Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia, aunque el que esté a mi lado y el remoto me ignoren, me olviden, me posterguen, me desamen.
ROSARIO CASTELLANOS
El espejo le devolvió una cara estragada por el insomnio. Los ojos apagados, el cutis sin su habitual lozanía. Algo había dormido, sin embargo. Recordó que, a eso de las cuatro, encendió la lámpara pues quería mirar la hora. Humberto estaba a su lado, envuelto en el sueño como en un cápsula opaca. Permaneció unos segundos escuchando la respiración pausada, aquel mundo quieto y sin embargo tan vivo en su misterio. De pronto se sintió lejana, expulsada definitivamente de esa vida. Seguramente el sueño la ganó después. Ahora estaba cansada, sin fuerzas para empezar el día. A lo mejor un baño, pensó. Súbitamente recordó las camisas de Humberto, las medias de los chicos, las sábanas, las toallas. Se agachó para destapar el canasto. Convenía no dejar nada para un después incierto. La ropa se oreaba mejor al sol de la mañana. Sacó una a una las prendas y fue colocándolas en la sábana, extendida sobre las baldosas. Apartó las de color con el propósito de lavarlas después, a mano. Envolvió todo en la sábana y caminó con el bulto hasta el lavarropa. Contó cuidadosamente las cucharadas de jabón en polvo, no fuera que se le inundara la cocina, como la última vez. Luego de conectar la máquina miró por la ventana. En la calle, los castaños, ya sin hojas, parecían estremecerse al soplo helado del viento. No obstante, la mañana era luminosa. Se acordó su propósito de realizar largas caminatas ese invierno. Pero lo fue postergando, como todo lo que se propusiera últimamente. Allí estaba, inconcluso, el cuento que comenzara semanas atrás. Y el libro sobre la mesa de luz le sacaba la lengua por las noches, cuando se derrumbaba en la cama demasiado agotada para leer aunque fuera una página. Se sorprendió pensando en aquellas mañanas de estudiante, en la biblioteca de la facultad. Las luces de los pupitres sumidas en la penumbra general aumentaban aquella sensación de penetrar en un templo. Siempre que entraba a las bibliotecas sentía eso. Desde niña, cuando se quedaba horas en el escritorio de su padre, mientras sus hermanos jugaban en el patio. Allí había descubierto los libros y con ellos el mundo, la posibilidad de volar a otras épocas, de viajar a todos los países. La literatura se convirtió en su pasión: Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo. Escritora, se decía a sí misma, quiero ser escritora. Pero luego se arrepentía como si cometiese una audacia imperdonable. ¿Quién era ella, cómo se le ocurría ponerse a la par de esos gigantes? Sus amigos se le reirían en la cara si supieran que ése era su mayor anhelo. Tal vez por eso, cuando se recibió, decidió seguir abogacía. Sin embargo, encerrada con los libracos en su habitación, no podía resistir la cercanía de la biblioteca y se sumergía entonces en los cuentos de Horacio Quiroga, en alguna novela de Tolstoi. Ahora esos momentos brillaban en su mente con la diafanidad de una piedra preciosa. Al contrario de lo que sucedía con la mayor parte de sus amistades, el amor ocupaba para ella un lugar secundario. Cuando Humberto le pidió que se casaran aquella tarde en que salían del cine, no quiso negarse a una experiencia que le pareció importante. Además, debía confesarse que se había enamorado. Los chicos llegaron pronto y el título quedó arrumbado en un cajón del escritorio. Cuando crezcan, se consolaba. Los años habían pasado y, con ellos, las ganas. Entró al dormitorio de los varones y abrió la ventana. El aire penetró con una fuerza inusitada y la puerta se cerró de un golpe. Permaneció allí, en el centro del caos, sin saber por dónde empezar. Se agachó para alzar el perrito