lunes, 12 de julio de 2010

La liberación de la mujer en "El siglo de la luces", de Alejo Carpentier





INTRODUCCIÓN

En su novela El siglo de las luces, Carpentier nos introduce en el mundo de la Revolución. No importa cuál de ellas ni en qué fecha ocurre. Lo que cuenta es el caudal de pasiones que pone en juego, de necesidades humanas que surgen a la luz, de eenrgías a favor de un mundo mejor que desata y canaliza.
Asistimos a una dialéctica de la Revolución: con sus aciertos, sus errores, sus contradicciones. Estos componentes los encontramos en todas ellas, ya que son llevadas a cabo por hombres y hombres que, esto es remarcable, no han hecho o completado todavía su revolución interior. No ha nacido aún el “hombre nuevo”.
La novela se desarrolla en dos planos: uno más evidente y accesible, el histórico-social, otro más profundo e intrincado, el plano recóndito de lo íntimo, de lo subjetivo.
Una revolución se irá operando en cada uno de los personajes de la novela, revolución que será un arduo aprendizaje, no exento de equivocaciones y fracasos.
Dentro de los planos que hemos señalado, el histórico-social y el individual, podemos encuadrar la lucha de la mujer que, en el primero, corre paralela a la de los esclavos y oprimidos, ya que paralela ha sido su suerte y, en el segundo, en las búsquedas y tanteos de una mujer símbolo que, y no creemos que esto sea casual, lleva el nombre de Sofía, cuya acepción ya conocemos como “Sabiduría”. O sea, y esto lo veremos a medida que transcurrre la obra, toda revolución lleva implícita una revolución interior de la que no debe quedar excluida la mujer, ya que un “hombre nuevo” no puede darse sin una “mujer nueva”, y una sociedad mejor es una utopía mientras la mujer no haya rescatado su dignidad de ser humano y dejado atrás todos aquellos componentes que la volvieron sometida, objeto sexual, propiedad del hombre. Mientras no se hayan cumplido las palabras de Rilke:

Un día la joven será y será la mujer, y sus nombres no significarán más lo mero contrario de lo masculino, sino algo por sí, algo por lo cual no se peinsa en ningún complemento ni límite, sino nada más que en vida y ser: el ser humano femenino. (1)


LA REVOLUCIÓN INDIVIDUAL

Desde un comienzo, el autor nos muestra el contexto económico y social en el que se mueven los protagonistas. Carlos, uno de ellos, viaja a La Habana a hacerse cargo del negocio que deja su padre al morir. El velorio de éste es el pretexto de que el autor se vale para presentarnos a cada uno de ellos en la vieja casa paterna. A Sofía, aún adolescente, rodeada de las monjas que la anhelan para su convento. A Esteban, el enfermo, cuya enfermedad se encuentra simbólicamene asociada a la dolencia que aqueja a un mundo cuyos crujidos se oyen por todas partes. Es por ello significativo el encuentro de Carlos en el cuadro “Explosión en una catedral”, cuyo título adquiere la doble connotación de derrumbe y de explosión. Ruptura de algo, que podemos identificar, sin temor a equivocarnos, con los ideales cristianos, los cuales, a pesar de ser en un comienzo signos de redención y liberación fueron usados por los conquistadores para oprimir y someter.

Pero su cuadro predilecto era una gran tela, venida de Nápoles, de autor desconocido que, contrariando todas las leyes de la plástica, era la apocalítica inmovilización de una catástrofe. “Explosión en una catedral” se titulaba aquella visón de una columnata esparciéndose en el aire en pedazos – demorando un poco en perder la alineación, en flotar para caer mejor – antes que arrojar sus toneladas de piedra sobre las gentes despavoridas. “No sé cómo mirar eso”,decía su prima, extrañamente fascinada, en realidad, por el terremoto estático, tumulto silencioso. Ilustración del fin de los tiempos, puesto ahí, al alcance de las manos, en terrible suspenso. (2)

Fin de los tiempos era lo que estaba sucediendo en el mundo, en la isla, en aquella casona colonial y sus habitantes. Un Apocalipsis, un mundo que comienza ya a desplomarse. A ese derrumbe es lo que inconscientemente perciben los jóvenes al trastocar los horarios, las costumbres, los modus vivendi de toda su vida anterior.

