viernes, 16 de abril de 2010

El reino de las tres naranjas- Paulina Movsichoff


Cuando el rey se dio cuenta de que su único hijo no dormía ni comía soñando con el reino de las tres naranjas lo dejó partir. Seguro que su amigo Juan le habría llenado la cabeza al príncipe con aquella historia de las bellas muchachas que allí vivían. Entonces el príncipe se propuso no cejar en su empeño hasta conocerlas. La reina, su madre, no estaba de acuerdo.
— Está muy lejos. Yo no me quedaré tranquila.
El príncipe la escuchó como oír llover. A él no lo asustaban las tormentas, ni las sequías, ni el mismísimo demonio. El rey ordenó que le ensillaran la mejor mula y le hizo dar otra mula para que llevara sus alforjas. Es que el camino era muy montañoso y ya sabemos que las mulas son especiales para subir las cuestas.
Camina que te camina no se cansaba de preguntar por el Reino de las Tres Naranjas a todos los que encontraba, Pero nadie sabía darle noticias. Comenzó a desilusionarse, pensando si no sería mejor regresar a su casa, cuando a la orilla del camino vio a un caballo tan flaco que podían contársele las costillas. El joven príncipe escuchó asombrado que el caballo le decía:
— Deja ya a esas pobres mulas. Están cansadas y ya no te servirán de
mucho. Poneme a mí el apero y te llevaré al Reino de las Tres Naranjas.
Las mulas, en efecto, se negaban a seguir caminando. Así que el muchacho no tuvo más remedio que obedecer al caballo. Se alejaron con la velocidad del viento y pocas horas después entraban al tan mentado reino.
— En el fondo del patio crece un árbol con tres naranjas de oro — le dijo el
caballo—. Andá a contarlas. Yo te espero aquí. Pero no te demores porque si te descubren te matarán.

Crisanto, que así se llamaba el joven, no se hizo rogar y, en menos que canta un gallo, saltó la tapia. No le costó nada trepar al árbol pues estaba acostumbrado a subirse a los del huerto, allá en su palacio. Luego de cortar las tres naranjas y meterlas en su morral, subió al caballo y de nuevo galoparon como si volaran. No tardaron en encontrar las mulas, en el lugar donde las dejaran. Por suerte se veían descansadas. Montado en una de ellas tomó un sendero bordeado de árboles. De pronto se puso a extrañar a su casa y su pueblo y pidió al cielo llegar cuanto antes. Al principio el camino era sombreado y fresco. La brisa pegaba en la cara del muchacho, quien se sentía orgulloso y contento de que su aventura hubiera concluido. Pero llegó la tarde y el sendero terminaba en un arenal. Mucho se afligió Crisanto al no divisar ningún arroyo y tuvo miedo de morirse de sed. Menos mal que se acordó de las tres naranjas. Sacó una y la partió. Pero en vez de la frescura de la fruta con la que ya se la hacia agua la boca, de su interior salió una preciosa niña de pelo rubio como el trigal.
— Príncipe valiente — dijo la muchacha con una sonrisa seductora —. Si me
das un espejo en donde pueda mirarme, toalla para secarme y peine para alisar mis cabellos, me salvarás.
— Nada tengo, niña preciosa. ¿Puedo hacer otra cosa por vos?
Pero, sin decir agua va, la niña desapareció. Crisanto continuó su camino. El arenal parecía no acabar nunca. La noche iba llegando y el pobre no encontraba nada ni nadie que pudiera ayudarlo a calmar su hambre y a saciar su sed.
Decidió comer la otra naranja. Esta vez fue una joven de ojos de gacela y pelo negro como ala de cuervo. Con una vocecita encantadora ella le dijo:
— Príncipe, príncipe valiente. Dame un espejo para mirarme, toalla para
secarme y peine para alisarme los cabellos porque de lo contrario estaré perdida.
El príncipe se desesperó porque otra vez le fue imposible sacar a la princesa de vaya a sabe cuáles dificultades. Y volvió a decir:
— Nada tengo, niña preciosa. Pero podría hacer otra cosa por vos?
La niña desapareció en menos de lo que canta un gallo.
El príncipe siguió caminado de lo más pensativo. Pensó en la tercer naranja que le quedaba y se dijo que esta vez no lo iban a tomar desprevenido. Cuando encontró en un pueblo, lo primero que hizo fue comprar un espejo, una toalla y un peine. Volvió a sentir agua y sed y no dudó en partir la última naranja. La niña que salió de allí era mucho más linda que las anteriores. El príncipe la miraba con ojos de enamorado. La niña repitió el pedido de las anteriores y él le dio el peine, la toalla y el espejo. Pero además, antes de que ella pudiera abrir la boca le pidió que se casara con él. La muchacha, que también se había enamorado a primera vista, le contestó que sí. Continuaron caminando juntos y, luego de bajar una cuesta, vieron un arroyo fresco y cristalino que serpenteaba entre los sauces. La niña aspiró fuerte el olor a pasto y le pidió al príncipe que se detuvieran allí a descansar.
— Estamos muy cerca del palacio de mis padres — dijo él —. Esperame
aquí que voy a buscarte una muda de para que te cambies esos harapos. Es que con la caminata, la ropa de la niña se veía polvorienta y deshilachada.
Era tal su cansancio, que se quedó dormida. No se despertó ni cuando llegó la criada con unos cántaros a buscar agua en el arroyo. Pero las malas lenguas que nunca faltan habían corrido la voz de que en realidad no era criada sino una vieja bruja. La Niña abrió los ojos y la mujer le preguntó si no quería que la peinara con el peine que tenía en la falda. La niña se mostró muy contenta de que alguien se ocupara de dejarla bonita para cuando volviera su novio. En eso estaban cuando la criada le clavó en la cabeza el alfiler que llevaba en la blusa. En el mismo momento la niña se transformó en una palomita y se alejó volando hacia las montañas.
La criada se quedó debajo del árbol en la misma posición de la niña, esperando al príncipe. Cuando él llegó se sorprendió de ver que tenía la piel más oscura que su novia y ya no la veía tan bonita. Pero ella le dijo:
— No te preocupes. Es que me quemé mucho con el sol. En unas horas voy a
ser como antes.
Él le creyó y la llevó al palacio para presentarla a sus padres, que tampoco se dieron cuenta de nada. Es que la bruja tenía mucha habilidad para cambiar de aspecto. Pero la palomita, después de volar varios días, regresó al palacio y dicen que su canto era tan triste que un paisano que lo escuchó se quedó muy conmovido. Ese día llevó leña al palacio y cuando vio al príncipe le habló de esa paloma. Él le pidió que la pillara y se la llevara. Cuando se la entregó, el príncipe le mandó a fabricar una jaula de oro y piedras preciosas. Todos los días iba a verla. No sabía por qué quería tanto a esa palomita. La antigua criada se moría de rabia, pero la muy astuta no decía nada.
Poco después el príncipe tuvo que ir a recorrer su reino y pidió muy especialmente a su esposa que le cuidase la palomita. La mujer se restregaba las manos, lista para la venganza. Preparó una gran olla con agua hirviendo para cocinarla.
No bien hubo atravesado las primeras calles del pueblo, el príncipe se encontró con un mensajero, quien le avisó que su ida ya no era necesaria, pues los reyes habían mandado a otro de sus hijos. Así que regresó a su palacio. Lo primero que hizo fue buscar a la palomita. Buscó por todos los rincones, detrás de los cortinados, debajo de los sillones de terciopelo, pero nada. No la encontró por ninguna parte. La mujer le decía que no se molestara más pues la ingrata de la palomita se había volado. Muy desconsolado, el rey pasó por la cocina para ver qué estaban preparando para el almuerzo. Al destapar la olla, vio a la avecilla moribunda y la sacó. Cuando la estaba reanimando, descubrió el alfiler que tenía en la cabecita. Con mucho cuidado se lo sacó y en ese preciso instante se transformó en la bella niña de la que él estaba enamorado.
Ella le contó que las niñas de las tres naranjas eran hijas de un rey. Éste las había encantado para que un príncipe valiente como él las desencantara. El padre los mandó llamar y le entregó su reino al príncipe porque él ya se sentía viejo y cansado.
A la bruja la echaron del pueblo y no la volvieron a ver nunca más. Pero dicen que alguien la encontró merodeando, segura de que las hermanas tendrían tanta suerte como la niña y pronto estarían allí con sus respectivos príncipes.
Y como me lo contaron, yo te lo cuento.