de peluche y, al enderezarse, el canto de la ventana le golpeó la cabeza. Con el perro sobre la falda se sentó al borde de la silla, masajeándose suavemente y a punto de soltar el llanto. La foto de la mesa de luz la distrajo de su dolor. Javier, el más grande de sus hijos, se la despegó un día del álbum y la puso en el portarretratos. La había tomado Humberto, dos días después de conocerse. El recuerdo de aquel verano la hirió, como un mediodía enceguecedor. Fue una amiga en común quien los puso en contacto. Las palabras habituales, los inevitables gestos de los que acaban de descubrirse y el tiempo parece temblar, en la pureza de su inminencia. Siguió contemplando la foto, absorta en sus pensamientos. En esa época era hermosa. Miró su pelo largo, que el viento desordenaba, la sonrisa apenas esbozada en sus labios entreabiertos. Ahora sus labios estaban pálidos y de ellos no salían canciones. Tampoco poemas: "Fui ladrón de caminos tal vez, no me arrepiento. Un minuto profundo, un magnolia rota por mis diente y la luz de la luna celestina". Está bien, se dijo, basta de chiquilinadas. Así se le iba a pasar la mañana y los chicos llegarían famélicos de la escuela sin que el almuerzo estuviese listo. Mientras sacudía la sábana, las palabras de Neruda seguían dando vueltas en su cabeza: La soledad mantuvo su red entretejida de fríos jazmineros. ¿Eran del mismo poema? “Me gustas”, le susurró Augusto cuando se lo oyó decir. Estaban junto a la pileta, en la quinta de Joaquín. En ese tiempo ella decía versos sin importarle si la escuchaban o no. Era como una forma de tenerse, de saberse. La poesía. Recodarse con nostalgia es como despedirse de nuevo. ¿Quién había dicho eso? Cuántos años, musitó. Augusto. Sus cuerpos entrelazados en el hotel aquella primera vez. Y luego todo lo otro, Las tardes de pasión y bronca, de despedidas y reencuentros. Estás muy divertida, hoy, rió para sí. Caminó hasta el living con el propósito de poner un disco. Dudó entre Soledad Bravo y Nana Mouskouri. Se decidió por Soledad. La voz subió lenta, consoladora. Una especie de convalecencia le cosquilleó en la piel. El sol penetraba a raudales por la ventana y las cosas se volvieron dulces, sin aristas casi. Se arrellanó en el sillón, dispuesta a seguir escuchando. Miró los crisantemos encima de la mesa ratona, las plantas distribuidas en todos los rincones y su muda presencia la reconfortó. Un ruido en la cocina la obligó a levantarse. La manguera había resbalado afuera de la pileta y el agua brotaba ahora despreocupadamente sobre el piso. Contempló es desastre con desaliento. Mientras estrujaba el trapo, descalza sobe el agua, pensó en el sueño de la noche anterior. El tren corría por una llanura y ella iba sentada al lado de un hombre joven, que nunca había visto. Cuando él se inclinó a su oído a decirle algo, ella echó la cabeza hacia atrás y sonrió, al tiempo que contemplaba cómo una bandada de tordos tomaba el impulso para volar. Enseguida el tren había entrado en un largo túnel. Despertó justo en el momento en que él le tomaba la mano. Le hubiera gustado saber qué pasaba luego. A veces le sucedía que los personajes de un sueño la visitaban en otro y la historia continuaba, como una novela por entregas. ¿Continuaría ésta? ¿Adónde iría ese tren? Las once, se asustó. Aún no he acomodado mi pieza. A esta horas él estará… El teléfono interrumpió su divagación.
—¿Cecilia?
La voz de Humberto sonó como siempe, despreocupada y jovial.
—Sí. ¿Cómo estás?
-Enloquecido. Debo almorzar con un cliente que acaba de llegar de Madrid. No me esperen a comer.
—Está bien — dijo Cecilia, tratando de no parecer ansiosa —. Acordate que hace dos días que no ves a los chicos despiertos.
— Bueno. Este fin de semana saldremos todos juntos.
