viernes, 7 de agosto de 2009

Carta a Ana María- Paulina Movsichoff

A Ana María Zavala Rodríguez y Julia Elena Zavala Rodríguez de Reynal O'Connor, in memoriam

"Murió mi eternidad y estoy velándola", decía César Vallejo, y eso es lo que vengo sintiendo ahora que has partido, Ana María. Porque en efecto,qué otra cosa sino eternidad son aquellos momentos que compartimos, aunque al igual que todo tuvieran un comienzo y un final.El azul glorioso de nuestros veranos, la calma aterciopelada de las sierras, el duende de la infancia. No sé si te elegí como hermana. Sólo sé que desde muy lejos, desde el fondo del tiempo, allá por las correrías en nuestro viejo patio, ya estaban tus ojos color de esmeralda parpadeando a la claridad diurna, como encandilados ante eso para nosotras tan nuevo y bello que llamaban vida y que fluía natural y cantarina como los arroyos de nuestra tierra. Eras algo mayor que yo, en esa época en que unos pocos años de diferencia nos enseñan la dimensión de lo inalcanzable. Así es que me armé de paciencia y me limité a esperar que algún día me fuera dado tocar la Shirley Temple tuya y de Julita, esa que mágicamente tengo en mi falda y cuya esplendorosa cabellera acaricio en la foto que me sacaron al cumplir el año. O bien eras vos quien, con el derecho que te daba la edad, te llevabas mi Marilú o mi Mariquita Pérez sin decir esta boca es mía. Los fuegos de la asolescencia llegaron también para vos un poco antes, por lo que yo te miraba desde la insulsez de mi figura que por más que lo deseara con todas sus fuerzas- ya sabemos que lo que natura non da el tiempo no presta- no podía apresurar las horas para ver si, al igual que vos, podía yo también dejar a mi paso esa estela de simpatía y admiración, esa incandescencia del ser que se llama ingenio, con el que fuiste abudantemente dotada. Y así fuimos transitando los caminos de la vida, a veces cómplices y divertidas y ansiosas,otras responsables y serias y doloridas por tanta cosa que se abatió sobre nosotras en aquellos oscuros años de la patria y que, ente otras tristezas, levantaron entre las dos el muro de la distancia. Pero por suerte ésta fue nada más que geográfica,pues a pesar de ella no dejó jamás de fluir nuestra risa y el mutuo interés por lo que nos sucedía, aunque a veces una diferente lectura de la realidad nos envolviera en nubarrones de desentendimeinto. Pero vos eras como esos chamanes que varían a voluntad los fenómenos climáticos, ésos que hacen salir el sol a fuerza de encantamiento. Entonces nuestra amistad resurgía fresca y recién lavada como los yuyitos del rocío mañanero. No me es posible extenderme aquí en el inapreciable don que siginficó para mí estar entre los que elegí y/o me eligieon para tansitar los dias de dulces nombres. Sólo sé que tu ausencia es ahora como una rajadura en el cristal por el que miamos pasar los días. Ahora en que todo lo que toco tiene la textura de la nostalgia y mi nombre que ya no pronuncias pesa como si le faltaran tus alas para seguir revoloteando por esos territorios de la alegría a los que tanto nos llevabas a incursionar. Languidece como si no pudiera alcanzar el jarro de agua que sumergía en la tinaja de tu risa y que necesita para no perecer de sed en este desiterro en que se ha convertido el mundo luego de tu partida, Ana María.

De El diario de la República- Marzo de 2005

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