
Teníamos los perfumes / y las tardes
en que dábamos vueltas por la plaza / buscando
la mirada de los muchachos / Esa caricia
oculta que recorría nuestro cuerpo / desordenaba el aire
dormido de deseo / El crepúsculo llegaba
maduro de campanas / De aguaribayes
lentos que cantaban sus íntimas
congojas / Era dulce
sentarse debajo de su canto / Los vestidos
de pálidos colores dispersaban aromas /
incendios de pájaros fugaces /
Cada vez que pasabas a mi lado / tu boca se
encendía de sonrisas / y mi corazón
no cesaba de reverdecer
Confesiones del relámpago
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