Siempre dice lo mismo, pensó mientras cortaba. Y luego los sábados se va con el pretexto de que tiene que terminar un trabajo y los domingos duerme todo el día. Se lo imaginó hablando, proyectando, abriéndose paso por el mundo, olvidado de su pequeña vida. Siguió pensando en el sueño. ¿Y si lo escribía? Tal vez él era de otra ciudad. De golpe recordó algunas de sus palabras. No podía precisarlas exactamente, pero se referían a un pájaro. Él le dijo eso y ella sacudió la cabeza y se rió. Fue antes de que entraran al túnel. Ahora, mientras regaba las plantas, trataba de recomponer sus facciones: el pelo rubio, sí. Los hombros anchos y macizos. El cuello tal vez un poco grueso. Volvió a pensar en Humberto. Lo vio sentado en un bar, tomando whisky con la otra. Porque existía otra, De eso estaba casi segura. Pero ahora la certeza no la angustiaba tanto como en ocasiones anteriores. Ni siquiera se prometió espiarlo a la salida de la empresa. Cada vez que se lo proponía surgía algún impedimento: el dentista de Miguelito, el traumatólogo de Pablo. Al final llegó a preguntarse si valía la pena. Humberto no quiso nunca que ella trabajara. Al principio, Cecilia lo aceptó. Podría escribir tranquila mientras los chicos estuvieran en la escuela. Sólo que no había contado con aquella soledad, con la falta absoluta de ayuda. Las cosas no iban muy bien últimamente y ella tuvo que despedir a la mucama.
Pensó en trabajar, pero era difícil integrarse a algo después de tanto tiempo. Y luego esa ausencia de estímulos, de aventuras. ¿Qué podía contar? Se encogió de hombros y se fue a extender la ropa. Le dolía la cintura. Tendría que hacerse un chequeo de una buena vez. Parada a un costado de la cama, miaba sin ver las colchas en desorden, la ropa esparcida de cualquier manera. Súbitamente recordó: “Parecés un pájaro con el ala quebrada”. Ésas habían sido exactamente las palabras del desconocido. Caminó hasta la ventana abierta y descubrió a dos palomas, a punto de levantar el vuelo.
Una mujer silenciosa- Torres Agüero Editor
sábado, 13 de junio de 2009
miércoles, 10 de junio de 2009
El amor era el bosque más frondoso- Paulina Movsichoff
El amor era el bosque más frondoso
y en sus lianas estallaban los cuerpos
como en aquella despedida que nunca terminaron de inventar
Por allí se colaban los insomnios
saciados de extraviarse en los desiertos
el deseo extendía en la espesura su cabellera de imposibles
Pero quién era esa muchacha que llegaba
de la entraña de loto de un relámpago
la que estiraba el canto por las tardes
para que abarcara la brevedad de un nombre
la que aprisionaba en su sangre aquel coro de orquídeas desbocadas
y sabía encender sus brillos en la penumbra más recóndita
La que volvía del revés los anhelos para encontrar el dibujo de la urgencia
y se atareaba en los minutos postergando para más tarde el desconcierto
La que no se acurrucaba junto a la pregunta
Sino que salía a cabalgar con a ella por las planicies de la paciencia
o bien la pastoreaba como a una dócil furia
en praderas donde la luz adquiriría la exacta consistencia de su lucidez
Quién
Pero quién era
Esa muchacha agua
Esa muchacha fuego
Esa muchacha viento
La que llevaba en su herida la errabundia de todas las pisadas
Sabrás decir quién era
Por entonces
el amor era el bosque más frondoso
y en sus lianas estallaban los cuerpos
como en aquella despedida que nunca terminaron de inventar
Por allí se colaban los insomnios
saciados de extraviarse en los desiertos
el deseo extendía en la espesura su cabellera de imposibles
Pero quién era esa muchacha que llegaba
de la entraña de loto de un relámpago
la que estiraba el canto por las tardes
para que abarcara la brevedad de un nombre
la que aprisionaba en su sangre aquel coro de orquídeas desbocadas
y sabía encender sus brillos en la penumbra más recóndita
La que volvía del revés los anhelos para encontrar el dibujo de la urgencia
y se atareaba en los minutos postergando para más tarde el desconcierto
La que no se acurrucaba junto a la pregunta
Sino que salía a cabalgar con a ella por las planicies de la paciencia
o bien la pastoreaba como a una dócil furia
en praderas donde la luz adquiriría la exacta consistencia de su lucidez
Quién
Pero quién era
Esa muchacha agua
Esa muchacha fuego
Esa muchacha viento
La que llevaba en su herida la errabundia de todas las pisadas
Sabrás decir quién era
Por entonces
el amor era el bosque más frondoso
lunes, 8 de junio de 2009
Mujer y cultura- La imagen de la mujer en los medios

IMAGEN DE LA MUJER EN LOS MEDIOS
Desde el comienzo de sus días la mujer comprende la estrecha coyuntura que existe entre belleza y aceptación. Este mandato, que configura su vida íntima de tal manera que todas, por lo menos alguna vez en la vida hemos deseado ser bellas, ha nutrido la mitología, la literatura, particularmente la novela rosa, así como los cuentos infantiles, en los que la belleza de las heroínas es un requisito indispensable. “Morena soy pero hermosa, hijas de Jerusalén/ por eso me ha amado el rey y me ha introducido en su cámara”, se dice ya en el Cantar de los Cantares. Para ser amada, y para mayor honra, por un rey, la condición sine quae non es la belleza, que disculpa aun el hecho de no adaptarse al prototipo de la mujer occidental: ser blanca. La juventud es otra de las condiciones implícitas en este mandato.