Puesto en el patio, el reloj de sol se había transformado en reloj de luna para comprobar el peso de los gatos; el telescopio pequeño, sacado por el roto cristal de una luceta, permitía ver cosas en las casas cercanas, que hacían reír equívocamente a Carlos, astrónomo solitario en lo alto de un armario. (3)

Este mundo caótico que servirá de transición al otro, al de la conversión a la fe revolucionaria, es aún puramente individual. Tanto en ese plano como en el social, no ha hecho irrupción el tú, aquella dimensión indispensable para el que anhela completarse y enriquecerse, para aquel que quiere que su vida no se marchite en meras fórmulas dialécticas y racionalizadotas. Se necesita la experiencia del tú, experiencia que pasa desde la relación de pareja a la relación cósmica. Carpentier nos hace ver este doble encerramiento en la actitud de los adolescentes que vivían aislados, olvidados del mundo, sin enterarse siquiera de lo que pasaba en el ámbito inmediato de la isla.
En este mundo replegado en sí mismo irrumpiré el tú y lo hará con esa violencia propia de todo encuentro, en el que es inevitable una violación de lo íntimo, de lo más recóndito de la persona. Es con golpes de aldaba como Víctor Hughes se presenta en la vida de Carlos, Esteban Y Sofía, golpes que son a la vez un llamado y una orden. Ante los perentorio de su presencia, no queda otro remedio que aceptar, aunque sea a regañadientes.

Era como si una persona empeñada en entrar girara en torno de la casa, buscando un lugar por donde colarse – y esa impresión de que giraba se hacía tanto más fuerte por cuanto las llamadas repercutían donde no había salida a la calle, en ecos que corrían por los rincones más retirados. (4)

Y más adelante:

“No podemos recibir aquí a una persona extraña” dijo (Sofía), reparando por vez primera en la singularidad de cuanto había venido a constituirse en el en el marco natural de su existencia. Además de soportar a un desconocido en el laberinto familiar hubiese sido algo así como no traicionar un secreto, entregar un arcano, disipar un sortilegio: “¡No abras, por Dios!” imploró Carlos, que ya se levantaba con enojada expresión.

Víctor Hughes es el aldabonazo del tú y también del mundo, de la época. Es aquel que llama y escoge. Pero este llamado no hubiera podido ser comprendido ni aceptado si para ello no hubiera existido en cada uno de los personajes un proceso previo de reacomodación y revisión, a menudo inconsciente, de los valores de su vida anterior, una preparación que a la vez tiembla y se niega a la revelación que ya presiente. En el caso de los adolescentes el camino fue la rebelión, el trastocamiento, al igual que en Sofía, aunque en ella la reacción es más evidente pues a su condición de mujer se agrega la de mujer educada para el convento. Su modo de instaurar una nueva realidad es, ante todo, rompiendo las estructuras lo que constituye también una forma de autocuestionarse. La vemos pronunciando “Palabrotas de arriero”, como si su nueva actitud fuera el presagio del arduo camino a recorrer,
Es decir, para construir, hay que destruir primero lo que no sirve ya por decadente, lo que no responde a la verdad más íntima. Sobre esos escombros se edificarán los cimientos del futuro.
En los juegos de los adolescentes se puede ver ese afán por negar y quebrar lo que han recibido de sus mayores:


Cuando el alba estuvo próxima, Carlos propuso la celebración de una gran “masacre”. Colgando los trajes con delgados hilos de un alambre tendido entre los troncos de palmeras, luego de ponerles grotescas caras de papel pintado, se dieron todos a derrribarlos a pelotazos. “Al desbocaire” gritaba Esteban, dando a voz de acometida. Y caían prelados, capitanes, damas de corte. (6)

Son ellos los que detentan el poder y es sobre ellos que debe caer, en primer término, la mano justiciera. Los tres, bajo la tutela y con la complicidad de Víctor, han comenzado a revolucionarse, a sentir lo falso y desgastado del mundo que los rodea y de sus valores.

EL SIGLO DE LAS LUCES O LA CONCEPCIÓN REVOLUCIONARIA DE CARPENTIER

Afirma Fernando Alegría en su obra Literatura y Revolución:

Las técnicas revolucionarias en el arte son al producto de una concepción revolucionaria del mundo, existen y prueban su valor en la medida que afectan y
cambian a la sociedad y al artista en su más ínfima y auténtica realidad. (7)


Esto es lo que ha pretendido - y logrado - Carpentier en su novela. La Revolución es el leitmotiv de la obra y está simbolizada en Víctor Hughes, quien inicia en ella a los tres adolescentes. Como ya dijimos, el trastorno es primero interior, remoción de las capas más profundas, para pasar luego a la acción de la que Víctor es el modelo más acabado. Como un nuevo Mesías llega a devolver la salud y la vida a ese mundo en crisis porque:

Aquí las gentes estaban como dormidas, inertes, viviendo en un mundo intemporal marginado de todo, suspendido entre el tabaco y el azúcar. (8)

Y también:

