lunes, 5 de abril de 2010

Canción del buscador de Dios- Antonio Esteban Agüero


Siempre buscando;

desde niño buscándolo;

buscando.


A través de la sombra y la neblina;

sumergido en la sombra de penumbra

que separa los días de las noches,

y al cristiano también

del no cristiano,

por laberintos de la sangre oscura.


Siempre buscando;

desde niño buscándolo;

buscando.


Golpeando viejas puertas

clausuradas de bronce martillado;

gastando los ojos en las hojas

de antiguos libros muertos;

vigilando la savia cuando sube

por racimos y flores del verano;

escuchando palomas y cigarras;

mirándome en espejos

esta pálida frente,

esta frágiles manos,

esta boca que guarda la palabra,

oyendo la música que llueve

desde el silencio de los astros.


Buscando;

desde niño buscándolo;

preguntando

por las calles donde está la gente,

por caminos del campo.

Por veces mendigando

la respuesta total

a la total pregunta.


Yo quería encontrarlo

(yo solo descubrirlo)

donde quiera que fuese para darle

mi agradecimeinto humano,

por la cósmica lumbre que me habita,

por la gota de lumbre que me nutre,

por este débil corazón desnudo

que siento pulsar en mi costado.


Darle las gracias, sí,

por haberme construido como soy:

de sueño, de madera,

de cóleras y miedos,

de bondad y ternura,

de soledad y de razón pensante,

de claridad,

de sombras,

de música y pecado.


Descendí por Él a catacumbas,

anduve por túneles cerrados,

batallé con demonios,

conocí a la serpiente

y el abrazo

de su lívido cuerpo

de aceros anillados,

me frecuentaron

dragones y brujas increíbles;

y alguna vez solté, como a vilanos,

las locas miradas por el cielo,

lejos de mí, del mundo,

desprendidas del ser y de los ojos

el infinito sólo navegando.


Y yo buscando;

desde niño buscándolo;

buscando...


Lo imaginaba ajeno,

misterioso,

terrible,

lejano.


Después de muchos viajes

(ya en la curva más alta de los años)

de tormentosos viajes, con las velas

y los mástiles rotos, circundado

por el horror del mar donde las olas

eran de fría soledad de nada,

recordé una capilla entre los cerros,

los claros cerros de cristal morado,

y una joven pareja que venía

con un niño en los brazos;

rememoré la pila con el agua,

las gotas de luz sobre la frente,

los maderos en cruz, y la figura

solitaria y herida por los clavos.

Me recordé pequeño,

(el sabor de la sal entre los labios)

volví a verme pequeño,

y recordé que el nombre que llevaba

era el nombre del niño que sentía

bajar sobre la frente

la santa cruz del agua...


Yo dije: Oh Dios. Oh Dios.

Aquello fue tremendo,

un cósmico relámpago,

como si el mismo sol me detonara,

granada solar, entre las manos,

como la luz de aquella luz de bomba

que aniquiló la tarde en Hiroshima...


Y dije: Dios, Oh Dios, Dios.

- Y dejé de buscarlo -;

campanas sonaban por mi sangre

- y dejé de buscarlo -;

cantaba un millón de ruiseñores

- y dejé de buscarlo...



Obras Completas. Tomo II. Editorial Universitaria. San Luis.



1 comentario:

  1. Maravilloso poema del genial poeta puntano Antonio Esteban Agüero. Felicitaciones por divulgar su obra

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