La importancia dada a estos dos factores ha sido hábilmente capitalizada por los medios de comunicación, entre los cuales la televisión lleva la voz cantante. Desde sus orígenes, las técnicas publicitarias han considerado a la mujer como la más hermosa de sus conquistas, pero también la han visto como el mejor medio para cumplir sus propios fines. Y esto en un doble sentido: como destinataria de los productos que se busca vender, y como adorno bello y persuasivo para promocionar los más variados objetos en el mercado, desde bebidas alcohólicas hasta automóviles, pasando por cigarrillos, prendas íntimas masculinas, cremas para restablecer la virilidad, etc.
A su vez es frecuente la propaganda de productos que la ayudarán a ser más bella, más delgada, más joven. El cumplir años es mostrado como algo peligroso y degradante para la mujer, lo que no pareciera suceder con los hombres. Así, por ejemplo, la propaganda de una crema de belleza que asegura: “La firmeza de la piel se pierde con los años” al tiempo que se muestra un rostro de mujer cuarteado por la edad, tamaño baldón del que sin dudas se librará si acude a tiempo al producto en cuestión.
Las jóvenes y adolescentes tratarán por todos los medios de acomodarse a estos ideales de belleza casi inalcanzables, cayendo en una extremada preocupación por sus medidas y su peso, lo que genera los tan conocidos fenómenos de anorexia y de bulimia y disminuye la posibilidad de ocuparse de su desarrollo pleno como seres humanos.
Por otra parte, la mujer es bombardeada desde la televisión con el mensaje de que su rol más importante es el de ama de casa, al ser la destinataria casi exclusiva de productos como jabones, detergentes, aceites, insecticidas y otros insumos atinentes al hogar, lo que contribuye a reforzar el discurso de lo femenino tradicional que insiste en lo eterno femenino elaborado por las representaciones patriarcales durante siglos y que plantea, asimismo, una concepción esencialista de la mujer, partiendo de su desocialización y deshistorización. Lo que se pone de manifiesto es la existencia de dos significados distintos en el papel que ésta tiene asignado en la sociedad: el de encantadora, eficiente y puntual servidora doméstica, y el de sugerente y seductor símbolo erótico. En esta visión es percibida como un lugar vacío, un silencio u oquedad que puede ser llenado por los deseos y temores masculinos, por sus fantasías. Su subjetividad e identidad, modelada si no exclusivamente, por lo menos de una manera central en términos de esposa y de madre, la suprimen o encubren como sujeto de deseo para convertirla en objeto de deseo. Éstas y otras representaciones son introyectadas por las mismas mujeres en la cultura y son también las que estructuran su subjetividad, la imagen “extraña” o devaluada de sí misma. Su capacidad de sujeto pensante está disimulada o directamente negada. Hace unos años era muy frecuente ver en la pantalla del televisor a hombres, jóvenes o de edad mediana, fascinados por el internet. La mujer es el “genio” (es decir, pertenece a una esfera diferente de lo humano) que se le presenta ante el primer inconveniente para concederle tres deseos en los que va implícita su disponibilidad erótica. Sin embargo, el hombre pasa por alto sus encantos y demuestra una compulsiva urgencia por no ver frustrada su aventura cibernética: “que sea rápida, gratis y fácil de conectar”. Es decir, Adán rechaza la manzana pues ahora hay otra fascinante ocupación que lo reclama en el paraíso y de la cual ella parece estar excluida restándole exclusivamente el de símbolo erótico. Símbolo que se encuentra siempre vinculado a la satisfacción de las expectativas masculinas. Es de preguntarse qué pasaría si se nos viera a las mujeres comunes frente al monitor, como de hecho sucede en la realidad y se nos pusiera a un Antonio Banderas, para dar algún ejemplo, dispuesto a brindarnos sus encantos al tiempo que se ofrece a solucionar los problemas que nos plantea la computadora. Y además, que rechacemos su oferta. Estas circunstancias
(sobre todo la aparición del “genio”) nos parecen impensables pues siempre es el hombre el que se muestra apasionado por el conocimiento en cualquiera de sus áreas y la mujer su necesario complemento; su reina, su esposa, su amante, su “genio”, su servidora, su...