Nunca hubiesen creído que la partida de Víctor, ese forastero, ese intruso, casi inexplicablemente metido en sus vidas, pudiera afectarlos en tal grado. Su aparición, acompañada de un trueno de aldabas, había tenido algo de diabólico (…). De súbito habían funcionado los aparatos del Gabinete de Físicas; habían salio los muebles de sus cajas; habían sanado los enfermos y caminado los inertes. (9)


LA MUJER Y LA REVOLUCIÓN

La Revolución es un camino que humaniza al hombre e, independientemente de sus resultados, le abre horizontes plenos de posibilidades. En este proceso va implicada la emancipación de la mujer, un replanteo de su ubicación frente al mundo. Si bien la injusticia es patrimonio de la sociedad en su conjunto, cada grupo particular tiene sus propias reivindicaciones, su manera peculiar de situarse frente a los nuevos deberes y derechos que se reclaman. Sólo así se logrará la liberación integral del hombre y podrán apartarse los condicionamientos de un sistema básicamente opresor.
Siguiendo a Enrique Dussel, en Ontología de la femineidad- La mujer: ser oprimido, vemos que esta opresión se manifiesta en cuatro aspectos:

1. La mujer es “objeto” primeramente sexual. Esto lo notamos, entre otras cosas, en la publicidad. Según Ortega y Gasset el destino de la mujer es ser vista del hombre. Cuando miramos algo, lo fundamental es el que ve. La presencia masiva de la mujer en los medios instaura un mundo en donde la mujer es lo visto. De allí la connotación de la palabra latina ob-jectum: lo que etsá arrojado adelante.
2. La mujer es “madre y educadora de sus hijos”, pero como lleva introyectada la pedagogía domesticadora del opresor, va a educar a su hijo varón en el señor que ella no fue y a la hija mujer como la oprimida que ella es. Se la reduce, entonces, a la mismidad. Sólo si es otra ayudará a liberarse a sus padres.
3. La mujer como “ama de casa”, es decir, señora, poseedora de un ámbito cerrado, la casa, mientras el hombre posee la gran casa del mundo, que es la sociedad económica, política, cultural.
4. La mujer es por mediación del hombre. En la medida en que él se realiza, ella también. Es, por lo tanto, un ser alienado: Alienus: lo que es otro.

LA LIBERACIÓN DE LA MUJER EN SOFÍA

Si bien la revolución comienza por un abrir los ojos a lo social a través de lo individual, queda aún mucho por hacer en lo que a Sofía, a través de lo individual, se refiere. A pesar de que en su vocabulario se rebela contra la rígida educación impuesta, al descubrirse mujer se refugia en un narcisismo que la deja en suspenso, detenida en su imagen en el espejo. Aún luchan en ella la inmanencia para la que ha sido educada y la trascendencia que ve encarnada en los varones de la casa.
En un paisaje lleno de colorido y vida se nos describe el encuentro de Sofía con el mundo, y en ese mundo al que sólo los varones tienen acceso, al que sus ojos de niña se ha ocultado cuidadosamente: el del sexo, visto aquí en su crudeza y miseria máximas. Es allí donde se muestra con mayor nitidez las lacras de una sociedad corrupta:

“Y al doblar una esquina se vieron en una calle alborotada de marineros donde varias casas de baile, con ventana abiertas rebosaban de música y de risas. Al compás de tambores, flautas y violines bailaban las parejas con un desaforo que encendió las mejilas de Sofía, escandalizada. Muda, pero sin poder desprender la vista de aquella turbamulta entre paredes, dominada por la voz ácida de los clarinetes. Había mulatas que arremolinaban las caderas, presentándose de grupa a quien la seguía, para huir prestamente del desgajado ademán cien veces provocado. En un tablado, una negra de faldas levantadas sobre los muslos, taconeaba al ritmo de una guaracha. .. Mostraba una mujer los pechos por el pago de una copa, junto a otra, tumbada en una mesa, que arrojaba los zapatos al techo, sacando los muslos del refajo. Iban hombre de toda trazas y colores hacia el fondo de las tabernas, con alguna mano calada en masa de nalgas” (11)

Este encuentro brutal con el sexo es, para Sofía, un despertar a una realidad más completa. Si hasta entonces “nada tenía que ver” con ese mundo sórdido, en adelante no podrá desentenderse de lo que ha sabido; la verdad, lentamente y con tropiezos, la llevará hacia su propia adultez.Ha perdido su torre de marfil y ahora está en el mundo, con sus luces ys sus sombras.
Es interesante observar cómo lo erótico persigue a Sofía en esa etapa de su despertar. Aquello que tan callado estaba a su alrededor, adquiere de pronto visos de una revelación que si bien es cruda y brutal, no deja por ello de ser menos esclarecedora. Casi todos los pasajes en que se nos habla de ellos están presentados de una manera simbólica. El autor nos da transfigurada la realidad y encuentra en ella como una resonancia de lo que a los personajes sucede. Al enterarse, por medio de un chisme del servicio, de la forma en que murió su padre:

