domingo, 20 de junio de 2010

Todas íbamos a ser reinas (fragmento)- Novela


Te escribo esta carta debajo de mis párpados, donde anda tu nombre como tantos otros, esos nombres que tiene pasos de aire y se desvanecen en él apenas los evoco. Aquí estamos ya, Pola, en esta tierra de pastizales densos, manchada de cañadones. Todo es nuevo y a la vez antiguo, caminar por un suelo libre, descubrir la alegría de sembrar con la luz primera de la mañana. El viaje fue agotador, no sé si alguna vez nos veremos para que te lo cuente, se necesitarían semana, quizá meses. Aquella Babel flotante en donde cada uno era un pedazo de tierra, un sueño móvil que entre todos formaba un solo y nuevo sueño, el mismo para los italianos, turcos, rusos, que veníamos como la resaca del mundo a ver si nos hacía un huequito la esperanza. Si vieras el enorme pasaporte con mi nombre, Tania Petroff, y el de Mijhail, Miguel en esta lengua tan difícil como remar contra el viento. No olvidaré nunca aquel domingo en que salimos del pueblo, el perfume de las acacias acariciando la mañana, tu cara pecosa surcada por las lágrimas y la de madre, impotente para disimular la pena detrás de la sonrisa. Los mujiks nos saludaban al pasar con las manos en alto, nos deseaban suerte. Yo veía esos rostros de mirada ingenua y soñaba con esta tierra en donde, se nos había dicho, todos eran iguales. ¿Tengo derecho a desear la igualdad para mí y para mis hijos cuando en la tierra de uno el Señor ha secado su fuentes y agostado todos sus manatiales? Sin embargo sé que sus dolores son como los de la parturienta, terminarán en alegría aunque ya no estemos aquí para contemplarlo. Si vieras, Pola, en qué han quedado mis manos, aquellas manos que mamá cuidaba tanto para que no se parecieran a las de ella. Aquí cavamos pozos, construimos hornos, empezamos el trabajo de la huerta. Yo colaboro en todo aunque, ¿adivinas?, espero un hijo. Miguel me toca el vientre y sonríe con esa sonrisa plena que tanto le conoces para después pedirme con lágrimas en los ojos que no vaya a la siembra. Pero no puedo. Me siento bien entre ellos, mis hermanos. Verlos con sus anchas barbas blancas inclinándose sobre la tierra, tiene algo de ritual, de mítico, que me reconforta. Porque no te creas. A veces evoco aquello otro, aquel tiempo inconcluso y siento que quiero asir aquellas formas, incorporarlas a mi frente antes de que se evaporen para siempre. Últimamente la imagen de papá me visita con frecuencia; su barba rabínica, sus largos ojos surcados de picardía. Me parece escucharlo conversar con los amigos en la tertulia mientras el samovar hierve, la eterna pipa de marfil incrustada en su boca. ¿Qué mas quieres que te diga, Pola querida? Estos campos de una absoluta desolación han ido cediendo y ahora los surcos se extienden hasta el infinito. Alrededor de nuestra casa hay vacas lecheras que guardamos en un corral. Del campo traemos bolsas repletas de choclos, melones y sandías tan jugosos como no sé si se habrán encontrado en el paraíso, a pesar de la cantinela de mamá ante nuestros rezongos, de que sólo allí encontraríamos la fruta perfecta. Como ves, ya soy toda una campesina. Yo, la que pasaba los días echada en el diván de raso de nuestra sala, leyendo a Tolstoi. A él seguramente esto le habría gustado. Amaso el pan como si estuviera viviendo uno de aquellos pasajes de la Biblia, en el comienzo de los días. Miguel aprende a montar. Su maestro es un "boyero" com llaman a quí al conductor de bueyes. Ha sido un antiguo soldado de Urquiza. Pero devaneo. ¿Qué puedes saber tú, querida mía, qué puede despertarte este nombre? Muchas esperanzas fueron depositadas en él, dicen que no hace mucho, pero las defraudó, como siempre sucede. A pocos kilómetros de aquí se alza la fantástica residencia en donde su espectro se pasea entre lagos artificiales, palomares cn espejos y rosales de enormes rosas que embalsaman el aire de los atardeceres.
No sé si somos bien mirados por la gente del lugar. Ayer no más vimos a los "gauchos" merodeando cerca de nuestra casa. Me impresionó el fulgor salvaje que despedían esos ojos. Unos enormes cuchillos, los "facones", les colgaban de la cintura. Pero no me asustaron. Vi en ellos el mismo terror acorralado de nuestros ccampesinos. ¿Habrán sido víctimas también ellos de injusticias y persecuciones? Tengo, como verás, mucho que aprender. Poco a poco iré abriendo los ojos a esta nueva realidad. Pero ahora, la primera luz entrando por mi ventana, termino de pensarte esta carta que probablemente nunca escriba para decirte que te quiero y que estás adentro mío como todo lo que he dejado.








Ediciones Letra Buena. Buenos Aires

1 comentario:

  1. ya puse varias veces el "me encanto"...pero a veces los "bis" expresan todo no? agradezco que hayan sido tus manos las que alzaron mi botella...

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