¿Y qué diremos entonces de la mujer humilde, incentivada en todo momento a comprar productos inalcanzables para sus magros o nulos recursos? Elena Poniatowska nos dice al respecto: “¿Cuántas de las treinta y cinco millones de mujeres que viven en México suplen su capacidad creativa por una capacidad de consumo? ¿Cuántas están simplemente tan ocupadas en sobrevivir que no pueden sino pensar en alimentar a su prole? Las mujeres de la clase media (alta y baja) dan la pauta del consumismo en nuestro país. O ¿por qué creen que la publicidad mundial se dirige a la mujer, le envía a ella los mensajes de cómo ver y elaborar la vida, mejorar, cambiar, adquirir bienes y servicios, tener determinada actitud ante los acontecimientos? Si la mujer es el sector más desamparado de la posición física y espiritualmente hablando es también la que maneja el llamado “gasto”, la que lo administra, por lo tanto los precios y las posibilidades comerciales se dirigen a ella y descansan en su mayor o menor grado de educación, y lo que es mucho más grave, en su mayor o menor grado del libre ejercicio de su libre albedrío, en su aspiración a la libertad. ¿Nunca se ha pensado que si las mujeres así lo decidieran podrían llevar al fracaso todas las tiendas de auto-servicio, a todos los supermercados del país?”. Palabras escritas en los ochenta que se han vuelto tristemente proféticas en la Argentina de nuestros días.
En consecuencia, se trataría de no perder de vista las conquistas que la mujer ha logrado luego de tantos años de lucha, manteniendo una conciencia lúcida respecto a los mensajes que los medios siguen tratando de inculcarle, empecinados en ignorar su necesidad de creatividad, su aporte cada vez más importante a nuestra cultura y a nuestra identidad.
Paulina Movsichoff
miércoles, 3 de junio de 2009

CANCIÓN DEL APRENDIZ DE POETA
No, yo no soy un poeta
Simplemente
Soy un obrero que construye cantos
Con la luz de la voz, como los otros
Hacen objetos de metal golpeado.
Con la luz de la voz
(desde el pasado)
con la luz de la voz
(para mañana)
con la luz de la voz
cuerda del aire,
saliva azul de pájaros;
con la luz de la voz:
ardiente sal,
bogar de nube
y yodo amargo;
con la luz de la voz;
madera leve,
suspiro de flor y fuego fatuo.
No me miréis así, como si fuera
yo diferente, de linaje extraño,
sólo soy un obrero que trabaja
sobre el oscuro yunque de su canto,
con la luz de la voz,
con la luz de la voz, como los otros
con su martillo de cristal llorando...
ANTONIO ESTEBAN Agüero: nació en Piedra Blanca, Provincia de San Luis el 7 de febrero de 1917 y murió en San Luis el 18 de septiembre de 1970.
Su obra comprende: “Poemas lugareños”, “Romancero aldeano”, “Pastorales”, Romancero de niños” “El poeta la tierra y su voz”, poemario grabado en disco por la voz del poeta; “Canciones para la voz humana”, editada post mortem, en 1973; “Un hombre dice su pequeño país”, editado post mortem en 1972; “Poemas inéditos”, editados post mortem en 1978.