“¡Mañana te largas de aquí!” gritó Sofía, cortando en seco con la odiosa escena, abrumada, angustiada, incapaz de entendérselas todavía con lo que resultaba una ensordecedora revelación.” (12)

Todo lo que al tema se refiere tiene para ella una connotación de catástrofe: es el tumulto que provoca en la calle luego de su visita a los prostíbulos, es una revelación que, como una terrible explosión, nos deja momentáneamente sordos, es también algo que se desgarra:

Sofía dirigió una iracunda mirada a Víctor. Pero la mirada cayó en el vacío: el francés tenía los ojos fijos en Rosaura, la mulata que cruzaba el patio contorneándola grupa bajo un claro vestido azul floreado… Una hoja de palmera cayó en medio del patio con ruido de cortina desgarrada. (13)

Y dicho desnudamente, sin símbolos ni metáforas:

Sofía sentíase ajena, sacada de sí misma, como situada en el umbral de un época de un mundo de transformaciones. (14)

El despertar de Sofía podría haber sido menos doloroso si su educación hubiera sido más libre, si se hubiera familiarizado con lo sexual desde temprano, sin esa falsa dicotomía que se establece entre varones y niñas.
En El segundo sexo, Simona de Beauvoir afirma:

Los impulsos eróticos del joven no hacen más que confirmarle el orgullo que le procura su cuerpo, pues en él descubre el signo de su trascendencia y poder. La joven puede alcanzar a asumir sus deseos pero éstos conservan casi siemrpe un carácter vergonzoso. Sufre todo su cuerpo como un tormento. (15)


También al hablar de la pubertad advierte cómo para la mujer esta transformación adquiere visos de catástrofe:

La diferencia fundamental de su experiencia, sin embargo, no proviene de allí, ni reside tampoco en las manifestaciones fisiológicas, que en el caso de la joven le dan su espantosa resonancia, lo que sucede es que la pubertad toma en ambos sexos una significación radicalmente distinta, porque no les anuncia un un nuevo porvenir. (16)

Si bien los varones adolescentes se angustian ante las transformaciones que se operan en ellos, acceden sin embargo satisfechos su rol de hombres. La mujer, en cambio, ve en ellas un presagio de las limitaciones que les impondrá su nueva condición: una especie de mutilamiento que la obligará a replegarse en los estrechos confines del hogar.
Estos hilos que se cortan con su pasado dejan a Sofía vacilante, enjenada, desconocida de sí misma. Por eso aún los retrocesos, el intento de aferrarse al pasado, aunque sea recogiendo sus escombros, los pedazos rotos de aquello que, como en el cuandro “Explosión en una catedral”, no termina nunca de caer: partes suyas, ahora perdidas.

SOFÍA EN SU TOMA DE CONCIENCIA

Carpentier ,uestra a la protagonista al borde de su propio abismo, como sus hermanos y primos, como la sociedad que la rodea. En ella, ya lo remarcamos anteriormente, esta nueva dimensión de su vida adquiere un viso apocalíptico, al igual que en la Cuba de aquel entonces. Vientos de tormentas la sacuden y sacuden la isla. Carpentier lo ha descripto con el lenguaje simbólico que le es característico:

Sonó un bramido inmenso, arrastrando derrumbes y fragores. Rodaban casas por las calles. Volaban otras por encima de los campanarios. Del cielo caían pedazos de vigas, muestras de tiendas, tejas, cristales, ramazones rotas, linternas, toneles, arboladuras de buques. Las puertas todas eran empujadas por inimaginables aldabas. Tiritaban las ventanas entre embate y embate, estremecíanse las casas de los basamentos a los techos, gimiendo por sus maderas (…) De pronto hubo un fragor de derrumbe (…) Ahora un montón de escombros, de barro roto, cerraba el paso al almacén, obstruyendo la puerta. Sofía, asomada al barandal superior, clamaba su miedo. (17)

Vemos aquí el terror de la joven próxima a acceder a un destino prefijado, con todo lo que éste significa de trabas, limitaciones, pasividad. Ser mujer es ser otra de lo que a sí propia se conoce y se siente. Es ser tomada por objeto, “presa”, según la expresión de Simone de Beauvoir, cuando en su esencia se sabe persona autónoma, ser para el mundo, libertad. El miedo de Sofía el el presentimiento de la enajenación a la que está destinada. Hay en la protagonista un sentimiento contradictorio de rechazo y atracción, que se evidencia luego del episodio de la tormenta en que debe rechazar, agresivamente, la solicitud de Víctor:

