ulloa. Lo esencial es la conciencia que ellos tienen de su lugar en la sociedad. La suerte de la mujer en cualquiera de los estratos sociales en que se encuentre, contrasta vívidamente con esta visión. Ella no se realizará, como dijimos, sino a través del hombre: si es casada, de su marido; si soltera, de esposo que habrá de venir, si soltera entrada en años, del hermano o del padre:

El esposo es el colmador. Él guarda para tus ansias, placer; para tus vacíos, fecundidad. Él va a colocarte en el rango para el que estás predestinada.
Si el esposo no llega, niña quedada, resígnate. Cierra el escote, guarda los párpados, calla. No escuches el crujido de la madera en las habitaciones de los que duermen juntos. No palpes el vientre de la que ha concebido; aléjate del ay de la parturienta. El hervor que te martilla en las sienes ha de volverse puñado de ceniza. Busca el arrimo de tus hermanos cuando encanezcas. Tal es el hombre al que debes asirte, hiedrezuela. (30)

El hombre mira a la mujer como una posesión que le ha sido asignada y a la que puede repudiar, golpear, abandonar. Antes de convertirse en ilol, Catalina espera temerosa y resignada el momento fatal en que su marido la repudie por no haberle dado el hijo que deseaban. La mujer también será el lugar del reposo, la vuelta a la inmanencia, la recompensa después del combate. Es eso lo que sucede cuando Pedro, conocedor de la nueva conducta de Catalina llega al burdel:

Pedro apoyó la cabeza en el regazo femenino, apaciguado. ¡Qué diferente de su esposa, tensa y siempre desenfrenada, esta carne dócil, humilde para recibir el placer, generosa y hábil para darlo. Su encuentro fue sin palabras, sin ese juramento con que Catalina reclamaba la eternidad. 31


También esto sucede con los blancos. De don Adolfo, otro de los personajes que conforman este grupo humano, leemos:

"Él había necesitado una mujer dócil, sumisa y que viviera deslumbrada por la superioridad de su marido." 32

Y ante esa falta de posibilidades de desarrollo de su persona, la mujer se asimila a un niño, a un ser desamparado y sin inteligencia ni capacidad de decisión. Es por esto que se la debe tratar con esa indulgencia que se reserva para los inferiores, para aquellos que no tienen el pleno ejercicio de sus facultades:

"En el fondo, si toleraba los desmanes de Julia, era por una especie de piedad hacia un ser más débil, una bestezuela salvaje en la cautividad que daba zarpazos inofensivos a quienes lo rodeaban." 33

También al indio se lo considera como a un niño, incapaz de comprensión. Cuando Fernando Ullloa se dirige a Winiktón:

"Fernando habló con lentitud, como si se dirigiera a un niño, escogiendo las palabras más fáciles, repitiéndolas como si la repetición las tornara comprensibles." 34

Catalina Díaz Puiljá o la salvación por la ira

El mundo del indio, como vemos, se nos presenta con una crudeza desgarradora y una lucidez que no decrece en ningún momento. Él ha sido despojado de su tierra, de sus dioses, de su cultura y arrastra una vida de miseria y de desesperanza. Constantemente despreciado por el blanco, negados sus atributos de persona, es un ser embotado al que ya no le quedan fuerzas ni ganas de sublevarse. Por ello apunta Frantz Fanon: "La labor del colono es hacer imposible hasta los sueños del colonizado". 39
Pedro González Winiktón es, en la novela, el único de su raza que tiene clara conciencia de la situación en que viven los miembros de su comunidad. A ello lo ha llevado el papel que detenta en ésta:

Pedro Winiktón se familiarizó, bajo su investidura de juez, no con la justicia, sino con su contraria, la bestia que la devora. (40)

A pesar de la violencia ejercida sobre él el indio conserva, en su vida comunitaria, ese pequeño margen que lo arraiga a su pasado, a sus tradiciones culturales. Ello le permite resguardar en alguna medida su identidad y evadirse de su dura realidad. Pero esta conciencia es apenas una débil luz que se apaga cuando entra en contacto con su opresor; cuando éste lo "engancha" para trabajar de peón en sus haciendas:

Desde el momento en que se alejaron de sus parajes se operó en los indios una extraña transformación. Dejaron de ser Antonio Pérez Bolom, tocador de arpa, avecindado en Milpolita; o Domingo Juárez Bequet, cazador de gatos de monte o famoso pulseador; o Manuel Domínguez Acubal, entendido en cuestiones de encantamiento y brujerías. Eran solamente una huella digital al pie de un contrato. En su casa dejaron la memoria, la fama, la persona. Lo que andaba por los caminos era un hombre anónimo, solitario, que se había alquilado a otra voluntad, que se había enajenado a otros intereses. 37


Leopoldo Zea, en su estudio de las diferentes consecuencias de la conquista, apunta los mecanismos de los que se vale la cultura arrasada para sobrevivir y cómo va imponiendo su sello de una manera oculta en todos los contendios de la cultura del conquistador:

"El mundo indígena que había sido arrasado y destruido empieza a surgir subterráneamente. Los ídolos e idolillos que, junto con los templos, habían sido enterrados, surgen sonrientes y burlones en los adornos de los nuevos templos cristianos. En los frisos, columnas y cornisas dejan ver sus diabólicas carillas. Penetran en los templos disfrazados con las figura angelicales que adornan sus cúpulas y techos. Sus muecas se dejan sentir debajo de oro de los extraños retablos. Aparecen en los Cristos y Santos a los que se rinde una no menos extraña devoción. En las fiestas religiosas, el mundo "demoníaco" condenado por el europeo, vuelve a resurgir." 38


Lo religioso en uno de los factores que con mayor fuerza ata al hombre a su cultura y la búsqueda de Catalina, frustrada en sus ansias de maternidad y en sus expectativas de mujer enamorada, se dirigirá a lo sagrado guiada por una oscura intuición:

"Voy a abrir ya este puño que no puede retener nada. Voy a desatar el nudo de mi amor que no guardó más que el aire. Estoy sola, Es preciso entenderlo bien. Sola." 39

Acude entonces a la cueva que guarda, desde hace mucho, los ídolos de su comunidad. En ellos busca su ser perdido, la memoria de su raza, su identidad.

Su memoria ensanchaba sus límites hasta abarcar experiencias, vidas que no eran la suya, insignificante y pobre. En su voz vibraban los sueños de la tribu, la esperanza arrebatada a los que mueren, las reminiscencias de un pasado abolido. 40

La cueva se convierte, por obra de su carisma y de su poder de convicción, en un lugar de peregrinación. Catalina es la voz de las que no la tienen, la que ocasiona la abolición de tiempo profano y la proyección de su pueblo en ese tiempo mítico que, como afirma Mircea Eliade, "no se produce naturalmente sino en los intervalos esenciales, aquellos en los que el hombre es verdaderamente él mismo: en el momento de los rituales o de los actos importantes". 41
La novela alcanza el clímax con la sublevación de los chamulas y la crucifixión de Domingo, hijo adoptivo, como se vio, de la protagonista, escena que se narra con un crudo realismo. Catalina ofrece un resquicio de la esperanza a la miseria de los indígenas, pero éstos son finalmente reprimidos y derrotados. Ella pasa, entonces, a formar parte de la leyenda, de ese pasado que sólo unos pocos conservarán en la memoria.