Noches de guardar- Teresa Guarneros
Hoy sí
debo explicar mi soledad.
Mi envidia de no ser como las plantas
o la ardilla que pronto encuentra su refugio.
Hoy sí me reconozco
espulsada de la escuela
por imaginar que la maestra era un pájaro
y digo
que aprendí mitos antes que palabras
que salí a mirar el mundo pero no aprendí idiomas
y que olvidé el suave tacto del amor
entre ásperos gritos de hormigas.
Que fui nombrada al conjuro de mis deseos
revelándome ajena
por eso
ahora canto entre el pavor de signos y videncias
ante el derrumbamiento de mi sombra
y mis palabras carcomidas
mientras el sol reverbera
las voces se entrelazan a lo lejos
y una sentencia cae
aniquilndo los poros del día
Tengo la cabeza llena de pájaros
que sorprsivamente vuelan a la cabeza de los demás.
Los días suicidas. Noches de guardar- DEMAC. México
debo explicar mi soledad.
Mi envidia de no ser como las plantas
o la ardilla que pronto encuentra su refugio.
Hoy sí me reconozco
espulsada de la escuela
por imaginar que la maestra era un pájaro
y digo
que aprendí mitos antes que palabras
que salí a mirar el mundo pero no aprendí idiomas
y que olvidé el suave tacto del amor
entre ásperos gritos de hormigas.
Que fui nombrada al conjuro de mis deseos
revelándome ajena
por eso
ahora canto entre el pavor de signos y videncias
ante el derrumbamiento de mi sombra
y mis palabras carcomidas
mientras el sol reverbera
las voces se entrelazan a lo lejos
y una sentencia cae
aniquilndo los poros del día
Tengo la cabeza llena de pájaros
que sorprsivamente vuelan a la cabeza de los demás.
Los días suicidas. Noches de guardar- DEMAC. México
martes, 2 de junio de 2009
Misterios gozosos- Rosario Castellanos
I
Ah, nunca, nunca más la conocida
ternura, la palabra pequeña, familiar
que cabía en mi boca.
Nunca ya mi cabeza
segada dulcemente por la mano más próxima.
Nunca la juventud como una casa
espaciosa, asoleada de niños y de pájaros.
Adiós para la tierra que en mi torno bailaba.
Voy a entrar en tu hora, soldead; en tu mano, destino.
10
Alrededor de mí - lo estoy mirando
como en torno de un huérfano
un grupo de mujeres solícitas, piadosas-
mueve su lenta ronda protectora
la casa.
Madre que abre las puertas como abriera los brazos,
que ha levantado el techo igual que se levanta
la mano en bendición por sobre mi cabeza,
y que ofrece el arrimo de sus paredes sólidas
como quien da a un polluelo el hueco de sus alas.
Yo ya no puedo hablar. No tengo más palabras
que las que el amor unge y santifica
para mostrar aquí mi corazón
contento y sosegado,
en medio de la casa dumiendo, como aljibe
colmado.
Ah, nunca, nunca más la conocida
ternura, la palabra pequeña, familiar
que cabía en mi boca.
Nunca ya mi cabeza
segada dulcemente por la mano más próxima.
Nunca la juventud como una casa
espaciosa, asoleada de niños y de pájaros.
Adiós para la tierra que en mi torno bailaba.
Voy a entrar en tu hora, soldead; en tu mano, destino.
10
Alrededor de mí - lo estoy mirando
como en torno de un huérfano
un grupo de mujeres solícitas, piadosas-
mueve su lenta ronda protectora
la casa.
Madre que abre las puertas como abriera los brazos,
que ha levantado el techo igual que se levanta
la mano en bendición por sobre mi cabeza,
y que ofrece el arrimo de sus paredes sólidas
como quien da a un polluelo el hueco de sus alas.
Yo ya no puedo hablar. No tengo más palabras
que las que el amor unge y santifica
para mostrar aquí mi corazón
contento y sosegado,
en medio de la casa dumiendo, como aljibe
colmado.
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