Pero un hecho rebasaba, en importancia, el derrumbe de las murallas, la ruina de los campanarios, el hundimiento de las naves: había sido deseada. Aquello
Era tan insólito, tan imprevisto, tan inquietante, que no acababa de admitir su realidad. En pocas horas iba saliendo de la adolescencia, con la sensación de que su carne había madurado en la proximidad de una apetencia de hombre. La habían visto como Mujer: “soy una Mujer, murmuraba, ofendida y como agobiada por una carga enorme puesta sobre sus hombros, mirándose en el espejo como se mira a otro, inconforme, vejada por alguna fatalidad, hallándose larga y desgarbada, sin poderes, con esas caderas demasiado estrechas, los brazos flacos y aquella asimetría de pechos que, por primera vez, la tenía enojada con su propio contorno. El mundo estaba poblado de peligros. Salía de un tránsito sin riesgos para acceder a otro, el de las pruebas y comparaciones de cada cual entre su imagen real y la reflejada, que no se recorrería sin desgarramientos ni vértigos. (18)


La obra muestra la diferente manera en que el varón asume su sexualidad: es hombre y como tal debe vencer esos escrúpulos que no son sino mojigatería para mujeres. Si la mujer debe esperar su oportunidad, ser solicitada y requerida según los cánones tradicionales, el hombre puede y debe ir a su encuentro. Su conducta tiene un carácter exploratorio, una dimensión de conquista, la cual no es sino la conciencia de sí proyectada sobre el mundo:

Tímidamente primero, aventurándose hasta una esquina este día; hasta la segunda el otro; midiendo los últimos tramos de la distancia, fue llegando hasta la calle de los gritos y las casas de baile, singularmente apacibles en horas de la tarde. (… ). De una noción abstracta de los mecanismos físicos a la consumación real del acto había la enorme distancia que sólo de la adolescencia puede medir – con la vaga sensación de culpa, de peligro, de comienzo de Algo, que implicaba el hecho de ceñir una carne ajena (…). Sin embargo, durante varias semanas volvió, cada día al mismo lugar; necesitaba demostrarse que era capaz de hacer, sin remordimientos ni deficiencias físicas – con una creciente curiosidad por pasar su experiencia a otros cuerpos – lo que hacían muy naturalmente los mozos de su edad. (19)

A lo largo de la obra la protagonista se debate en su ardua lucha para integrarse en una totalidad, la que comprende dos fases: la de la Mujer, compañera del hombre, con la asunción de su cuerpo y su sexualidad y, a la vez, de hermana de los hombres y mujeres de la sociedad en la cual le toca vivir. En cuanto a lo primero, Sofia va, poco a poco, descubriendo y aceptado su sensualidad. Sin embargo, regresa por momentos a esa zona de su vida en que el sexo es algo vergonzante, fuente de pecado y culpa:

Sin confesarse cuán dura era esa evidencia ahora que, cuando se rozaban en la angostura de los pasillos o en lo empinado de las escalerillas, ella demoraba el paso, en la vergonzante espera de sentirse nuevamente asida. En fin de cuentas, había sido eso, con toda su brutalidad, lo único realmente importante – la única peripecia personal que le hubiera ocurrido en la vida. (20)

En oposición a esta lucha entre pecado y carne, originada en la dicotomía impuesta por una educación tergiversada, está la concepción de Ogé, quien rescata los sagrado de la unión del hombre y la mujer, unión que se realiza en la nostalgia de la pureza original del paraíso.

LA REVOLUCIÓN Y SU CONTEXTO POLÍTICO-SOCIAL

Si Sofía toma conciencia de su ser como distinta de hombre pero igualmente persona, y persona para el mundo, no sucede lo mismo con los hombres que la rodean y que son, sin embargo, los realizadores de la Revolución. Para ellos la mujer no es algo todavía digno de tenerse en cuenta. No llegan a comprender que una liberación no será tal hasta tanto no se extienda a toda la sociedad. En toda la obra se pueden encontrar significtivos episodios en los que la mujer es sólo un objeto, placer del hombre. El sexo totalmente separado de lo afectivo, desprovisto de su significación de encuentro de dos seres humanos en la plenitud de su libertad.

En una pintura admirable, encabezada por la frase de Goya "Se aprovechan", vemos un ejemplo de lo apuntado anteriormente.

En toda la isla sonaba un asordinado concierto de risas, exclamaciones, cuchicheos, sobre el cual se alzaba a veces un vago brmido, semejante al bramido de una bestia enferma, oculta en una guarida cercana. A ratos cundía el ruido de una riña - acaso por la posesión de una misma mujer. (...) Una sola cosa valía esta noche: el sexo. El sexo, entregado a rituales propios, multiplicado por si mimso en una liturgia colectiva, desaforada, ignorante de toda autoridad o ley. (21)


Las mulatas nos muestran, mejor que ninguna otra clase de mujeres, su condición de objetos, "presa" del hombre:


Las mulatas del servicio traían vasos de ponche, ron en bandejas, sin enojarse cuando se sentían agrarradas por el talle o pellizcadas debajo de las faldas.