Los anteojos mágicos- Adaptación de cuentos maravillosos argentinos tradicionales



1 comentario:

  1. solo para complementar tu historia, a mi me comentaron que empieza así:
    Había una vez en una lejana región, unos reyes que no podían tener hijos, entonces ellos hicieron un voto que consistía en dar durante un año a todos los pobres del reino una alcuza(recipiente de cocina)de aceite, una ración de harina y un cántaro de miel.
    Y se les hizo el milagro y la reina logro dar a luz a un primogénito, la felicidad de los reyes fue tanta, que cumplieron su voto desde ese mismo día, y durante todo un año repartieron entre todos los pobladores que se acercaban a palacio lo prometido.
    En el último día, al finalizarla repartición, se acercó una anciana a palacio pidiendo su parte, pero casi ya no había nada, tanta fue la insistencia para que le dejen aunque sea rascar los recipientes si fuera necesario que la dejaron pasar, y así con mucho esfuerzo logró llenar su alcuza volteando todos los recipientes de aceite, sacudiendo los costales de harina logró reunir su ración y por ultimo volteando también todos los recipientes de miel pudo llenar su cántaro.
    tanta fue su alegría de haber logrado reunir su parte que se distrajo y no se dió cuenta que el príncipe estaba jugando en el jardín de palacio con una pelotita dorada, al ser un crío de apenas 1 año no sabia lo que hacia y así jugando sin querer le aventó la pelolita por los pies de la anciana e hizo que ella del susto suelte su cántaro de miel, se caiga al suelo y se quiebre.
    La anciana, furiosa, que en realidad era una bruja, al ver lo que había hecho el príncipe le lanzo una maldición:
    -a partir de tu decimoquinto cumpleaños, no comerás, no beberás, ni podrás dormir tranquilo, hasta que consigas las 3 naranjas de oro.
    dicho esto la bruja se fue.
    la nana del príncipe que estaba cerca, se asustó y les comento o sucedido a los reyes, pero ellos lo tomaron como si no hubiera pasado nada, y todo fue alegría y felicidad en palacio hasta que el príncipe cumplió su decimoquinto cumpleaños y comenzó a hacerse realidad la maldición de la bruja...

    y así lo dejo porque solo quería complementar tu historia. fuente: mi madre
    tan aficionada ella a la lectura desde niña, que no se olvida de ese cuento y muchos mas.
    saludos

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