miércoles, 23 de junio de 2010

Todas íbamos a ser reinas -Novela (Nuevo fragmento)



Dormite niñito
que la luna arrulla tu sueño desnudo


¿Dice usted que fue la noche del pampero? La misma. Pues no, yo creo que fue mucho después que Miguel Petroff firmó el contrato de compra de la tierra. Le digo que sí, que esto sucedió la misma tarde que a mi comadre Encarna le dio aquel pasmo y que llamaron a la india Abigail para que la curara. ¿Una india, dice? Sí, la que andaba arrimada al gaucho Barrionuevo y que tenía la cara como un colador a causa de las viruelas.

que tu sueño sueña la luna dormida
Dormite niñito
antes que la tierra sea tu sudario


Tomados de la mano, Tania y Miguel veían acercarse aquella ciudad desconocida envuelta en la bruma de un día lloviznoso. Les parecía tocar esa franja de tierra parduzca por la que dejaran la suya. Cuando las chalupas llegaron al barco, Miguel palpó el vientre aún plano de Tania y luego, pasándole el brazo alrededor de los hombros lloró en silencio. "Ojalá el futuro nos ayude a olvidar las penurias de este viaje", murmuró. Nada de lo que les pasara sería peor que lo vivido, pensó.

antes que los ríos se cubran de sangre
Te canto bajito para que me escuches
Para que recuerdes que vienes de lejos


Acuérdese que vino por aquí a pedir una manta y que luego le hizo una frotación en todo el cuerpo de aceite de mostaza, semilla de algodón, sal tostada y alcanfor. ¿Que de dónde iba a sacar todo eso si estos andurriales hervían de yuyos y ganado salvaje? Sabrá el Señor- Pero déjeme que termine. Luego le dio un bebedizo de té con cogollos de orégano y un poquito de azufre. Esa india era muy entendida en los descalabros del cuerpo. ¿Se acuerda de ella? Andaba siempre con el gaucho Barrionuevo, como le termino de decir, en ancas de su barcino. Que de pueblo en pueblo, dizque. Por entonces no hacía mucho que habíamos llegado. Unos tres meses, a lo sumo. Acuérdese que la etapa de las carpas había quedado atrás. Después también de que Miguel defendiera a Grishenka, Grusha, la prostituta que salía por las noches y se sentaba en las afueras del campamento a entonar aquella cantinela que estrujaba el corazón.

de un canto de nieve
de una rama trunca
de un árbol que canta entre dos sollozos


No sabían si reír o llorar cuando vieron aparecer detrás de los yuyales las enormes ruedas. Llevaban más de tres horas esperando, apeñuscados con los otros, en aquella estación desolada desde donde les prometieron conducirlos a destino. La tarde venía fresca y Tania se arrebujaba en su chal blanco, tratando inútilmente de que Miguel no le notase el cansancio. No quería agregarle más preocupaciones. Un viejo de largo caftán negro leía el Talmud, masticando las palabras en voz baja. De a ratos levantaba la vista y escrutaba el horizonte. Era uno de los pocos que llegaron solos.


Te tapo en silencio
con mis dos harapos
cuna de miseria para un mundo nuevo
miseria de mundo para un niño bueno


Tania permanecía callada. Acodada en la borda junto a sus compañeros de viaje, semejaba la imagen de una muda pregunta. Miguel levantó el baúl y lo arrojó en brazo del dueño de la chalupa, que estiraba ya la mano para ayudar a los hombres y mujeres que bajarían a ella. La hilera de chalupas, abarrotadas de gente, se fue aproximando a tierra con lentitud.

Tendrás un osito y una mermelada
y una casa blanca que viaje al verano
Tendrás un espiga para tu alimento


Ya funcionaba, también, el almacén del Barón y todas las mañanas íbamos allí a aprovisionarnos. Todas, menos los sábados, porque ya usted sabe que ese día bendecimos al Señor. Tiene usted razón. Fue la segunda vez que corrió el pampero. Y todavía estábamos en las carpas, me equivocaba. Ahora recuerdo que ese día no hubo viento pero igual los yuyitos comenzaron a temblar. Era ya el atardecer y el cielo se puso negro, como si lo hubiera atravesado Luzbel. ¿Que aquí le dicen Mandinga? Lo mismo da. Yo que soy gringo tengo derecho a llamar las cosas como mejor me salgan, aunque tantos años de estar aquí, trajinando esta tierra me hayan hecho más gaucho que usted. No se me enoje. Ya ve que somos amigos. Fue antes de la helazón. Como digo, los yuyos temblaban y los caballos pateaban el suelo, como queriendo avisar.

Vienes de otra orilla
el mar fue tu almohada


Casi todas las demás eran familias repletas de chiquillos que correteaban en el suelo de tierra sin que sus madres los llamaran al orden, absortas como estaban en esa espera que poco a poco se iba vaciando de esperanza. El viejo comenzó a lagrimear. Grushenka se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros. Él se arrimó a ella, como un niño que buscara el consuelo de su madre, pero luego la rechazó, enojado. "Habrase visto", murmuró. No contento con esto, levantó su mano en señal de amenaza. Grushenka se alejó, no sin antes guiñar un ojos a su vecina, una mujer rubicunda sentada sobre sus pertenencias envueltas en una sábana blanca.
Llegaron a eso de las siete. Surgieron de los pastizales como una aparición fantasmagórica. Eran ocho carromatos carcomidos por las lluvias y de unas ruedas altísimas, que venían precedidos por un hombre de tez cobriza en un bayo claro. Los hombre y mujeres se arremolinaron a su alrededor, sin animarse a tocarlas. Del interior de una de ellas salió otro hombre, vestido de sarga azul.
- Vayan entrando - dijo, en mal alemán -. Sólo mujeres y niños - agregó al ver que los hombres también formaban parte del gentío que se atropellaba para subir.
- Los hombres irán a pie - dijo el de tez cobriza.
Miguel abrazó a Tania, que trató de abrirse paso en esa masas compacta. El interior de la carreta era estrecho y tuvieron que apretujarse como sardinas. Se tocaba el vientre mientras partían.

de una raza antigua
buscando a tu hermano


El bullicio era infernal. Un negro tocaba impávido su organito, del cual salía esa música triste que les llenó el alma de una nostalgia sin nombre. Caminaron por la calle lodosa hasta el vetusto edificio a cuyas puertas un hombre corpulento de raído uniforme los detuvo para sellarles el pasaporte. Racimos de hombres y mujeres caminaban por los pasillos, entraban y salían hablando lenguas desconocidas. En las miradas de todos se notaba una misma chispa de ansiedad.

Dormite, niñito, alma de turrón

Los pájaros volvían a los árboles en un volido apresurado. Nosotros nos arrebujamos, nos acollaramos unos a otros, presintiendo. No es que yo sea miedolento, pero la tierra lanzaba un zumbido, como el de millones de abejas. Y luego el silencio, que era más aturdidor que los truenos. Sí, fue por esa época del segundo pampero que Miguel compró. Le entregaron un arado de asiento, un carro de cuatro ruedas, diez lecheras, doce caballos y un toro. Fue el primero de nosotros que tuvo tierra.

Te he mostrado un mundo

Desde la cubierta de la proa vieron las ballenas, tiburones que nadaban cerca del barco y lo acompañaban durante días, vieron peces voladores y albatros y gaviotas cerca de las costas. La brisa olía ya a tierra: humus, espigas, resinas. Habían abandonado la vieja Europa. Detrás quedaba el pasado con sus remotos paisajes. Vislumbraban en lontananza un mundo nuevo.

Conquistalo vos



Ediciones Letra Buena. Buenos Aires

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