O aún:

Los soldados de la República, por otra parte, muy llevados hacia la carne parda cuando de hombrs se trataba, no perdían oportunidad de apalear y azotar a los negros con cualquier pretexto. (22)

Es de recalcar el paralelismo esclavo- apaleado y mulata objeto- erótico. La revolución no llega hasta sus últimas consecuencias debido a que el Otro, el di-ferente, no es considerado por los revolucionarios como persona con iguales derechos a la justicia y a la libertad. Se liberta a los negros mediante un decreto, pero esta liberación no es el resultados de un convencimiento íntimo, de una actitud universal de fraternidad.
Esto, que ocurre en las clases más bajas y particularemnte en la raza más oprimida, se manifiesta con caracterísitcas propias en el nivel medio, cuyo representante es Sofía. A su regreso Esteban encuenra,no a la Sofía espontánea y rebelde que él recordaba, sino a alguien que ha caído en la inmanencia, y se goza en ella:

Y se dio a hablar de su contento presente, de la dicha que se hallaba en hacer la felicidad de un hombre, de la seguridad y reposo de la mujer que se sabía acompañada. Y como si ihacerse perdonar una traición: "Ustedes son varones. Ustedes fundarán sus hogares. No me mires así. Te digo que todo está igual que antes." Pero el hombre que la miraba lo hacía con enorme tristeza. Nunca se hubiese esperado escuchar, de boca de Sofía, semejante enumeración de lugares comunes para uso burgués: "hacer la felicidad de un hombre", "La seguridad que siente una mujer al saberse acompañada en la vida". Era pavoroso pensar que un segundo cerebro situado en la matriz, emitía ahora sus ideas por boca de Sofía - aquella cuyo nombre definía a la mujer que lo llevara como poseedora de "sonriente sabiduría", de "gay saber" (...) Si extraño - forastero - se había sentido Esteban al entrar nuevamente en su casa - más extraño, más forastero aún se sentía ante la mujer harto reina y señora de esa misma casa donde todo, para su gusto, estaba demasiado bien arreglado, demasiado limpio, demasiado resguardado contra golpes y daños" (23)

Es la mujer, como apuntábamos anteriormente, encerrada en el área estrecha del hogar, en donde todo la protege de los riesgos de la libertad. Ella es su casa, se confunde con ésta, una de las más sutiles formas de que se vale la sociedad para convertirla en un ser alienado. La historia pasa así por su lado, sin que ella se crea en el deber y el derecho de inteevenir en su constitución.
El mundo en que transcurre la novela es un mundo de hombres y si por casualidad es admitida una mujer, es porque no queda más remedio.
Luego de la muerte de su marido, Sofía vuelve a encontrarse dueña de sí misma. Ya no es señora, reina de su hogar y a la vez su esclava; es la camarada que se regocija con el espectáculo del mundo, después de romper con las condiciones impustas por la institución matrimonial:

Comían en fondas y paraderos de viajeros, divertidos en pedir lo más popular e inhabitual - un ajiaco de oscuro caldo, una parrilla de palomas torcaces - Y Sofía, que no prpbaba el vino en las cenas faniliares, se daba a descubrir botellas de buena traza, extraviada entre los aguardientes y tintazos del menudeo. Se le encendía la cara, le sudaban las sienes, pero reía, con la risa de otros días, menos señora, menos ama de casa, como librada de un censura tolerada aunque activa. (24)

Sofía continúa pues, su interrumpido camino hacia su ser de mujer. Aquella que ya no es objeto, aventura de alcoba, sino hondo manantial de ternura, de compañerismo y a la vez de una plenitud física nunca saciada. A lo largo de la obra se la ve oscilar, escindirse entre el ser mujer o madre. Su marido podría ser considerado como el sustituto de Esteban en su rol de hijo. Veamos cómo procede Sofía en la enfermedad de su marido:

Sofía lo arropó, lo arrulló, le puso una compresa de vinagre en la frente ardida. (... ) Adolorida aunque serena, Sofía no abandonaba la cabecera de su marido, a pesar de que mucho le repitieran que la enfermedad era sumamante contagiosa. Sin más cuidado que el de frotarse con lociones aromáticas y de llevar siempre algún clavo de calvero en la boca, la esposa asistía al doliente con una solicitrud y una ternura que evocaban para Esteban los años de su propia adolescencia asm ática. Ahora el cariño de Sofía - acaso inconsciente anticipo de sentimiento maternal. No hay una real integración de los dos sentimeintos de esposa y de madre, sino que pareciera que aquél se supedita a éste. (25)


El amor de la protagonista por su marido no es más que la proyección de su insitinto maternal. No hay una real integración de los dos sentimientos de esposa y de madre, sino que pareciera que aquél se supedita a éste.
Carpentier presenta, pues, a la protagonista, en su lucha por integrar su cuerpo y su espíritu en una totalidad. Ésta comprende dos fases: la de la mujer, compañera del hombre pero también asumiendo su cuerpo y su sexualidad y la mujer hermana de los hombres y mujeres de la sociedad en que vive.

