miércoles, 5 de agosto de 2009

En el hotel de enfrente- Paulina Movsichoff

He vuelto a esta playa de infinita luna acariciando el agua y pareciera que todo se repite, que todo vuelve incansablemente a invadirme y a dejarme transida, en mi inagotable tristeza. Eras la ilusión pequeña que dejé en la otra orilla y en la que no quería pensar salvo los momentos de escribir tu nombre en la arena como los enamorados de alguna canción romántica o aquellos en que me asaltaba alguna música que habíamos bailado muy juntos en aquellas cuatro noches, ¿te acordás todavía? en que nos sentíamos borrachos de libertad, de encuentro limitado pero infinitamente para nosotros dos. El teléfono me trajo cercana tu voz y no podía creerlo: estabas allí, a dos pasos, y corrí como loca y te abracé por la espalda mientras entregabas la llave del cuarto de hotel que habías elegido justo enfrente del residencial en el que yo pasaba mis pocos días de vacaciones. Lo que siguió después ya lo sabés, su encantamiento de cuento de hadas, toda la noche y el mar para nosotros solos, mi felicidad contagiosa de adolescente que saltaba las rocas, que te abrazaba, que te despeinaba, aquella manera de caminar pegados por la calle sin gente, marchando como soldados con el mismo pie. Y las mañanas en que yo llegaba a despertarte ya con traje de baño y a tomar el desayuno con vos para irnos juntos después a la playa a calcinarnos los besos al sol porque no teníamos sombrilla y el regreso luego para vestirnos y salir sin pérdida de tiempo a bailar y después a querernos en la noche con estrellas y con ruido de olas que se rompen. Me gustaba entonces el calor de tu bremer envolviendo mi cuerpo hecho un ovillo para que no quedara ninguna de sus partes sin abrigo y tus besos con sabor a arena y nada más que tus besos porque no queríamos que nada más pasara. Los minutos paladeados como un vino que ya se termina y que se sabe es único en el mundo. Tus dos remeras en la percha, cigarrillos Kent y aquellos otros de marquilla marrón, "Querida" y las chozas del boliche donde inventamos nuestra pimera pelea. Y hoy este cielo y esta misma luz de luna plateando la Mansa desde mi ventana del octavo piso y todo lo que inventamos en la loca historia de amor que vivimos en los once meses que siguieron de adioses, de llamados, de adiós y a otra cosa porque vos tenías tu estructura y yo no la mía y hay que empezar a construirla desde el vamos aunque ya no sea lo mismo y te haya olvidado y vos también me hayas olvidado pero las cicatrices quedan y en cualquier momento se pueden abrir. La Mansa que ya no es mi piel tostada ni tus pecas en la espalda ni tu sueño de gato en mis rodillas. La Mansa que ya no es ni siquiera tu recuerdo porque es absurdo acordarse de lo que nunca podrá volver a ser y de lo que no es para el otro sino un momento para olvidar la rutina. Y vos que todavía estás acodada en la ventana y todavía pensás que puede sonar el teléfono y su voz que te diga estoy aquí, en el hotel de enfrente


Extraño de ojos grises-SEP- Coleción Piedra de Toque, México 1982

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