Conclusiones

En contraste con los personajes femeninos que se nos presentan en la obra, el personaje de Catalina no es estático sino que deviene, va tomando mayor envergadura y consistencia a medida que avanza la novela, hasta convertirse en una diosa, en un personaje épico que tiene mucho de héroe mítico.
La autora la presenta como una mujer fuerte y agresiva, dotada de una inteligencia y comprensión que le permiten superar las pesadas limitaciones de su sexo y de su raza para alcanzar los niveles de heroína y encabezar un movimiento milenarista. Creemos que, a través de ella, Roario Castellanos ha querido hacer una doble denuncia: la triste condición de los indígenas de su país y, por ende, de latinoamérica, y las mutilaciones impuestas por el machismo a estas tierras. El hecho de que se haya elegido una circunstancia histórica concreta, nos lleva a pensar que la liberación de la mujer no está desgajada de la historia y que su lucha, aun cuando se desarrolle en el ámbito privado de lo doméstico, es una cuestión que incumbe a toda la sociedad. Pero, como dice Alaíde Foppa:

Tampoco es posible la liberación de la mujer en un mundo en donde la mayoría de los hombres aún no son libres. No puede encontrarse la armonía en la miseria, el equilibrio en la ignorancia y la concordia en la enajenación. en la falta de los más elementales bienes de la existencia. En tales condiciones, ni la mujer es capaz de liberarse de su doble esclavitud, ni el hombre de su pobre despotismo. 42

La preocupación por describir la situación social, política y económica en que se mueven sus personajes, y la visión que ellos tienen de su circunstancia, no ha apartado a la autora de una cuidadosa atención a las técnicas narrativas. Algunas de sus escenas están plenas de acción y de color, otras son primordialmente líricas y subjetivas, otras tienen un marcado acento poético. Por todo ello podemos decir que Oficio de tinieblas es un testimonio literario viviente, la fuente indispensable para quien quiera acercarse a las raíces de nuestra americanidad.



























NOTAS


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2. Colombres, Adolfo: La colonización cultural de la América Indígena, Quito, Ediciones del Sol, 1977.
3. Colombres, Adolfo: Op. Cit.
4. Rubio Orbe, Gonzalo: “Guatemala Inndígena”, América Indígena, México, Vol. Xxxii, nº 2.
5. Koyhiro Kkabayashi, María, “Historia mexicana”, en “La mujer y la lucha social”, de Rascón, María Antonieta.
6. Rascón, María Antonieta: “La mujer y la lucha social” en Imagen y Realidad de la Mujer, SEP. Colección Sepsetentas 172, 1975.
7. Lorenz, Gunther: Diálogos con latinoamérica, Barcelona, Editorial Pomaire, 1972.
8. Ibid.
9. Harss, Luis: Los nuestros, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1966.
10. Paz, Ooctavio: El laberinto de la soledad, México, FCE, 1950.
11. Foucault, Michel: Historia de la sexualidad, Tomo I, M´xico, Siglo Veintiuno, 1981.
12. Engels, Federico: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Moscú, Editorial Progreso, 1953.
13. Mead, Margaret: Macho y Hembra, Buenos Aires, Editorial Alfa, 1976.
14. Monsivais, Carlos: “Sexismo en la literatura mexicana”, en Imagen y realidad de la Mujer, Mèxico, Sepsetentas 172.
15. Lorenz, Gunther: Op. Cit.
16. Castellanos, Rosio: Poesía no eres tú, Mèç´xico, FCE, 1972
17. Castellanos, Rosario: Oficio de tinieblas, México, Joaquín Mortiz.
18. Ibid.
19. Ibid.
20. Ibid.
21. Ibid.
22. Ibid.
23. Ibid. .
24. Ibid.
25. Ibid.
26. Ibid.
27. Ibid.
28. Ibid.
29. Ibid.
30. Ibid.
31. 31. Ibid.
32. Ibid.
33. Ibid.
34. Ibid.
35. Fanon, Frantz: Los condenados de la tierra, México, FCE, 1963.
36. Castellanos, Rosario: Op. Cit.
37. Ibid. Pp. .
38. Zea, Leopoldo, “América como conciencia”, Cuadernos Americanos 30, México, 1953.
39. Castellanos, Rosario: Op. Cit.
40. Ibid.
41. Eliade, Mircea: El mito del eterno retorno, Madrid, Alianza Editorial, 1972
42. Foppa, Alaíde: “Feminismo y liberación”, Imagen y realidad de la Mujer, México SEP, Sepsetentas 172, 1975.
























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