LA LIBERACIÓN COMO CAMINO HACIA EL ENCUENTRO DE LA PROPIA IDENTIDAD

La descolonización no pasa jamás inadvertida puesto que afecta al ser, modifica fundamentalmente al ser, transforma a los espectadores aplastados por la falta de esencia en actores privilegiados, recogidos de manera casi grandiosa por la hoz de la historia. Introduce en el ser un ritmo propio, aportado por los nuevos hombres, un nuevo lenguaje, una nueva humanidad. La descolonización realmente es creación de hombres nuevos. Pero esta creación no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la "cosa" colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera. (26)


Esta frase de Fanon nos lleva a concluir que, si bien la liberación de la mujer es una de las fases de la total liberación de los hombres, no deja de constituir un camino propio, con búsqueda y contradicciones que lo definen por sí mismo. De esto, tal vez, no tenga conciencia el personaje femenino de la obra anlizada. Por eso su lucha es solitaria, y, como tal, más ardua. Todos sus actos la van llevando a una afirmación de sí misma en la búsqueda de su aún oscura y confusa identidad. Como lo ha señalado Heidegger, la existencia humana es- en - el mundo y hacia él tiende Sofía las redes de su realización. Quizás en su búsqueda haya equivocaciones. Pero va desbrozando la senda que un día vislumbrara por medio de los aldabonazos de Víctor Hughes.

RELACIÓN YO-TÚ EN EL CONTEXTO REVOLUCIONARIO

La búsqueda de la identidad es un trayecto que supone la libertad, la ruptura con un orden pre-establecido que no concuerda con la realidad más íntima. Para instaurar el Yo es preciso el desorden, el resquebrajamiento. El paso siguiente será la acogida del Tú, aquel que viene a completar el Yo, a darle la perfección que le falta. Por eso Yo-Tú no son sino dos caras de una misma medalla. “Si no ama – dice Unamuno – no es persona”, es decir, no es. El amor no sólo plenifica al hombre sino que lo constituye.
Sofía vislumbró el encuentro con las postrimerías de su adolescencia y ahora, ya mujer, va en busca del Hombre. De esta unión, como de toda unión verdadera, se crea nuevamente el mundo. Por eso, en su viaje, va remontando el Génesis, el Paraíso donde habitó, por primera vez, la pareja.

Arriba estaba quien esperaba que las velas crecieran y de viento se hincharan. Iba hacia la simiente extraña con el surco que la hendía; copa y arca sería, como la mujer del Génesis que, al allegarse con el varón tuviese el sino de abandonar el hogar de sus padres. (28)

Y se anima a vivir, a entrar en la aventura, esa sociedad de hombres que a ella, como mujer, le ha sido vedado, contentándose con vivirla sólo a través de sus libros. Existir es un ir hacia fuera, una apertura hacia los requerimientos exteriores. En un pasaje en que juega nuevamente el paralelismo individual y social, nos dice el autor:

Nacía una épica que cumpliría en estas tierras lo que en la caduca Europa se había malogrado. Ya sabían quienes acaso lo estuviesen desollando en la casa familiar que sus anhelos no se medían por el patrón de costureros y pañales impuestos al común de las hembras. Hablarían de escándalo, sin pensar que el escándalo sería mucho más vasto de lo que ellos pensaban. Esta vez se jugaría al “desbocaire”, disparando sobre generales, obispos, magistrados y virreyes. (29)

O sea, el trastrocamiento de toda la sociedad. Una Revolución, en suma.
En su estudio sobre la mujer, Enrique Dussel afirma que su emancipación se debe comenzar con un replanteo de la esencia del Eros, es decir del amor sexual. Éste es considerado desde Platón y sobre todo de Sartre, como un sentimiento en donde la “mirada” es lo esencial. Esta concepción fija al otro como objeto, cosificándolo. Habría, en cambio, la posibilidad de un eros “alterativo”, que tiene en consideración al “Otro”: el ágape, el cual reivindica el oído, e tacto y el contacto. La manifestación de esta nueva forma de considerar el amor sería el beso: el contacto de esa parte del Otro que ya no es visto sino sentido, experimentado. Este rostro- a – rostro, boca – a – boca, es también el reconocimiento del “Otro” como otro y cumple con la justicia, es decir, cumple sus exigencias.
Reivindica, por lo tanto, el ir hacia la justicia del “Otro”, la entrega al Otro como otro. Es en este momento en donde puede nacer la amistad, que es la totalización de la pareja.
El amor de Sofía y Víctor es la concreción de su encuentro. Despojada ya la carne de sus connotaciones de culpa y pecado, es verdadero cántico, regocijo de los cuerpos y de las almas y con ellos, de toda la creación. Es como si, recuperado el sosiego por haber llegado a un puerto, el hombre y la mujer volvieran a esa armonía con la naturaleza que se quebró, con la expulsión del Paraíso, de la primera pareja que lo habitara:

Sofía descubría, maravillada, el mundo se su propia sensualidad. De pronto sus brazos, sus hombros, sus corvas, habían empezado a hablar. Magnificado por la entrega, el cuerpo todo cobraba una nueva conciencia de sí mismo, obedeciendo a impulsos de generosidad y apetencia que en nada solicitaban el consentimiento del espíritu (llámese “moral” ). Regocijábase el talle al sentirse preso; apretaba la piel su estremecido controno en la merea adivinación de un acercamiento. Sus cabellos, sueltos en las noches del júbilo, eran algo que también podían darse a quien los tomaba a manos llenas. Había una suprema munificencia en ese don de la persona entera; en ese “qué puedo dar que no haya dado?” que en horas de abrazos y metamorfosis lleva al ser humano a sentirse “nada” ante la suntuosa presencia de lo recibido; de verse tan colmado de ternura, de fuerzas y alborozos, que la mente quedaba como fundida ante el miedo de no tener con qué responder a tan altos presentes. Vuelto a sus raíces, el lenguaje de los amantes regresaba a la palabra desnuda, al balbuceo de una palabra anterior a toda poesía – palabra de acción de gracia ante el sol que ardía, el río que se desbordaba sobre la tierra roturada, la simiente recibida por el surco, la espiga enhiesta como huso de hilandera. El verbo nacía de tacto, elemental y puro, como la actividad que lo engendraba. Acoplábanse de tal modo los ritmos físicos a los ritmos de la Creación, que bastaba una lluvia repentina, un florecer de plantas en la noche, un cambio en los rumbos de la brisa, que brotara el deseo en su amanecer o crepúsculo, para que los cuerpos tuviesen la impresión de encontrarse en un clima nuevo donde el abrazo remozaba las iluminaciones del primer encuentro. (30)

CONCLUSIONES

En la novela analizada, se nos muestra de una manera magnífica el camino recorrido por Sofía. Como la vida, es un camino arduo y fatigoso. En él vemos a Sofía luchar, llevada por su intuición de persona inteligente, por su reconocimiento como persona, por sus deberes y derechos en un mundo que pertenece a los hombres. Creemos que, con los ejemplos mostrados, el proceso que la lleva a liberarse ha sido puesto en evidencia. Si bien la historia de la mujer latinoamericana está aún por escribirse, esta novela contribuye a la conscienciación de quienes están en la lucha. La Revolución es una realidad, si no inmediata, por lo menos posible. Dentro de ella hay situaciones particulares que deben tenerse en cuenta. Una de esta situaciones es la condición de la mujer. El siglo de las luces es, pues, una muestra del rol que la mujer juega o puede jugar en cualquier proceso liberador.



Aclaración: Realicé el presente trabajo como investigadora del Instituto de Literatura Iberoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Corrían los años 70 y los jóvenes de entonces soñábamos con la Revolución. La novela de Carpentier me ayudó a unir los dos tópicos que no me abandonaron desde entonces: el sueño una sociedad mejor, en donde la igualdad y la justicia no fueran meras palabras, y el de la mujer y su liberación, que por esas épocas se cuestionaba seriamente su modo de ser en el mundo, la opresión padecida en los largos siglos de la historia. Si bien esos sueños fueron ahogados en sangre, y la mujer fue una vez más víctima de vejaciones innombrables, todavía constituyen un horizonte que no hemos alcanzado, pero al que caminamos a pesar de desfallecimienos y retrocesos.
El trabajo no fue publicado y pronto debí partir al exilio. Es por ello que la bibliografía se ha perdido. Pero trataré de reconstruirla en un futuro no muy lejano.

1 comentario:

  1. Me parece un trabajo excelente y lo guardaré como bibliografía (con tu permiso) para algún trabajo o inspirar un cuadro mío. Realmente te hace pensar.
    La cosa sigue,y las que luchan sufren; muchas veces con la complicidad de las mismas mujeres. Los países nórdicos y anglosajones piensan diferente en algo, no sé si será el protestantismo....Te felicito Mercedes

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